Opinión · Dominio público
Los nazis que cantaban a los ancianos
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Una pareja de ancianos ocupa el centro del salón de su casa. Sonríen y mueven ligeramente el cuerpo -lo que su edad se lo permite- al son de la música. Es un homenaje a este señor mayor. Los invitados cantan acompañados de los acordes de una guitarra. La estética de algunos de los presentes contrasta con la majestuosidad del casoplón donde tiene lugar este encuentro. Son varios skinheads neonazis que pasan ya de los cuarenta años, con camisetas nazis y chaquetas bomber. Algunos más calvos que rapados por el irremediable paso del tiempo.
Son músicos del grupo de rock neonazi lionés Match Retour, que han acudido a casa de Jean-Marie Le Pen, el fundador del Frente Nacional (FN) francés y padre de Marine Le Pen, la lideresa ultraderechista. Le ofrendan la versión acústica de la canción de homenaje que han escrito: “Te voy a hacer correr, pelirroja, deja de hacerte el listo, te voy a alcanzar, no llegarás muy lejos”, cantan. Es una frase que popularizó el antiguo líder de la extrema derecha francesa en los años 90, gritándole a un joven que se manifestaba contra un acto de su partido. Se la ofrecen en versión acústica, con solo una guitarra y una voz que intenta ser más melódica que cuando se desgañita en su formato original entre guitarras eléctricas distorsionadas a ritmo de Oi!.
La reunión tuvo lugar el sábado pasado, 28 de septiembre, en el chalé de Le Pen, horas antes de que el grupo nazi actuase en una localidad cercana, en un evento organizado por el grupo nazi Blood & Honour, ilegalizado en España hace una década, y en Francia hace cinco años, pero todavía activo en la clandestinidad en varios países.
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Mediapart publicó el pasado lunes uno de los videos de la merienda nazi de Le Pen, justo cuando arrancaba el juicio contra él, su hija Marine y otros miembros del extinto FN (ahora reconvertido en Reagrupamiento Nacional), por supuesta financiación ilegal, al considerar que habían ideado un sistema desde 2004, “destinado a utilizar fondos del Parlamento Europeo para pagar a empleados que en realidad trabajaban para un partido político”. El padre estaba exento de declarar, debido a sus supuestas cualidades intelectuales mermadas por la edad, algo que su hija ha usado también para defenderlo ante el bochorno de la imagen rodeado de rapados nazis bebiendo champán. Como si el viejo no tuviese un extenso historial de relaciones con nazis y simpatías por todo lo que huela a fascismo.
El mismo día, a exactamente 1.145km, una manifestación recorrió las calles de Santander contra la celebración de unas jornadas y un concierto neonazi. Varios colectivos de la ciudad llevaban tiempo alertando de este evento organizado por uno de los pocos colectivos neofascistas que han sobrevivido al acaparamiento que ha hecho Vox del sector, todos ellos marginales. De hecho, su acto no logró reunir a más de unas decenas de personas. Siguen existiendo, claro, tratando de recoger las sobras que va dejando la ultraderecha hegemónica por el camino, colándose por el hueco de esa ventana de Overton cada vez más generosamente abierta para el fascismo.
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Esa misma noche, en València, también eran noticia los nazis. Esta vez, hay que remarcarlo, haciendo el ridículo. Siendo expulsados por varias personas de un teatro donde interrumpieron la función para grabarse en video y difundirlo mostrando un supuesto acto de valentía y que acabó volviéndose en contra: las redes se llenaron de burlas hacia los nazis, que, además de haber pagado entrada, abandonaron la sala con la cabeza gacha mientras una mujer les gritaba a la cara ‘nazis de mierda’.
Domingo, de nuevo, los nazis son noticia. En el eterno trono que tienen reservado en los estadios de algunos equipos de primera división. Y otra vez, los nazis ultras del Atlético de Madrid. Lanzamiento de objetos al campo, saludos nazis y pasamontañas. Y dos jugadores que van a hablar con ellos para pedirles calma. Y el presidente del club, Enrique Cerezo, pondría el broche de oro a la jornada declarando que “en el Atlético no hay antirracistas ni racistas, somos una afición ordenada”. Ese fondo ultra es el que anidó a los asesinos de Aitor Zabaleta y de Jimmy, este último todavía impune, a pesar de las pruebas y los testigos. Y a pesar de aquello, ahí siguen los nazis.
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El pasado domingo, las elecciones en Austria fueron un nuevo éxito a la extrema derecha del FPÖ, el Partido de la Libertad, inédito, como semanas antes sucedió en las elecciones regionales en Alemania con Alternativa Por Alemania (AfD), su homólogo alemán. En ambos casos, la presencia de neonazis y los constantes flirteos con el nazismo no son un impedimento para que arrasen en las elecciones. No son los que le cantan a Le Pen, ni los que cantan en Santander. No llevan bomber ni van rapados. Ni se desgañitan en los fondos ultras de los estadios. Estos, de hecho, sirven muy bien como excusa para que creamos que ‘esos’ son los nazis. Son una caricatura folclórica muy útil. Por eso, Marine Le Pen ha denunciado a los nazis que homenajearon a su padre.
Las extremas derechas, hoy tan normalizadas, nos ofrecen cada semana un buen arsenal de cotilleos, tramas, dramas y éxitos. A esta muestra que he retratado de solo unos días hay que sumarle el embrollo de Alvise con el chiringuito de las criptomonedas, la financiación millonaria a Vox por parte de un banco cuyo máximo accionista es el Estado presidido por Viktor Orbán, y el juicio que arranca esta semana en Francia contra Marine Le Pen, con los acordes nazis del sábado en la mansión de su padre sonando de fondo.
Al final, lo que demuestran todos estos acontecimientos casi simultáneos con las diferentes extremas derechas como protagonistas, es que están presentes cada día en los medios y en nuestras vidas de una u otra forma. A veces de manera cómica, pero para nada inocua. Viven su mejor momento en décadas, sus ideas avanzan en el sentido común de mucha gente, y una parte de la sociedad sigue sintiéndose ajena o impermeable ante estas. Pero nos consuela pensar que tanto escándalo, tanto mangoneo y tanta esvástica que se cuela en el plano, les pasará factura. Su electorado, sus huestes, saben muy bien donde están, quienes son y lo que pretenden hacer. Aunque no debamos dejar de denunciar todos estos casos, no nos engañemos a nosotros mismos pensando que los seguidores de Alvise lo dejarán de apoyar tras el reciente escándalo. O que a Marine Le Pen le salpicará el champán de la merienda nazi del sábado. Eso ya está superado. Si caen o bajan en las elecciones, será por muchas otras cosas. Igual que los nazis del fondo ultra, que al final les saldrá más caro haber lanzado un mechero al campo, que haber asesinado a dos personas.
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