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Opinión · Dominio público

Los carteles

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Dos carteles del Orgullo 2024 colgados de una farola, en Gran Vía, Madrid (España).- Eduardo Parra / Europa Press

En los carteles han puesto un engrudo de tibiezas que no lo quiero mirar. Cada año, la protesta y celebración del orgullo LGTBIAQ+ de Madrid se va diluyendo en una especie de falsa fiesta ibicenca con mucha policía, mucha actuación como de velada de Starlight y un branding que hace el juego del trilero con las siglas hasta que desaparecen. Se queda así, “orgullo”, como podría ser “gula”, “introspección” o “mal pronto”.

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Ojalá los símbolos que aparecen en la cartelería, los tacones y el condón, estuvieran cargados del significado real que tienen; las cosas más importantes de esta vida me las han enseñado personas subidas en taconazos imposibles que llevaban los bolsos llenos de condones. Me temo que no es el caso, pues parecen elementos escogidos en una tormenta de ideas de cinco minutos, con la desgana de quien debe quitarse el trabajo de encima lo antes posible y, sobre todo, a quien no le importa demasiado el resultado. No participo de la indignación melindrosa que ha provocado la dichosa cartelería, me trae sin cuidado que me asocien con la promiscuidad, la frivolidad, el cancaneo y los condones. Estoy bastante orgullosa de mi camino de descubrimiento, y del de mis compañeros y compañeras, de lo que hacemos en las sombras, de los tacones que he llevado, de las veces que he terminado la noche con ellos apuntando al techo y de las vidas que han salvado los condones que nos hemos pasado de bolso en bolso. Explicar esto es como volver a los años de la escarlatina y no hay forma de que esta columnista desande sus pasos hasta tal punto. Abandonar determinados territorios de miedo al cuerpo, al sexo y a la libertad, cuesta demasiado como para volver a habitarlo porque alguien se pone estupendo y grita de indignación como un marquesón perseguido por un chihuahua. Quien tenga miedo del placer propio y ajeno que acuda a terapia o hable con sus amigas, pero que no lo convierta en un asunto de Estado.

Que la escenificación de una reacción pacata no nos impida ver la realidad. No hay cartel, por malo que sea, que distraiga la atención de lo que se ha hecho con la fiesta y la protesta en Madrid. El orgullo LGTBIAQ+ es el recuerdo de un disturbio, un evento lúdico y político en el que deberían estar presentes referentes de lucha a la cabeza, las vivas y las muertas. La fiesta es consustancial a quienes somos y no hay nada de malo en convertir un acto de recuerdo y protesta en un altar de la alegría, que también es política. La cuestión es que todo lo que se haga, cada marcha, desfile, fiesta o actuación, debería amplificar la genealogía colectiva, las conquistas, las derrotas y, sobre todo, lo que queda por delante, que es mucho. Debería servir.

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Es turbio aliarse con fuerzas políticas que impugnan cada paso que damos, también con las que se aprovechan de nuestras luchas para incorporarlas a su hoja de servicio cuando no han movido un dedo, hacer negocio de todo ello, convertir las calles en clubs privados con policías en las esquinas en lugar de sus legítimas moradoras. El problema no es el branding, es el vaciado, el proceso de colonización conservadora y capitalista, la extracción absoluta del significado de estos días para una comunidad inmensa. Eso sí debería provocar un griterío indignado, no que te pongan un tacón y un condón como heráldica. 

Feliz y combativo Orgullo LGTBIAQ+ 2024.

La marcha crítica tendrá lugar el viernes 28. Saldrá desde la Glorieta de Bilbao a las 20:00.  

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