Opinión · Dominio público
Socialnacionalismo
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La izquierda europea se enfrenta a su pregunta más incómoda: ¿entre quiénes somos iguales? El éxito electoral en Alemania del partido Alianza Sahra Wagenknecht (BSW, por sus siglas en alemán) está encendiendo las alarmas de algunos cuarteles de la izquierda. La antigua dirigente de Die Linke ahora lidera una organización que lleva su propio nombre y que ha centrado su campaña, fundamentalmente, en pedir que se reviertan las políticas migratorias y las políticas verdes en Alemania. La “izquierda conservadora”, como así se autodefinen, está muy cerca de pedir “los alemanes primero”. No en vano algunos analistas sugieren que esta formación ha sido la alternativa “democrática” (sic) para muchos que se sentían atraídos por la filonazi Alternativa por Alemania. ¿Cómo es posible que un mensaje de extrema derecha ahora cale entre las filas progresista? El problema no es sencillo, ni de enunciar ni de abordar, pero primero debemos clarificar de qué estamos hablando para no perdernos (aún más).
Los nombres de la bestia
En política, los espacios vacíos tardan poco en ocuparse y normalmente lo hacen a través de mezclas extrañas e incluso paradójicas. No es nuevo, es la historia del mundo político: las ideologías cambian y se transforman porque nuestros mundos también lo hacen. Y estos cambios no son siempre lógicos y racionales, a veces ideas contradictorias se dan la mano y acaban engendrando nuevas formas de entender el mundo. Basta con mirar atrás y repasar los debates sobre el socialismo y el internacionalismo, las teorías de la revolución permanente o del socialismo en un solo país, por citar algunos ejemplos sobre el tema que nos ocupa.
Otras veces aparecen aspirantes a ideólogos que intentan hacer su propia mezcla a partir de lo que flota en el aire. Una mezcla de esas cosas que molestan en la sociedad y que, a pesar de no estar relacionadas, se juntan para apuntar a un culpable artificial. La clave al hacer esto consiste en que no se note el truco, pero hay veces que es inevitable que el engendro huela de lejos. Y eso es lo que pasa cuando intentas crear una izquierda conservadora como la de Wagenknecht, que el hedor racista no se consigue disfrazar de nostalgia.
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Lo que Sahra Wagenknecht está ensayando en Alemania no es algo nuevo en sentido estricto. A lo largo de la historia europea ha habido muchos intentos de maridar nacionalismo, socialismo y conservadurismo. La democracia cristiana o la socialdemocracia serían ejemplos liberales de cómo se pueden reordenar estas ideologías para dar lugar a posiciones políticas nuevas. Otras veces se crean posiciones iliberales como el nacionalsocialismo o el rojipardismo, es decir, intentos de imponer a la razón práctica la voluntad romántica. El triunfo de la voluntad de la nación sobre los deseos de justicia.
No resulta fácil nombrar estas mezclas explosivas, pero una cosa podemos tener seguro: cuando la base del proyecto político es enfrentar a los oprimidos de un país contra los de otro, no podemos dejarnos confundir por las palabras. Si algunos se sienten más iguales que otros debido a sus particularidades históricas, llamémoslo por su nombre: nacionalismo. De ahí que crea que lo más adecuado para nombrar estos experimentos no sea hacer hincapié en que son de izquierdas, aunque nominalmente provengan de allí, sino en lo que anteponen en su discurso. Por eso socionacionalismo o socialnacionalismo me parecen más adecuados para explicar esta particular forma de mezclar la defensa de los valores tradicionales del nacionalismo y el rechazo al neoliberalismo económico.
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El alcance del problema
Si la izquierda cambia el internacionalismo por el nacionalismo lo que está es redefiniendo el alcance de la igualdad que proclama. Este cambio no es menor, ya que afecta al núcleo de los proyectos progresistas: la búsqueda de una sociedad igualitaria donde el bienestar de la comunidad prime sobre los intereses individuales. El conservadurismo podría llegar a encontrar un punto en común con este igualitarismo, pero solo si sirve para mantener el orden social y proteger las estructuras que consideran fundamentales para la sociedad. Por eso es tan importante no perder de vista quién es el sujeto de la igualdad, quiénes somos iguales, para tener una guía de izquierdas nítida.
Abrir la puerta a que el sujeto de la igualdad sea la nación es una carga de profundidad letal para la izquierda. Cuando se hace eso, comienzan a aparecer respuestas erróneas para los problemas de la explotación y entonces hay quien acaba planteando que se trata de elegir entre proteger a los de aquí o abrir las puertas a los de allí. Y a partir de este falso dilema se genera un lío del que es muy difícil salir. La izquierda tiene claro que quiere defender la igualdad, lo que algunas formaciones no tienen claro es entre quiénes aplicar esa igualdad, es decir: si sólo somos iguales los nacidos aquí y, por lo tanto, los que vienen son “invitados” a los que tratar bien; o bien, si la igualdad es algo que nos une a la humanidad en su conjunto, un valor supremo que existe antes de que incluso un Estado lo reconozca formalmente, es decir, un derecho humano universal.
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¿Qué hacemos?
La izquierda debe protegerse para no entrar en este falso dilema y fijarse en las distintas formas que adopta la explotación contemporánea. Defender la libertad y la igualdad en clave progresista es crear alianzas para defendernos de esta explotación. Hasta ahora teníamos una izquierda en Europa alineada con los postulados de una socialdemocracia más liberal que socialista y más globalista que internacionalista. Y habría que revisar esas alianzas de conveniencia.
La creación de la UE no se puede separar del proceso de globalización neoliberal de Bretton Woods. Un proyecto globalista en el que la socialdemocracia europea participó encantada: basta recordar al gobierno de Felipe González llevando a cabo la desindustrialización del país. Rechazar ese proyecto de globalización neoliberal es más necesario que nunca, ya que actualmente el vació que la izquierda ha dejado ante el malestar de la globalización corre el riesgo de ser ocupado por posiciones socialnacionalistas. Alemania está siendo una llamada de atención importante al respecto.
Toca plantear un proyecto político que revierta la globalización neoliberal desde el internacionalismo. Un programa que apueste por una reindustrialización de sectores estratégicos que nos den soberanía económica y, al mismo tiempo, capacidad para establecer marcos internacionalistas de solidaridad contra el neoliberalismo.
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