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Opinión · Dominio público

El laboratorio islandés

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Víctor Sampedro

Catedrático de Comunicación Política de la URJC

Elvira Mendez Pinedo

Catedrática de Derecho de la Universidad de Islandia, autora de La Revolución de los vikingos.

Tras las elecciones del 27 de abril, la prensa internacional ha dictado que los islandeses olvidaron su revolución y devolvieron el poder al centro-derecha que les llevó a la bancarrota. La supuesta revolución vikinga ni siquiera habría tenido tiempo de devorar a sus hijos; ni estos, por supuesto, de matar al padre. Indignados del mundo y quincemayistas españoles se preguntan perplejos ¿qué ha ocurrido?,  ¿la historia retrocede?

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La lectura interesada de los resultados electorales y concebir la historia de forma lineal impiden ver Islandia como el laboratorio donde se intenta fraguar un cambio estructural de gran calado. Este será (siempre ha sido) un proceso de idas y venidas, avances y retrocesos. No en vano se trata de deconstruir una Islandia vieja, que no acaba de morir, y de avanzar una Islandia nueva: una democracia del siglo XXI marcada por la transparencia, la rendición de cuentas y la participación. Donde leen Islandia, pueden escribir el nombre de cualquier comunidad de 300.000 personas que sufran en sus carnes el fraude llamado crisis. De ahí la importancia de las falsedades y los silencios que pesan sobre la (r)evolución islandesa.

Veamos los resultados electorales: el porcentaje de votos, la variación sobre las elecciones de 2009  y los escaños obtenidos.

Partido Independentista: 26.7% (sube un 3%), 19 escaños

Partido Progresista: 24.4 % (sube 9.6%), 19 escaños

Alianza Social Demócrata: 12.9% (baja 16.9%), 9 escaños

Movimiento Izquierda Verde: 10.9% (baja  10.8%), 7 escaños

Futuro Brillante: 8.2% (nuevo partido), 6 escaños

Partido Pirata: 5.1% (nuevo partido), 3 escaños

La oposición islandesa, los dos partidos de centro-derecha más votados, subieron un 12.6% recabando el 51% de los votos. La coalición socialdemócrata y verde, que llegó al poder en 2009, perdió un 27.7% de los votos. En consecuencia, el centro-derecha gobernará con mayoría parlamentaria, aunque escasa (38 diputados sobre 63). Para algunos estos números bastan para afirmar que Islandia vuelve al pasado. Unos quieren confirmar que solo existe una salida ortodoxa a la crisis. Cultivan así el nihilismo que alimenta el cinismo de los políticos y la resignación popular. Otros, aprovechan para criticar la impotencia de las (r)evoluciones en curso en otros lugares del mundo y se refugian en la nostalgia de asaltar los palacios de invierno.

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Pero como recoge el Icelandic Review, estas elecciones han sido históricas y más novedosas de lo que se quiere reconocer. La victoria de la vieja Islandia es una simplificación. El Partido Independentista, que lideró Islandia durante el s. XX, fue el más votado. Cierto, pero este es el peor resultado de su historia, exceptuando cuando fue expulsado del poder en 2009. Es, sin embargo, el Partido Progresista el que se lleva la máxima victoria desde 1979. Y lo hace por su campaña ayudada por la victoria ante el Tribunal de la EFTA por la disputa del banco quebrado Icesave y por sus promesas de reestructurar la deuda privada. Dos importantes novedades en su agenda. Por otra parte, nunca antes nadie había sufrido una pérdida de votos tan acusada como la de la Alianza Social Demócrata. Nunca la participación ciudadana en unas elecciones generales había sido tan baja (81.4%). Y, sobre todo, nunca había sucedido que los cuatro partidos tradicionales y mayoritarios obtuvieran solo un 74.8% de los votos, enfrentándose a 11 nuevos partidos. Gracias a un 13,3% llegan al Parlamento dos nuevas formaciones: Futuro Brillante (ligado al Mejor Partido que rige la alcaldía de Reykjavík por una gran mayoría) y el Partido Pirata (el primero que entra en un parlamento estatal). Un 12% de votos dispersos no consiguieron representación parlamentaria y un 2.2% fueron en blanco.

Las elecciones, por tanto, no implican precisamente una vuelta al (mismo) centro-derecha, aunque conduzca a un gobierno de coalición de ese signo. Islandia retiró la confianza a un gobierno reformista que incumplió mandatos ciudadanos claros. Le ha dado la victoria, sobre todo, a un Partido Progresista con una agenda renovada. Y ha apostado por partidos emergentes: formaciones que consiguen representación parlamentaria reclamando cambios de enorme calado y con prácticas políticas innovadoras.

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¿Por qué se derrumba el Gobierno socialdemócrata y de izquierda?

Colaboró con el FMI para recuperar el crecimiento económico y el margen de maniobra. Protegió a los más vulnerables y consolidó el presupuesto con aumento fiscal. Pero dos incumplimientos les han pasado factura: su apuesta por la negociación diplomática en el conflicto Icesave y su impotencia para cancelar y renegociar la deuda. A esto se añade la renuncia a impulsar la primera wikiconstitución redactada por la ciudadanía. Ignoraron, en suma, las demandas democráticas y legítimas de la ciudadanía que decían representar. En lo inmediato y material, nos referimos a Icesave y a la deuda privada. En las aspiraciones de regeneración democrática, al proceso constituyente iniciado desde abajo.

En dos plebiscitos (2010 y 2011) el 93% y el 60% de los ciudadanos rechazaron los acuerdos del Gobierno y el Parlamento para convertir la deuda privada de los bancos y, en especial, la de Icesave en deuda soberana. No existía obligación jurídica europea o internacional para ello, tal como dictaminó el Tribunal de la EFTA en enero de 2013. Y para muchos islandeses, la elite política que les había permitido hablar directamente en los referéndums traicionó su mandato.

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Además el Ejecutivo salido de “la revolución de las cacerolas” no abordó la incorrecta estimación de la deuda que abruma a numerosas familias y pequeñas empresas tras el colapso financiero. Su lista de acciones y omisiones es larga y dolorosa. El Gobierno ignoró protestas masivas, minimizó con datos sesgados el problema, adoptó una ley (declarada parcialmente inconstitucional) contra quienes tomaron préstamos indexados a divisas extranjeras y aprobó una legislación de mínimos que fue desactivada por el sector financiero. Esto afecta también a los  fondos de pensiones y permite la discriminación arbitraria según el banco con el que se trate. Por último, se ignoró la iniciativa legislativa popular de un 20% del electorado para acabar con la indexación de los préstamos a la inflación.

El nuevo líder de los socialdemócratas, Arni Páll, fue tachado frecuentemente en Internet como “el enemigo público no1 de Islandia”. Traicionó a los deudores atrapados en una legislación favorable a los bancos y que fue impugnada ante la Comisión Europea, la EFTA y el Parlamento Europeo. Traicionó la reforma constitucional prometida por la Primera Ministra y ahora aparcada sine die, tras el referéndum de apoyo mayoritario de octubre de 2012. El electorado se ha decantado, por tanto, por la necesidad más pragmática: solventar sus problemas económicos. El Movimiento Ciudadano y Alerta Democrática - que situaron la reforma constitucional como máxima prioridad - no obtuvieron escaños. Pero en alianza electoral habrían superado el 5%. La división de fuerzas en un sistema electoral, no reformado y con ese umbral mínimo de representación parlamentaria, es un aviso para navegantes de otros mares.

¿Por qué se otorga confianza al Partido Progresista?

Apoyado en un discurso resistencialista en la disputa de Icesave y con la suerte de una sentencia europea favorable, este partido ha avanzado prometiendo que reestructurará la deuda privada, ayudando a los hogares y emprendedores, y comprometiéndose a ilegalizar la indexación de los préstamos a la inflación. Por la magia de la configuración y estructuración de los créditos, unas cuantas generaciones de islandeses se ven atrapados en una prisión económica de por vida.  Este partido de centro renace de sus cenizas, se regenera y promete solucionar los problemas sin crear déficit público, buscando que sean los fondos de inversiones los que sufraguen vía impuestos una medida excepcional. El Partido Progresista ha prometido que quienes recompraron los bancos de Islandia a precio de saldo (y ahora obtienen pingües beneficios por la indexación de los préstamos) contribuyan al bien común aliviando las circunstancias brutales de los endeudados desde 2008. Una de las propuestas más interesantes de este partido ha sido soslayada. Se trata reformar el sistema financiero y monetario tal y como postulan economistas críticos como Stiglitz y otros allegados al FMI. Apuestan por soluciones radicales: aumentar el control público del sector, separar la banca clásica y la de inversión, regular la creación de dinero-deuda privada, e impedir el uso de los depósitos bancarios para inversiones de riesgo que amenazan la estabilidad del sistema financiero. Ante esta agenda electoral y quizás de gobierno, ¿cabe seguir afirmando un retroceso, una vuelta a lo de siempre?

Quo vadis Islandia?

No está tan claro que Islandia vuelva a lo peor de su pasado. La población ha perdido la inocencia tras la crisis y casi la mitad (49%) no votó a los dos partidos de centro-derecha. Los nuevos partidos podrían ejercer de bisagra, manteniendo viva la senda (r)evolucionaria de la interesantísima ley de libertad máxima de medios e información (IMMI) y “la constitución del pueblo”. Junto a socialdemócratas y verdes-comunistas puede surgir una oposición crítica en el Parlamento, pero la partida de la legitimidad se jugará en la calle. Las reformas emprendidas en Islandia son de largo alcance y algunas no permiten marcha atrás. Un ejemplo: tras las elecciones, el 1 de Mayo desfilaron por Reykjavik miles de ciudadanos. Una “marea” roja celebraba el día del trabajador y otra verde exigía la protección ambiental, frente a los nuevos proyectos de explotación hídrica y fábricas de aluminio.  “Garanticemos un desarrollo económico social y sostenible”, este es el mensaje lanzado al nuevo Gobierno. Recordemos que el 82% de los votantes del proyecto constitucional refrendaron que los recursos naturales no sujetos a derechos de propiedad privada (como recursos pesqueros) fuesen bienes comunes, propiedad de la nación.

Respecto a la restructuración de la deuda, se abre un nuevo frente apasionante de ser seguido. ¿Estamos ante un nuevo populismo islandés asentado en falsas promesas electorales? ¿Es un brindis al sol o legislarán para los ciudadanos y no para los bancos? ¿Gobernarán para los suyos, ayudando a sus más allegados, como se le acusa de haber hecho en el pasado? ¿O gobernarán para todos como han prometido en campaña? ¿Y con qué resultados económicos?

El desencaje entre la democracia representativa y la directa, expresada en referéndums, la protesta en la calle y la participación digital. La urgencia de que los partidos con opción a gobernar incorporen agendas en verdad transformadoras y de que se consoliden bloques electorales que las radicalicen. La necesidad de crear entidades políticas conectadas a la calle y a la red, y de que la ciudadanía siga presionando desde ambas esferas.  algun esferas.sn su segundo aniversario.tuir bloques de progreso.Estas son, a nuestro entender, algunas lecciones del “laboratorio islandés”. Allí se siguen ensayando cambios estructurales de largo aliento. Pero a la ciudadanía solo se le brinda la potestad de emitir un voto cada cuatro años para hacerlo avanzar. Quizás la líder del Partido Pirata, la diputada Birgitta Jónsdóttir, acierte al afirmar: “Les ha costado veinte años arrebatarnos nuestros derechos y necesitaremos otros tantos para recuperarlos”. Y porque se intenta más que recobrar, redefinir y actualizar esos derechos, otros por aquí señalan que “vamos despacio, porque vamos lejos”. Las elecciones en Islandia no conllevan el fracaso de una (r)evolución muy ambiciosa y compleja, por lo que anhela y por lo que propone. Lo importante es que la ciudadanía que un día despertó siga en vela. Precisamente, el mensaje del 15M en su segundo aniversario.

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