Opinión · Dominio público
¿Hacia dónde va Israel?
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IGNACIO ÁLVAREZ-OSSORIO
Israel afronta estos días su enésima crisis de gobierno como consecuencia de la dimisión de su primer ministro, que se comprometió a materializar este mes de septiembre. Investigado por corrupción, Ehud Olmert abandonará su cargo sin haber llevado a la práctica el programa electoral del Kadima, que contemplaba una desconexión unilateral de Cisjordania similar a la desarrollada en 2005 en la Franja de Gaza. Tampoco dispone ya del tiempo necesario para alcanzar un acuerdo sobre la creación de un Estado palestino, tal y como recogiera la Declaración de Anápolis apadrinada por el presidente George W. Bush.
Aunque el secretismo rodea las negociaciones, las últimas filtraciones a la prensa israelí (que deben tomarse con suma cautela dada la experiencia de Camp David) hablan de una retirada del 93 % de Cisjordania y de un intercambio de territorio del 5,5 %, gracias al cual Israel podría anexar los principales bloques de asentamientos construidos ilegalmente desde la guerra de los Seis Días, dando a cambio territorio desértico del Neguev conlindante con Gaza. El principal escollo, como antaño, sigue siendo el futuro de Jerusalén Este, que, desde su ocupación, ha sufrido una intensiva colonización con el asentamiento de 250.000 judíos y con su separación física de Cisjordania mediante la construcción del muro, diversas carreteras de circunvalación y, ahora, un tranvía metropolitano. Debe tenerse en cuanta que, con toda probabilidad, dicha filtración sea interesada y responda al interés de Olmert de pasar a la historia como una “paloma” que buscó la paz hasta el último momento y no como el primer ministro que debió abandonar su cargo por corrupción.
Se pasa por alto que un acuerdo de esas características difícilmente sería aprobado por una Knesset profundamente atomizada que está, en la práctica, en manos de partidos bisagra que disponen de capacidad de veto. Al margen de los escaños obtenidos por la fórmula Kadima en las pasadas elecciones (que no volverán a repetirse debido a que no contará con el efecto Sharon y, además, pagará un alto precio por el desgaste sufrido por Olmert en los dos últimos años), sorprende ver cómo los dos partidos sionistas tradicionales –el Laborista y el Likud– apenas suman 31 escaños de los 120 escaños en la actual Cámara, frente a los 32 del triángulo formado por el ortodoxo Shas, el radical Yisrael Beitenu y el nacionalista Mafdal, ninguno de ellos favorable a un Estado palestino, aunque sea Israel el que delimite unilateralmente cuáles han de ser sus fronteras al margen de la legalidad internacional.
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Tras buscar infructuosamente un acuerdo de paz durante 15 años, las palomas han pasado a otras formaciones minoritarias (como Yossi Beilin, otrora ingeniero del proceso de Oslo y ahora al frente del Meretz), han abandonado la política activa (caso del laborista Shlomo Ben-Ami) o, simplemente, han declinado participar en las negociaciones. Con las palomas recluidas en sus cuarteles de invierno, son los halcones los que marcan la agenda política. Conscientes de que el proceso negociador es cada vez más asimétrico y de que la comunidad internacional parece haber arrojado la toalla, abrazando la tesis israelí de que la cuestión palestina, hoy en día, debe contemplarse bajo el prisma de lo humanitario (como muestra su tratamiento de la crisis de Gaza), los herederos de Jabotinsky y Ben Gurion han unido sus fuerzas para profundizar la colonización siguiendo la máxima de Sharon: “Toda colina que tomemos será nuestra”.
Ante este desalentador panorama no debe extrañarnos que algo comience a moverse en la escena palestina. Como certeramente me resumiera Muhammad Shtayyeh, director del Consejo Económico para el Desarrollo y la Reconstrucción y uno de los prohombres de la Autoridad Palestina, en un reciente encuentro mantenido en Ramala: “Estamos construyendo una casa con tres pisos. En el tercer piso están los americanos, en el segundo los israelíes y en el primero nosotros. La casa no tiene todavía ni ascensor ni escaleras que comuniquen los pisos; no hay ninguna comunicación entre los tres niveles. La Administración de Bush ha planteado solamente una visión sobre el Estado palestino. El Gobierno israelí, por su parte, se contenta con impulsar una nueva declaración de principios. Nosotros buscamos poner fin a la ocupación”.
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Ante la imposibilidad de construir un Estado sin continuidad territorial, algunos de los principales estrategas comienzan a pronunciarse a favor de la disolución de la Autoridad Palestina y la creación de un Estado binacional. Mustafa Barguzi, secretario general de la Iniciativa Nacional y uno de los miembros más destacados de la sociedad civil palestina, resumía la situación de la siguiente manera: “El movimiento nacionalista ha venido luchando desde décadas por un Estado en las fronteras de 1967, de acuerdo con las resoluciones de las Naciones Unidas, pero Israel pretende imponer uno formado por bantustanes y cantones basado en un sistema de apartheid. Estamos en una situación similar a la de Sudáfrica en los años setenta”.
También Sari Nuseibeh, rector de la Universidad del Quds y uno de los negociadores que tomaron parte en la Conferencia de Madrid, se ha sumado al debate. En una reciente entrevista al diario israelí Haaretz, el dirigente ha lanzado todo un órdago: “La ocupación es terrible y el asedio está en todas partes… Los europeos están financiando la ocupación y, además, están contentos porque consideran que están haciendo algo que limpia su mala conciencia… Deberíamos comenzar un debate y retomar la idea de un solo Estado. Luchar por la igualdad y por el derecho a la existencia, el retorno y la igualdad. Es un proceso lento que tomará años y deberá ser un movimiento pacífico, tal y como aconteció en Sudáfrica”. No hay duda que soplan nuevos vientos en la escena palestina.
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IGNACIO ÁLVAREZ-OSSORIO es profesor titular de Historia Contemporánea del Islam en la Universidad de Alicante
Ilustración de PATRICK THOMAS
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