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Opinión · Dominio Público

Sobre el buen nombre de Sabino Fernández Campo

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Sobre el buen nombre de Sabino Fernández Campo

Leemos con asombro y pena en este diario el artículo titulado "El 23-F del rey Juan Carlos que Sabino describió y Armada calló", firmado por Carlos Enrique Bayo y publicado el pasado 22 de octubre.

No pretendemos con esta carta incitar discusión alguna con el Sr. Bayo, pues entendemos que se ha basado en la información facilitada por su fuente y presumimos que sus razones tendrá para haber prescindido de contrastarla con la familia de Sabino Fernández Campo, al menos en aquellos aspectos que a buen seguro conocemos con mayor precisión que cualquier otra persona.

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Sí es nuestro deseo, en cambio, poner en duda el testimonio de esa fuente, en la medida en la que el artículo en cuestión, publicado casualmente en un momento en el que todo lo relacionado con chantajes al Rey Don Juan Carlos parece despertar el interés de la audiencia, contiene numerosos datos erróneos, dicho sea con el mayor respeto.

Sabino Fernández Campo no tuvo ocho hijos, sino diez, de los que vio en vida fallecer a cinco. Pero ni siquiera golpes tan duros como cada una de esas pérdidas lo llevaron jamás a refugiarse en los efluvios a los que alude el artículo. Muy al contrario, siempre fue un hombre de cabeza fría y, dicho sea de paso, con el suficiente valor como para opinar en todo momento lo que creía mejor para la Institución y para el interés general, gustara o no. De hecho, su destitución como Jefe de la Casa de S. M. el Rey tuvo mucho que ver con la sinceridad y la transparencia con la que siempre expresó sus opiniones en el desempeño de su cargo, anteponiendo en todo momento sus obligaciones a sus intereses y procurando siempre servir, en lugar de servirse de las prerrogativas que le confería su cargo.

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Es especialmente doloroso para su familia leer en el artículo que, a cambio de no revelar secretos, Sabino Fernández Campo, una vez fuera ya de la Casa Real, exigió que se le concediera un marquesado y que, al no ser posible por ser ya titular de un condado desde hacía apenas un año, el Rey Don Juan Carlos se vio obligado a otorgarle la Grandeza de España.

Conservamos con el mayor orgullo el documento suscrito por el propio Rey al otorgarle en abril de 1992, en atención a su "leal consejo y generosidad ilimitada en las tareas que me ha correspondido realizar a lo largo de una etapa trascendental en la historia de España (...), el título de Conde de Latores con Grandeza de España para sí y sus sucesores". Condado de Latores y Grandeza de España en unidad de acto en 1992, y no la segunda un año después como consecuencia de exigencia alguna de Sabino Fernández Campo a cambio de su silencio sobre todo aquello de lo que pudiera haber sido testigo, como con toda falta de rigor, quién sabe si intencionadamente, parece sostener la fuente en la que se basa el artículo. Es tan llamativo y tan fácilmente desmontable el error en este punto que, con el mayor respeto, a nada de lo que la fuente afirma se le debería conceder la más mínima credibilidad.

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Y, por supuesto, jamás pretendió Sabino Fernández Campo obtener recompensa inmobiliaria alguna a cambio de su discreción. Quien lo conoció sabe perfectamente que lo último que habría pretendido es vivir de forma ostentosa, y menos en un palacio en el centro de su Oviedo natal, como de forma completamente descabellada el artículo también afirma. No en vano, vivió siempre en un pequeño apartamento en el centro de Madrid e hizo gala de la austeridad que entendía que debía presidir la vida de un servidor público.

Coincidiendo con la publicación del artículo en este diario hemos tenido conocimiento de otra en un medio distinto, en la que se afirma que el gran edificio de la Transición española es una de las obras más deslumbrantes de la arquitectura política del siglo XX, y que en su construcción participaron junto al Rey grandes hombres de Estado, todos ellos Padres Fundadores de la democracia española, entre los que el artículo incluye Sabino Fernández Campo.

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Para nosotros esto último es la única verdad.

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