Cargando...

Opinión · Dominio Público

Asturias 34: la 'revolución maldita'

Publicidad

Asturias 34: la 'revolución maldita'

El 4 de octubre de 1934, el minero Manuel Grossi, militante del Bloque Obrero y Campesino, proclamaba desde el balcón del Ayuntamiento de Mieres la Republica Socialista, era la máxima expresión de la insurrección revolucionaria de los obreros asturianos.

Click to enlarge
A fallback.

Hoy, 90 años después, diversas actividades recuerdan aquel momento emblemático de la lucha del movimiento obrero contra el ascenso del fascismo en los años 30 y por la construcción de una nueva sociedad basada en la solidaridad humana. Una exposición sobre el octubre asturiano impulsada por el Archivo Histórico de Asturias estará del 4 al 31 de octubre en Oviedo. El Conceyu de Mieres realiza actividades del 3 al 31 de octubre. En ese mismo periodo la Fundación Andreu Nin organiza debates y recorridos con presencia de amigos de todo el Estado durante los días 10, 11 y 12 de octubre en el centro de la cuenca minera en Mieres y la Felguera. Otros actos y diversas publicaciones acompañarán este aniversario.

Pero la derecha hispana una vez superadas sus veleidades antifranquistas, da un salto en el vacío pasando de Javier Tusell a Pío Moa. Ya sin complejos considera el franquismo como un exitoso intento de refundación de España: el golpe de Estado de julio de 1936 no fue un golpe contra la democracia, pues ésta ya no existía, habiendo sido liquidada por la revolución izquierdista. Ahí encuentra su legitimación por encima de la victoria militar. En contra de todo valor científico afirma que la nación española es previa y anterior al Estado (desde Leovigildo y la España visigótica); es por ello que la identidad de la nación española tiene en el cristianismo, la unidad nacional y la monarquía tradicional, los elementos que conforman la razón del ser español de hoy. Ese es el discurso de Abascal y Ortega Smith pero también de Esperanza Aguirre y siguiendo con la revisión que fascina a Cayetana Álvarez de Toledo desde la filas del PP para la derecha, la Guerra Civil comienza en octubre de 1934.

Publicidad

Aunque de forma deliberada confunda ideas, en numerosos casos antagónicas, como revolución social y golpe de Estado, afirman que en dicho año no existía riesgo de fascismo, obviando las posiciones de la CEDA, de los grupos sociales dominantes e incluso, de personajes cualificados de la derecha como Alcalá Zamora, Maura o Sánchez Guerra. De ahí, la ilegitimidad de Octubre (un golpe contra la República y la democracia). Precisamente donde la izquierda contempla un desesperado intento de salvar la II República y la democracia.

¿Fue exagerada la prevención de la izquierda ante la CEDA? Después de la Guerra Civil se nos ha presentado una versión renovada y diferente de lo que fue la realidad de dicho partido. El hecho de que el franquismo convirtiese a la Falange en plataforma sobre la cual unificar a todas las fuerzas fascistas, tradicionalistas, monárquicas y católicas implicó que la CEDA no representase ninguna función aglutinadora, lo que posteriormente permitió reconstruir su historia como referente moderador y católico de la derecha. Más tarde, incluso, se la ha reivindicado como antecedente de la democracia-cristiana. Nada de esto es cierto. La CEDA y sus antecesores (Acción Nacional y Acción Popular) fue, fueron organizaciones políticas de ideología neofascista, aunque eso sí, aderezadas con las características y peculiaridades propias de la derecha española (corporativismo, catolicismo nacional, tentaciones militaristas, espíritu imperial y avidez de colonias). Su propio programa no era más que un conjunto de afirmaciones simplistas pero de fácil asimilación para los suyos (religión, patria, familia, propiedad, jerarquía, orden ...). No en vano fue creada por la Iglesia a través de la ACNP (Asociación Católica Nacional de Propagandistas) y de su órgano El Debate. En ese momento, 1931, es la Iglesia la que toma la iniciativa en la reorganización de una derecha política desconcertada tras el colapso sufrido por la caída de la monarquía. Sus vínculos internacionales no dejaban espacio para la duda: Hitler, Mussolini, Dollfus, Salazar..., aunque ni siquiera tuvo el carácter de revulsivo modernizador con que el fascismo vistió a las fuerzas reaccionarias.

Publicidad

La derecha social española era la más reaccionaria de Europa, su fascismo habría de adoptar, necesariamente, formas provincianas, sumamente acordes con el nivel de desarrollo económico y social del país. En la misma dirección apuntaba su simbología, sus uniformados actos paramilitares, sus actitudes y comportamientos. La CEDA representaba eso y difícilmente hubiese mantenido su hegemonía de haber renegado de sus vínculos internacionales o de su política de profunda identidad facciosa, y no hay que olvidar ni por un momento el ascenso de Hitler al poder y la masacre de Viena. ¿Quién no hubiese dado legitimidad al alzamiento del movimiento obrero alemán contra el nazismo, si no hubiese sido presa la criminal política del social fascismo del estalinismo y la inhibición del SPD?

La reacción busca aparentar que el origen de los choques entre clases y de la ruptura con la República viene de los trabajadores, cuando en realidad estos han emprendido un movimiento defensivo frente a los terratenientes y burgueses que pisotean todos los derechos.

Publicidad

Frente al riesgo del fascismo y después del fracaso del periodo republicano socialista, el movimiento obrero español puso en pie una experiencia novedosa y que respondía a las necesidades de la lucha social: las Alianzas Obreras.

La iniciativa surgió del BOC y su escenario Catalunya. En el temprano mes de marzo de 1933 y teniendo en cuenta la influencia del BOC en Catalunya se intentó reagrupar al conjunto de organizaciones obreras: BOC, PSOE, FSL, ICE, USC, UGT, Sindicatos de Oposición de CNT, Sindicatos excluidos de la CNT y la Unió de Rabasaires. Por las razones ya mencionadas sólo se auto excluyeron la poderosa CNT (la mayor fuerza obrera de dicho territorio), la FAI, el PCC y su organización sindical CGTU.

Su acogida por las bases socialistas no sólo modificó la desesperanza en que se hallaba instalado el movimiento obrero, sino que introdujo un incremento de la confianza en las fuerzas propias. Las ilusiones sobre la colaboración republicano-socialista eran ya cosa del pasado, aunque formalmente el Gobierno republicano-socialista aún se mantenía (todavía estamos en 1933), mientras la ofensiva de la derecha reaccionaria se convertía en presente y amenazaba con arrollarlo todo. Pero estar a la altura de estas exigencias no parecía sencillo, sobre todo, estando reciente la represión sobre infinidad de luchas obreras.

La izquierda socialista representada por Largo Caballero no solo se convirtió en la fuerza mayoritaria, bajo su dirección, tanto el PSOE como la UGT fueron activos partidarios del frente único bajo la forma de Alianzas Obreras aunque otorgando a éstas una función auxiliar para el partido socialista.

Sin embargo, en el movimiento obrero también hubo hostilidad hacia la unidad, su rechazo no fue una actitud exclusiva de la CNT donde, a fin de cuentas, sus órganos regionales dispusieron de iniciativa y de libertad para adoptar su posición, por contradictoria que fuese con la mayoría confederal. Lo que permitió la constitución de la Alianza Obrera en Asturias. En cambio, fue el PCE la organización que adoptó una posición globalmente beligerante contra las Alianzas. Solo en octubre de 1934 el PCE modificará –sin reconocerlo- su posición. En Asturias el mismo 5 de octubre –comienzo de la insurrección- solicitará su entrada en la Alianza Obrera y su incorporación al Comité Provincial Revolucionario.

La Alianza Obrera fue una propuesta política adaptada a las difíciles condiciones concretas de un momento determinado. La Alianza Obrera, desbordando todas las previsiones, se convirtió en elemento fundamental de la cultura identitaria de clase, porque más allá de su configuración práctica, modificó los hábitos de unos y otros, cambió las relaciones entre las organizaciones haciendo sus preocupaciones más trasversales, una disrupción en el pensamiento, un salto en las ideas suministradoras de identidades (socialismo, democracia, revolución, República) que se prolongarán en el tiempo y que marcarán la nueva dinámica de la primacía de la política sobre la teoría. Pero sobre todo, por encima de todo, una confianza indestructible de que la unidad y la razón significaban que la democracia, el progreso y la historia estaban de su parte (en aquél entonces, se desconocía que no existen banderas que vayan con la historia). La interiorización, casi colectiva, de esta cualidad, bastaba para transformar una lucha de evidente naturaleza defensiva en ofensiva por el poder mismo.

La estructura social de la región asturiana otorgaba un protagonismo fundamental a la clase trabajadora. Una clase obrera joven, educada y preparada (no olvidemos que la región cuenta con una extensa red de escuelas rurales y con una de las más reducidas tasas de analfabetismo), pero por encima de todo, había sido capaz de generar una red cultural y asistencial sin parangón en el territorio español, resultado de la experiencia acumulada a través de los últimos 50 años y alimentado con un profundo nivel de organización y de identidad con las ideas socialistas.

Por otra parte, la pequeña propiedad agraria extendida en toda la región y una parte de las clases pequeño-burguesas, vinculan su suerte a los éxitos o fracasos del movimiento obrero. Por último, la ausencia de una burguesía autóctona, fundamentalmente porque la gran industria se relaciona con proyectos de inversión estatales y esto sin olvidar que muchas de estas industrias están en manos de capital extranjero.

El octubre asturiano ha sido denostado, vituperado, maldecido, simplificado y olvidado deliberadamente, sin embargo la fuerza revolucionaria de los obreros y el pueblo asturiano no puede ser ni ocultada, ni ensombrecida. "Dos veces dos ha tenido la ocasión para jugarse la vida en una partida, y las dos te la jugaste" dice Pedro Garfias en voz de Víctor Manuel.

El desenlace es conocido, los más de mil muertos, los casi 30.000 detenidos, las torturas en cuartelillos y comisarías, las infamias y calumnias de la prensa reaccionaria, el asesinato por la Legión del conocido periodista Luis de Sirval, expresan el régimen de terror impuesto al país. Aún insatisfecha con un escenario tan sanguinario, la derecha exige la pena de muerte sobre infinidad de procesados. Al final, sólo el sargento Diego Vázquez, que voluntariamente se puso al servicio de las milicias obreras y al anarquista Pichilatu, serán las víctimas escogidas. Nombres honrosos que contrastan con los de políticos y militares encargados de la represión general y de las represalias seleccionadas: el Jefe Gil Robles, el Presidente Lerroux, Salazar Alonso, ministro de Gobernación, Hidalgo, ministro de la Guerra, Franco, Yagüe, López Ochoa, Bosch, Solchaga, jefes de las diferentes columnas militares que ocuparon la región. Y por encima de todas las vilezas, el comandante de la Guardia Civil, Lisardo Doval, nombrado delegado especial de Orden Público y responsable de un sadismo que se haría conocido en todo el país. Este despreciable personaje llegaría a general y moriría pocos días antes que el dictador.

Para muchos es tentador decir que nada queda de lo que fue la Comuna asturiana. El tiempo transcurrido ha sido espectador de los profundos cambios operados, la desaparición de las generaciones protagonistas ni siquiera es el principal obstáculo ni el más significativo. Las estructuras sociales, los grupos y clases y las relaciones entre ellos, la experiencia acumulada sobre el tránsito de los capitalismos en los últimos 100 años, la desaparición de lo que fue el infame socialismo real, la geopolítica que reorienta las relaciones internacionales... En fin, se hace difícil reconocer hoy aquello que tomamos en herencia del pasado, voluntaria u obligadamente.

Pero al presente le resulta igualmente complicado emanciparse de por qué las cosas son de una manera y no de otra. Creer en un presente supuestamente autónomo es una utopía que anticipa terribles futuros, un presente sin memoria sería víctima de una ingeniería social reaccionaria que se elevaría por encima de los conflictos del presente. Nos ilustraría con posibilidades ajenas a cualquier derecho humano o a la más tímida consideración democrática.

Publicidad

Publicidad