Cargando...

Opinión · Dominio público

La virtud, Taylor Swift, la purpurina y el baile

Publicidad

?

Fans de Taylor Swift. Imagen de archivo. Europa Press.

 

Mi hija se examina la semana que viene de la EBAU. Mi casa ahora mismo es un pandemonium de apuntes -indescifrables para mí- de matemáticas y química, de nervios, quejas, inseguridades, ataques de pánico, dudas, enfado en algunos momentos, euforia en otros, noches sin pegar ojo, cenas y duchas a horas intempestivas y charlas motivacionales y consoladoras. En el horizonte están la Universidad pero también un verano prometedor. Ese Verano, el que marca el fin de una era y el comienzo de algo totalmente nuevo, excitante pero también aterrador.

Click to enlarge
A fallback.

En el ínterin su padre y yo hacemos lo que podemos para que la adolescente no se pierda en un mar de angustia y nervios y para que no viva obsesionada con las notas de corte que han convertido a las Universidades en otro campo de pruebas más del individualismo, la competitividad y la superstición de la cultura del esfuerzo. Como si todos los estudiantes partieran de las mismas condiciones sociales y materiales, como si no importara quién se ha podido pagar años de academias de inglés y clases particulares de mates y física, como si todo el mundo recibiera apoyo y ayuda en casa, como si todo el mundo comiera caliente tres veces al día.

En tiempos de auge de los discursos reaccionarios hubiera sido un milagro que este no se hubiera también apoderado del lenguaje educativo. Mientras las redes se llenan de quejas sobre la supuesta ignorancia, falta de respeto y vagancia de las nuevas generaciones, hemos dejado que también sean las leyes del mercado las que regulen la educación, haciéndonos creer que hay Bachilleratos -y por ende, alumnado- de primera, de segunda y de tercera regional y que todo depende exclusivamente del esfuerzo personal, mientras vamos dejando caer a la gente por el camino y hemos convencido a muchos de nuestros adolescentes para que estudien ciertas carreras dejándose guiar por algo tan resbaladizo y gaseoso como es el prestigio social y no por la vocación, la curiosidad o el gusto.

Publicidad

En mi santa casa, como supongo que en la mayoría de los hogares en la actualidad, nos comunicamos muchas veces por medio de memes y pegatinas del whatsapp. Nos las enviamos para mandarnos mensajes o simplemente para hacernos reír o levantarnos el ánimo, así que estos se han convertido ya en otro lenguaje más de amor y cuidados entre nosotros. Este lunes pasado, por ejemplo, me desperté sintiéndome feliz porque, tras varias noches de insomnio, por fin había logrado dormir a pierna suelta, hasta que abrí X y me enteré  la masacre que Israel había perpetrado en un campo de refugiados en Rafah. Mientras me dejaba llevar por la pena y la rabia y, sobre todo, por la impotencia, sentí que me llegaba un mensaje al móvil. Era de mi pareja que me mandaba un vídeo de David Byrne cantando junto al Choir! Choir! Choir! el Heroes de Bowie y puede que esto os parezca una estupidez, pero verlos y escucharlos en ese preciso momento me hicieron sentir de nuevo humana y bien. Y es que, a ver cómo digo esto sin ser demasiado cursi, tenemos la obligación de recordarnos que en este mundo existe también la belleza, y que agarrarse a ella, defender las cosas bellas, simples y buenas, es un antídoto eficaz y necesario contra el fascismo, ese fascismo grosero y grandilocuente que se crece en el miedo, el derrotismo y el individualismo más grosero.

Recuerdo que hace algunos años vi un documental sobre un Tyrannosaurus rex al que le habían arrancado parte de la cola, lo que por otro lado debía de ser algo habitual en aquellos tiempos un tanto asilvestrados, pero lo que les había llamado la atención a los científicos era el hecho intrigante de que el fósil de aquel ejemplar particular mostraba signos de que el animal se había curado, por lo que a los paleontólogos no les había quedado más remedio que aceptar que esto solo habría sido posible gracias a la ayuda de otro Tyrannosaurus, pues la herida que tenía el pobre dinosaurio era tan grave que esta le habría tenido incapacitado por mucho tiempo. Tras muchos minutos de suspense los paleontólogos llegaban entonces a la única conclusión posible: que, al contrario de la creencia popular, los Tyrannosaurus no eran animales solitarios sino seres que vivían en pareja y que había sido la pareja de aquel pobre animal maherido quien se había ocupado de llevarle alimentos hasta que este se recuperó por completo. Puede que este documental estuviera especulando de más sobre la solidaridad en tiempos de dinosaurios pero lo cierto es que la maravillosa Margaret Mead siempre decía que el primer signo de civilización se encontraba en un hueso de fémur fracturado y posteriormente curado. Y lo decía porque detrás de ese hueso recompuesto podíamos trazar una historia de cuidados y respeto, pero sobre todo de comunidad y solidaridad. De vínculos y humanidad.

Publicidad

Hace unos días en un medio local escribí que uno de mis recuerdos más queridos es el de una tarde que pasé en Amán sentada en el anfiteatro mirando jugar a un grupo de niños. No había pasado ni una hora desde que colgara el artículo en redes cuando un ser humano no perdió ni medio minuto en escribir un comentario absolutamente racista, deshumanizante y vomitivo en referencia a aquellos niños que, de forma equivocada además, imaginó que todos eran árabes y no, como era el caso, una mezcla de chiquillada de todos los rincones del mundo. Tengo que confesar que me pilló un poco por sorpresa el nivel de violencia verbal empleado, así como la absoluta falta de pudor de su autor al dejar al descubierto el tipo de persona que realmente era.

Por supuesto que soy consciente de que vivo en un país racista, desde los cánticos desprejuiciados en los campos de fútbol a los aspavientos histriónicos de las mentes bien pensantes que se ofenden cuando se dice que España es un país racista, o la desfachatez de algunos partidos políticos en usar los prejuicios racistas para sacar rédito electoral, me lo dejan bastante claro. Sin embargo creo que hasta hace bien poco había una especie de consenso, de vergüenza pública, de censura social que afeaba este tipo de discursos y conductas. Muchos diréis, y no os faltará razón, que es mucho mejor saber con quién estamos conviviendo y que si piensan así es mejor que lo digan para no llamarnos a engaño, pero no es menos cierto que el hecho de que hoy en día se pueda volver a escribir de forma tan descarada y sin temor a la censura social comentarios tan horripilantes es un signo de que algo terrible, dañino y enfermizo se ha apoderado, de nuevo, de parte de la sociedad europea. Y es que el malismo se ha puesto de moda otra vez, el “se iban a morir de todas formas” se ha adueñado de nuevo de parte de la política europea ya que hemos convertido la virtud ciudadana, lo virtuoso, lo común en algo obsoleto, en un lastre, en algo ridículo de lo que hacer chanza.

Publicidad

Y es que, al contrario de lo que nos dice el refrán, a las palabras no se las lleva el viento, pues estas son las que alimentan nuestras acciones y también la gasolina con la que se rellenan los cócteles molotov que nos lanzamos en las guerras culturales. Un genocidio, por ejemplo, se riega primero con discursos que deshumanizan a sus víctimas, una lección que creíamos haber aprendido a sangre y fuego y sin embargo ahí tenemos ahora a los que se dicen guardianes de la memoria de las víctimas de la Shoah perpetrando otro ante la mirada horrorizada del mundo y la complicidad de muchos de los gobiernos de Occidente. A las puertas de unas elecciones europeas, cuando las encuestas nos dibujan un mapa de Europa escalofriante, parte de las llamadas derechas civilizadas están asumiendo, y por tanto dando carta de naturaleza, el discurso del neofascismo que criminaliza a las personas migrantes, alaba el militarismo y niega la urgencia climática, y que se fundamenta en un individualismo solipsista y suicida del “sálvese quien pueda” a la vez que se burla y desprecia todo lo que se escapa y desborda su estrecho y limitado marco teórico y mental. Por ejemplo, estos días he leído a muchos señores enfadados y haciendo chistes sobre Taylor Swif  pero sobre todo con sus fans, la mayoría de ellas chicas jóvenes y gente LGTBI+, por lo que me da en la nariz, llamadme mal pensada, que va a ser su género, su orientación sexual y su indentidad lo que les molesta realmente de ellas y ellos y no su gusto musical. Así que qué queréis que os diga, esta amante de los Clash en un mundo en el que las opciones a elegir son un anciano que sostiene y apoya un genocidio frente a otro anciano con ínfulas de tirano que también sostendrá y amparará el genocidio del pueblo palestino y en que tenemos que aguantar las mamarrachadas de un tipo que carga contra la justicia social diciendo memeces sobre la libertad ante el aplauso unánime de diputados que no tienen el menor empacho en sacarse fotos junto a genocidas, escojo quedarme, sin lugar a dudas, con las chicas que, vestidas de purpurina, bailaban juntas esta semana a las puertas del Bernabeu.

Publicidad

Publicidad