Opinión · Dominio público
Catalunya se queda, de momento
Jefe de Política de 'Público'
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“No me voy, me quedo, voy a seguir siendo vuestra presidenta”. El mes de marzo del 2018 se acercaba a su fin y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, cada vez estaba más acorralada. Las dudas sobre la falsedad de un título de máster no acabarían con su mandato, el cual se precipitó días después cuando se filtró un vídeo suyo de años atrás en el que se le veía robando unas cremas en una tienda. Se fue, no seguiría siendo presidenta, ahora campa a sus anchas por los platós de televisión. “No me voy, me quedo”, la frase le acompañará de por vida.
Los resultados del pasado domingo de las elecciones catalanas han sido leídos más por las consecuencias inmediatas que han tenido en la política catalana que por la profundidad de los cambios que reflejan en la sociedad. La semana ha estado marcada por la difícil situación en la que queda ERC, una vez que su candidato y todavía president de la Generalitat Pere Aragonès anunciaba que dejaba la primera línea política. Aragonès se va, no se queda. La cuestión interna pasa a ser protagonista en el partido del carrer Calàbria y de cómo se solvente esta puede depender, en gran medida, la gobernabilidad de Catalunya y también del Estado.
La suma de votos del 12M a partidos independentistas que lograron entrar en el Parlament (Junts, ERC, CUP y Aliança Catalana) es de 1.348.183. Por el contrario, la agregación de los votos obtenidos por las fuerzas políticas no independentistas que han logrado representación en la cámara del Parc de la Ciutadella es de 1.645.892. Se imponen los no independentistas a los favorables de la secesión tras casi una década de inflamación de procés que llegó a su punto más álgido el 1 de octubre de 2017.
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Si buceamos en los datos del Centre d'Estudis d'Opinió (CEO) de la Generalitat del pasado mes de marzo, el 51% de los catalanes se mostraba en contra de la independencia de Catalunya, mientras que el 42% se posicionaba a favor. Con estos datos se entienden mejor los resultados de las votaciones del pasado domingo, que han tenido dos tendencias generales: castigo al independentismo y giro a la derecha del próximo Parlament.
Además, según la misma encuesta, el 76% de las personas consultadas se mostraba muy de acuerdo (49%) o bastante de acuerdo (27%) con que los catalanes "tienen derecho a decidir su futuro como país votando en un referéndum". En cuanto al modo de relación con el Estado de Catalunya, el panorama se muestra más igualado: aproximadamente un tercio de las personas encuestadas apostaban por un Estado independiente; otro tercio, por una comunidad autónoma más, como en la actualidad; un último tercio cree en una reforma que pase por un mayor federalismo en el Estado.
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Catalunya, por tanto, ya no es independentista, o ya no es tan independentista como lo ha sido durante la última década. Los datos de los comicios de la pasada semana pueden leerse desde diversas perspectivas. Una de ellas es, sin duda, que la estrategia de Pedro Sánchez de desinflamar el conflicto territorial, adoptando medidas como los indultos o la amnistía a los independentistas encausados en las operaciones represivas del Estado contra este movimiento político, han dado buenos frutos. No solo ha arrollado el PSC de Salvador Illa en las últimas elecciones, sino que la independencia de Catalunya ha bajado en apoyo social y ya no es la opción mayoritaria.
La victoria de Illa coge con el pie cambiado al PP, que teme que la onda favorable a Sánchez tras las elecciones vascas y catalanas se plasme en los resultados de las europeas del próximo 9 de junio. Para Alberto Núñez Feijóo, estos comicios del próximo mes, en los que se vota en una única circunscripción estatal, eran perfectos para medirse a Sánchez y resarcirse tras la incapacidad del gallego de formar gobierno tras los resultados de las generales del pasado 23 de julio. Ahora le tiemblan los pies al líder gallego.
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Se le pone la situación cuesta arriba a un PP que ha utilizado siempre la cuestión catalana y el independentismo para confrontar contra el Gobierno socialista, apretar filas y movilizar a su electorado fuera de Catalunya. Queda por ver si habrá un cambio de estrategia en la calle Génova tras una semana en la que las dudas han sido evidentes, pues no se aclaran los populares en si el procés ha finalizado o no. No sería extraño que, pese a las cifras y evidencias, la derecha nacionalista española siguiera aireando el fantasma de una secesión en Catalunya que se aleja por momentos. Al fin y al cabo, lo siguen haciendo con ETA más de diez años después del cese definitivo de la violencia por parte de la organización terrorista.
Sería reduccionista echar todas las flores a Sánchez y al PSOE y PSC, que parece haber logrado convencer de su opción política para Catalunya a la ciudadanía catalana. Evidentemente, mucho tienen que ver las propias formaciones independentistas y la división y bronca de los últimos años en ese resultado. Sobre todo, el peor resultado es el de ERC. El partido republicano, que hace unos años acariciaba con la punta de los dedos el sueño de convertirse en la fuerza hegemónica en Catalunya y se miraba con esmero en el espejo del Scotish National Party (SNP), ha caído abruptamente este 12M.
La estrategia de pactos con el Estado impulsada por Aragonès y auspiciada por Junqueras no ha logrado el apoyo ciudadano en estas elecciones, que han censurado también la labor del Govern de la Generalitat de ERC. No ha habido un giro a la izquierda suficientemente reconocible en las políticas públicas catalanas en un momento de grandes incertezas sociales, medioambientales y económicas.
Y sin embargo, Sánchez y el independentismo tienen por delante un recorrido común que hacer, apoyándose en otras fuerzas soberanistas de Catalunya (como Comuns) y del resto del Estado (BNG, EH Bildu, etc.). Vemos cómo todavía más del 75% de la población catalana apuesta por el derecho a decidir.
Es el momento de afrontar el problema, que la ciudadanía pueda decidir sobre su futuro político y se le presuponga, a tal efecto, una mayoría de edad. El Estado español es ya un Estado plurinacional de facto, la política tiene que ser capaz de dotarse de las herramientas necesarias para que lo sea también de iure. Catalunya se queda, de momento, pero para eso lo tiene que poder reflexionar, teorizar, debatir y decidir.
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