Opinión · Dominio público
Desinformación: debate, sí; acción, también
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"No he visto la envergadura de cómo el fango lo iba monopolizando todo". En su entrevista en Televisión Española (TVE), el presidente del Gobierno hizo autocrítica ("No he sabido actuar antes ante esta situación"), aceptando que el acoso que él y su mujer sufren de la ultraderecha y sus satélites políticos, judiciales y mediáticos ya lo han sufrido -y en mayor grado muchas veces- Pablo Iglesias, Irene Montero, Mónica Oltra, Ada Colau y "artistas, intelectuales, periodistas ...". Los citó, a Oltra y a Colau, por su apellido y sin que les preguntaran específicamente por ellas; sí lo hizo Xabier Fortes sobre Iglesias y Montero.
Pedro Sánchez ha dado el mayor énfasis al problema democrático de los pseudomedios, herramientas de la antipolítica para destruir a quienes no piensan como ella, y algo menos, a la justicia y a la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), pidiendo que no se responsabilice al PSOE de un "secuestro" del que es culpable el PP. Si alguien esperaba una segunda parte de la comparecencia (sin preguntas) que se desvelase en TVE y completase la épica que, obviamente, se ha pretendido azuzar en toda la izquierda en estos cinco días, pinchó en hueso. No ha habido propuestas legislativas concretas, por ejemplo, para tratar de resolver un problema que, como él mismo reconocía, afecta a todas las democracias: la desinformación.
"Acabamos todos arrastrados en esos debates de bulos. No va de mí. Yo soy un privilegiado, soy el presidente del Gobierno". El jefe del Ejecutivo quiere abrir un debate social, transversal y universal, mientras la sociedad -particularmente quienes estamos implicados en el noble oficio de informar- reclama soluciones a un político que ha sido elegido presidente del Gobierno. La jugada del debate universal, de la reflexión colectiva, es muy complicada y difusa y no estoy segura de su éxito sin que Sánchez y el PSOE se dejen pelos en la gatera, aunque también es complicado intentar legislar democráticamente sobre los medios de comunicación sin rozar los límites del derecho a la información, la libertad de expresión, de prensa o el secreto de las fuentes periodísticas, entre otras cuestiones muy delicadas. Regular la publicidad institucional que reciben los medios, sí podría ser una buena y transparente idea, porque es dinero público y su recaudación y distribución posterior depende únicamente de las administraciones.
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Sánchez no ha querido hablar de medidas concretas, tampoco sobre las responsabilidades de los familiares directos de los responsables institucionales, como Begoña Gómez, su mujer, cuando tienen su trabajo en el sector privado y puede haber colisiones de intereses, lo cual me parece una excelente idea que protege también a los familiares del político electo al indicarles el camino a seguir. El presidente del Gobierno quiere un debate amplio, "transversal", sobre este asunto que, efectivamente, debe darnos miedo, puesto que las herramientas de las que dispone la maquinaria del fango son cada vez más sofisticadas y con efectos más rápidos y perversos sobre la opinión pública. Un debate tan ambicioso, planteado únicamente como tal, no obstante, corre el riesgo de diluirse en una sociedad que muchas veces está incapacitada para sentarse a pensar en la cena de los/as hijas por la vorágine de las vidas que llevamos.
Necesitamos medidas concretas, de prevención y control, de vigilancia del dinero público en la inversión de herramientas de mentiras y difamaciones, como pseudomedios y pseudosindicatos. El debate está bien, pero la política está para resolver la vida de la gente, no de complicársela: pese a la apariencia de ruido y furia, hay una mayoría social muy consciente del daño que se está haciendo a la democracia, y lo han debatido desde que en 1998, Luis María Anson dijo en una entrevista que para echar a Felipe González del Gobierno "se rozó la estabilidad del Estado", porque con las urnas no había manera. Y miren que no había razones para hacer una oposición democrática dura a González ... Pero no, el PP de Aznar tuvo que recurrir a la guerra sucia y ahí seguimos. No hablemos solo de debates, que también, sino de acción y política; de protección y agrandamiento de lo elemental: nuestra cultura de la democracia.
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