Cargando...

Opinión · Dominio público

Degradación y equidistancias

Publicidad

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, interviene durante una sesión de control al Gobierno, en el Congreso de los Diputados, a 20 de marzo de 2024, en Madrid (España).- Gabriel Luengas / Europa Press

Cuando alguien accede desde la política a las instituciones entra, en principio, con el propósito  de “servicio público”.  Eso en principio. Quisiera pensar que las personas que aspiramos a trabajar en la “res publica”, bajo unas ideas concretas de cómo se debería articular la igualdad, la sanidad, la economía o la vivienda, tenemos la intención de trabajar para que nuestras conciudadanas y conciudadanos tengan una vida mejor y sus territorios sean protagonistas de un desarrollo sostenible.  

Click to enlarge
A fallback.

Pero visto lo visto lo visto en las últimas semanas en las que  la sede del parlamentarismo español se ha convertido en un lugar donde los gritos y los insultos han sustituido en algunas bancadas al debate responsable y con contenido, no parece que sea así. Donde algunas intervenciones macarras, insultantes y, sobre todo, provocadoras, han hecho que el diapasón suba hasta límites muy pero que muy preocupantes. Ya veníamos de un final de Legislatura pasada en esa línea y ahora el asunto está a punto de pasar una frontera de la que será muy difícil retornar. Esta violencia verbal y agresividad son intolerables. 

Y no solo son preocupantes por la imagen que se proyecta. Por la utilización del Congreso como plató para  videos en redes sociales propias o minutos de gloria en los informativos y en las tertulias o para ascender a lo interno de los partidos.  Que desde luego sí lo es.  

Publicidad

Lo es también por lo que implica. Implica que el Parlamento español, que representa la diversidad de la ciudadanía española, no realiza su función: legislar desde el contraste de ideas y de manera constructiva para todo un país que nos mira con estupor. Que no entiende esta degradación. Que no entiende espectáculos bochornosos escudados en el insulto constante al adversario político, considerado como  “enemigo”.   

En política hay de todo “como en botica”, como en nuestra sociedad. Plural y diversa. Hay quienes se lo toman como una responsabilidad y un honor y cuando les toca salir a la arena tienen mariposas en el estómago, saben lo importante de su papel y de su ejemplo y ponen todo lo mejor de sí mismas. De esas las hay, muchas y muy buenas.  

Publicidad

Profesionales, comprometidas y preocupadas por lo que ocurre a su alrededor. Desprovistas de esa “superioridad moral” de la que habla Daniel Innenarity y concentradas en su tarea como políticas con modos de hacer coherentes y honestos. Respetuosas con las adversarias políticas y dialogantes. Sí, hay personas en política que escuchan activamente. Que son capaces de reconocer las virtudes del  adversario político o cuando menos capaces de no descalificarlo en el primer minuto. Que hacen política de “no enfrentamiento”. Que entienden la política como un constructo colectivo y constructivo. Pero muchas de estas personas no aparecen en los medios de comunicación. No “vende” el discurso político con contenido, a media voz o que solo se ciñe a la cuestión que ocupa en la Proposición de Ley o en la moción de turno. El 95% de su trabajo se invisibiliza mediáticamente porque se oculta tras las otras. Esas otras personas que su estrategia política y las de sus partidos políticos es convertir el Parlamento en un gran plató de televisión, en un circo. 

Ni leyes ni gestiones eficaces. Ni siquiera aportaciones interesantes. Utilizan sus posiciones de poder político para exhibiciones impúdicas de “tronío” y titulares provocativos. De egos infinitos. De frases ocurrentes y de golpes en los escaños acompañados de insultos a voz en grito  y dedos acusadores. 

Publicidad

Que en sus intervenciones, da igual el asunto a tratar y a quien se dirijan, solo gritan frases provocadoras, encajan “con calzador” argumentario semanal y gesticulan hasta la saciedad, encumbrados por los jaleos constantes de sus compañeros de escaño. Y cuanto más se grite y se repita el “santoral” de la semana, más puntos que te dan en tu partido. Pero siendo sincera, tampoco esto es igual en todos los escaños.  No todos somos iguales. 

No a todas sus señorías la crispación y la vacuidad les parece lo más efectivo para sus intereses, (que no para el interés general, añado). Hay señorías que aguantan estoicas el insulto, la difamación, el bulo y la falta de respeto constante. Hay señorías que no entran al trapo, y a veces no es fácil. El “barro” al que arrastran algunos es realmente irrespirable y a veces es muy difícil mantener la compostura. Hay señorías que entienden que solo desde el respeto y la educación se puede deslegitimar este intento de deslegitimar la democracia y sus instituciones. Que el debate político es otra cosa. Que tiene que existir, solo faltaría, pero siempre dentro de unas reglas. Sin insultos ni acosos. Con argumentos y no argumentarios. 

Solo por el respeto que merece el oficio de la política deberíamos estar más a setas que a rólex, menos a los focos y más al “tajo”. La ciudadanía nos lo exige. Y las personas que estamos en política deberíamos asumir de una vez por todas  que esto de la politica es una manera de ser y estar. Por servicio y no por autoservicio. 

Todas y cada una de las señorías que estamos en el Hemiciclo tenemos la enorme responsabilidad y el inmenso honor de trabajar por nuestro país.  

Nuestra obligación es mejorar la vida de nuestras conciudadanas y conciudadanos y no denigrar una de las grandes instituciones del Estado democrático.  

Más responsabilidad de Estado es lo que les hace falta a quienes se autoproclaman defensores de una patria a la que desprecian con su actitud.  

Esperemos, por el bien de este país, que todas esas señorías, reflexionen y rectifiquen. 

Publicidad

Publicidad