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Opinión · Dominio público

Si Olof Palme levantara la cabeza

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La candidata a las elecciones presidenciales de 2022 por el partido de extrema derecha Rassemblement National (RN), Marine Le Pen, pronuncia un discurso después de los resultados de la primera ronda de las elecciones presidenciales francesas en París, Francia, el 10 de abril de 2022.- EFE

Este domingo, en una entrevista en  el diario italiano Corriere dela Sera -porque el mensaje importa y el lugar desde el que se emite, también-, la líder del partido ultraderechista francés Rassemblement National (RN), Marine Le Pen, tendió la mano a la también líder ultra y heredera del postfascismo italiano con su Fratelli d'Italia para forma un supergrupo parlamentario. Georgia Meloni ya es primera ministra de Italia gracias a una coalición asimismo de ultraderecha populista y Le Pen suena muy fuerte como ganadora de las elecciones europeas del 9 de junio en Francia.

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La francesa y la italiana, sin embargo, lideran formaciones que pertenecen a dos grupos distintos de ultraderecha en el Parlamento Europeo: Identidad y Democracia (ID) del RN de Le Pen o la Lega de Matteo Salvini, una vez expulsada Alternativa por Alemania (AfD), y Reformistas y Conservadores (ECR), donde se integran los de Meloni, Ley y Justicia de Polonia o el Vox español. Ahora podrían unirse todos, incluso, junto a Viktor Orbán, primer ministro de Hungría y líder de Fidesz, expulsado del Partido Popular Europeo (PPE), precisamente, por sus políticas antidemocráticas en el país. Con Orbán o sin él, no obstante, lo que Le Pen ha pedido a Meloni para desplazar a los socialdemócratas (S&D) es la unidad de ID y ECR para hacerse con el segundo puesto que tienen previstas las encuestas a los progresistas para los comicios de la UE. Seguramente, la líder política francesa es muy optimista, pero que la ultraderecha sube como la espuma en cada sondeo que se publica es un hecho, con unos 165 escaños en juego. Y además, es una desgracia.

Si la ultraderecha termina uniendo fuerzas en la UE, formando un solo grupo, podrían no ser los segundos, pero sí los terceros, condicionando las políticas europeas como hizo Meloni con el último Pacto de Migración y Asilo, una vergüenza contra los derechos humanos que también apoyó España con su Gobierno progresista. La pelota, ahora más que nunca, está en el tejado de la llamada "derecha democrática", aunque tras las declaraciones de Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea y candidata a repetir, en Bruselas, y el propio Alberto Núñez Feijóo, blanqueando las políticas antidemocráticas de Meloni como ultraderecha bonita, a las demócratas no nos caben muchas esperanzas.

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La invasión de Ucrania, con la ultraderecha dividida entre posturas prorrusas (Hungría) y anti-Putin (Polonia), podría impedir la unidad total de la ultraderecha, pero, de momento, la baza principal la tiene Meloni, que gobierna una potencia de la UE y ya ha dicho que su objetivo es llevar a toda la izquierda europea a la oposición, por lo que carece de líneas rojas a la hora de pactar con otras fuerzas políticas, incluido el PPE. El riesgo para este partido, no obstante, es alto: en España tienen un buen ejemplo, pues los pactos autonómicos de PP y Vox para gobernar varias comunidades autónomas llevaron a Feijóo a una sorpresiva oposición en el Congreso en las elecciones generales del 23 de julio, mientras Vox resiste y no da tregua al PP. Si el PPE corta el cordón sanitario a los ultras y pacta con la ultraderecha -que, como cualquier otro partido y en buena lógica, no cederá sus votos gratis-, la Unión Europea de las libertades, tal y como fue soñada, por ejemplo, por el asesinado exprimer ministro sueco Olof Palme ("desnuclearizada, autónoma, pacífica y progresista"), está acabada sin empezarse apenas. Y nosotras -sobre todo, nosotras como ciudadanas de primera-, con ella.

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