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Opinión · Dominio Público

Europa al borde del abismo industrial

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Europa al borde del abismo industrial

Europa, antaño líder en innovación tecnológica y desarrollo industrial, se enfrenta a una crisis estructural que pone en jaque su supervivencia en el escenario global. La industria automovilística, pilar de la economía europea durante décadas, es uno de los sectores más afectados por esta decadencia, atrapada en una trampa de su propia creación.

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Mientras Europa ha intentado liderar la transición hacia el coche eléctrico, la realidad es que ha quedado rezagada, siendo superada tanto por EEUU como por China, quienes ahora dictan el ritmo de la evolución tecnológica en el sector. Especialmente China, donde solamente con su comercio interno de coche eléctrico ya supera al de combustión.

Un ejemplo reciente y devastador en Europa es la situación de Northvolt, empresa clave en la producción de baterías eléctricas, cuya incapacidad para reducir su dependencia de la tecnología china ha resultado en una serie de despidos masivos. Esta dependencia expone las debilidades de Europa en un sector que una vez lideró con orgullo: la investigación y desarrollo (I+D).  Ahora, en lugar de ser la vanguardia, Europa va a la zaga de potencias como China y EE.UU., viendo cómo su otrora poderosa industria se desvanece.

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A medida que los países asiáticos avanzan con velocidad en la innovación tecnológica, España y Europa observan, inmóviles, su propia decadencia. Un ejemplo es la planta de Nissan en Barcelona, que cerró definitivamente en 2021, dejando a miles de trabajadores desempleados, y ahora cuenta con una propuesta de reapertura por la empresa Omoda, de nacionalidad china. O el caso de Ford en España que ha enfrentado importantes desafíos en los últimos años en términos de empleo y viabilidad de sus operaciones. Ford ha reducido significativamente su plantilla, alrededor de 2.000 puestos de trabajo en menos de 5 años y la incertidumbre sobre el futuro de las instalaciones de Almussafes es real. Además, la situación es más sangrante ya que Ford ha recibido una importante cantidad de fondos públicos en forma de ayudas y subvenciones con el pretexto de mantener su actividad e inversión en España. Sin embargo, la compañía sigue despidiendo personal y anuncia que será necesario ajustar aún más la plantilla. Del mismo modo, en Europa vemos casos como el cierre de plantas de Volkswagen en Alemania, que supone un riesgo para la gran inversión de la marca en Sagunto.

Otro caso paradigmático es el de Bosch, que en 2022 anunció el cierre de su planta en Múnich para 2025, trasladando la producción a países con menores costes laborales. Esta deslocalización, impulsada por la búsqueda de competitividad en un mercado globalizado, refleja una tendencia cada vez más común entre las empresas europeas, que ven inviable mantener sus fábricas en el continente debido a los elevados costes de producción.

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Pero no solo la automoción ha sido golpeada, la industria tecnológica europea también está en declive. Siemens, la icónica empresa alemana, ha reducido drásticamente su capacidad productiva en Europa, externalizando gran parte de su fabricación a China y el sudeste asiático. O el declive de Alcatel-Lucent, empresa francesa de telecomunicaciones que había sido un referente en la industria tecnológica, cuya competencia con China la obligó a reducir su actividad en Europa, contribuyendo a la desaparición de empleos altamente cualificados. Otro ejemplo es la empresa sueca Ericsson, pionera en telecomunicaciones, que ha reducido considerablemente su producción en Europa y ha trasladado gran parte de su cadena de suministro a China y otros países asiáticos. Este cambio refleja la incapacidad de Europa para mantener industrias competitivas en un contexto globalizado y dominado por potencias emergentes.

La situación de la industria se ve agravada por un error estratégico en cuanto a los costes energéticos entre otros temas, lo que ha hecho inviable competir con China y otras economías emergentes. En lugar de liderar el cambio hacia energías renovables con agilidad, Europa ha sido lenta y torpe en su transición energética. A ello se suma la decisión, influenciada por EEUU., de cortar lazos energéticos con Rusia en el contexto de la guerra de Ucrania o con América Latina. Esta acción, impulsada por intereses geopolíticos espurios y en beneficios económicos para los norteamericanos, ha resultado en un encarecimiento brutal del suministro energético europeo, dificultando aún más la competitividad de su industria. El sabotaje a manos de Ucrania del Nord Stream, fue un golpe fatal para una Europa ya mermada por sus propios errores. Lo que con un contexto de paz habría sido una oportunidad para fortalecer la cooperación con Rusia y otros países estratégicos como Venezuela, Brasil o países centro-africanos, se ha convertido en una herida abierta que drena los recursos y la capacidad de reacción de la industria y la economía europea.

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Mientras tanto, Europa ha seguido perdiendo oportunidades diplomáticas con América Latina, África y otros países emergentes, donde un enfoque más pragmático, respetuoso con los derechos humanos y menos subordinado a los intereses de EE. UU podría haber generado alianzas estratégicas. En lugar de ello, la política exterior europea, por orden de Washington, ha apostado por embargos y conflictos innecesarios, alineándose con los intereses de la OTAN. Un ejemplo del desvío de prioridades es la reciente apuesta por la industria armamentística, una estrategia no solo negligente y contraproducente, sino que también refuerza la imagen de una Europa que fomenta la guerra en lugar de la paz. Esta estrategia, en lugar de fortalecer el continente, lo debilita al desviar recursos y esfuerzos de áreas clave como la innovación tecnológica, la transición energética y la producción industrial. Europa ha desperdiciado la oportunidad de ser ejemplo y valedor de la paz en el mundo y ahora forma parte del problema.

Estos meses desde la UE, a petición de EE.UU, se está incrementando el creciente enfrentamiento comercial con China que añade otra capa de complejidad a la crisis industrial europea. Los aranceles impuestos a productos chinos, mientras se presentan como una medida de protección, corren el riesgo de eliminar las ya de por sí reducidas oportunidades de exportación a uno de los mercados más dinámicos del mundo. Este error estratégico no solo complica las relaciones comerciales entre Europa y China, sino que podría acelerar el colapso de sectores industriales europeos que dependen de las exportaciones.

España debe desvincularse de una política económica suicida y una postura política servil, ya que no le aporta beneficio alguno, sino todo lo contrario: pone en riesgo numerosas exportaciones clave hacia China que son fundamentales para nuestra economía. El error de Europa en la escalada de tensiones entre China y EEUU, que arrastra al continente como un mero seguidor, no debería afectar a España. Hay demasiado en juego.

Por todo esto podemos afirmar que la industria europea ha sido, en muchos sentidos, víctima de su propia trampa. A medida que las potencias emergentes como China, India y Brasil avanzan rápidamente en la creación de nuevas tecnologías y mercados, Europa se enfrenta a una encrucijada. La deslocalización de empresas clave es solo la punta del iceberg, si Europa no reevalúa su papel en el escenario global, corrigiendo sus errores estratégicos en energía, derechos humanos, diplomacia y tecnología, no solo perderá su relevancia, sino que podría condenar a su industria a la desaparición total en el corto y medio plazo. El tiempo para una reacción efectiva se agota y las decisiones que se tomen en los próximos meses determinarán si Europa puede recuperarse o si se hundirá irremediablemente en la irrelevancia industrial, laboral y económica.

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