Opinión · Ecologismo de emergencia
Suelo fértil, un bien común en riesgo severo
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Hace pocos días, el 22 de junio, “celebrábamos” el Día Mundial del Suelo y la Tierra Fértil.
Cada año se pierden alrededor de 12 millones de hectáreas de tierra por la degradación. Además de empeorar la vida de por lo menos 3.200 millones de personas, la degradación del suelo cuesta más del 10% del PIB global anual en servicios de los ecosistemas perdidos. Servicios como evitar la escorrentía de nutrientes nocivos en riachuelos o disminuir los efectos de inundaciones. Detener y revertir las tendencias actuales de degradación del suelo podría generar hasta 1.4 billones $/año de beneficios económicos y ser de mucha ayuda para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Y es que el uso no sostenible del suelo causa cicatrices en la Tierra que permanecerán durante generaciones. Para evitarlo o suavizar los efectos de su degradación, se debe abordar de manera urgente su regeneración. Un suelo sano es la columna vertebral de un sistema alimentario sano. También del mantenimiento de los ecosistemas terrestres, ya muy alterados por nuestra civilización.
La degradación del suelo, la pérdida de la diversidad biológica y el cambio climático son tres elementos del mismo desafío: el impacto grave de nuestras acciones sobre la salud de nuestro planeta, que, impacta inevitablemente sobre nuestra propia salud. Y empeorará por el crecimiento de la población, un consumo sin precedentes, la economía globalizada y el cambio climático, salvo que se coordinen acciones de gobernanza global.
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Los estilos de vida de alto consumo en las economías más “desarrolladas”, combinados con el consumo en aumento en las “economías en desarrollo y emergentes”, (reconozco que son formas de referirse a los estados que no me gustan, pero que se usan mayoritariamente) son los factores que impulsan la degradación del suelo a nivel mundial. Estudios realizados en Asia y África indican que no actuar sobre la degradación del suelo cuesta por lo menos tres veces mas que actuar.
Sin una acción urgente, para el año 2050 se proyectan pérdidas adicionales de 36 gigatoneladas de carbono de los suelos, especialmente del África subsahariana (equivalente a casi 20 años de emisiones del sector de transporte en todo el mundo). Por deforestación y degradación de bosques, por el secado y quema de turberas y por la disminución del contenido de carbono en muchos suelos cultivados y en las praderas debido a la excesiva perturbación y retorno insuficiente de materia orgánica al suelo.
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En regiones montañosas y de latitudes altas, el derretimiento del permafrost y la retirada de los glaciares causan movimientos masivos de tierra como desprendimientos y subsidencia de superficies (desmoronamientos, hundimientos) lo que provoca una erosión acelerada, también como resultado de fenómenos meteorológicos mas extremos.
No podemos olvidar que la degradación de las tierras se debe en gran medida a la rápida expansión agrícola y al manejo insostenible de las tierras de cultivo. Y son el origen de la pérdida de biodiversidad y el daño en los servicios que prestan los ecosistemas de los que dependemos. Pero no solo.
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Son tres los ámbitos en que el consumo de suelos nos está empobreciendo en este recurso fundamental: el ya mencionado de la agricultura; en segundo lugar, el de actividades industriales intensivas como la ganadería de macrogranjas inmensas y muy contaminantes o la minería a cielo abierto que acaba con grandes extensiones de suelos literalmente devastados. Y por último, una ocupación debida a planeamientos urbanísticos y de infraestructuras desproporcionados que sellan los suelos impidiendo que cumplan sus múltiples funciones.
Las presiones a que están sometidos los suelos tienen que ver con su uso como sustrato de la actividad agrícola, o con ser receptores de vertidos altamente contaminantes de todo tipo de industrias extractivas entre las que se incluyen la minería y la ganadería industrial (que concentra en deplorables condiciones a los animales). También en un porcentaje nada despreciable las presiones vienen al cubrirlos con cemento y asfalto, que los mata literalmente, por políticas de ordenación del territorio que especulan con los suelos. Estos son calificados para alimentar un urbanismo absolutamente desproporcionado y dañino. Tal es el caso de Leyes de suelo, como la que pretende aprobar el gobierno andaluz en esta legislatura, que favorecen los usos especulativos de este bien.
El sellado de suelos, para darle usos de carácter permanente, es de difícil reversión. Mención aparte merece la situación de los suelos de nuestras costas. Hay que plantear en el litoral, no solo el freno a la desmesura urbanística sino la reversión de usos intentando recuperar suelos ya consumidos. Es a lo que algunos expertos se refieren como “esponjar” el litoral para hacerlo resiliente a los escenarios de subida del nivel del mar. Y esponjar, no significa la construcción intensiva de infraestructura de defensa, como puertos, paseos marítimos y espigones, que ya han afectado gravemente a la “dinámica” costera y los sedimentos marinos, sino todo lo contrario.
Solo la deforestación es responsable de mas del 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero inducidas por actividades humanas, en zonas como las selvas y bosques primarios que son los mas ricos y frágiles, dejando desprotegidos y degradados sus suelos y liberando el carbono que este almacenaba.
Dada la importancia que tienen las funciones del suelo absorbiendo y almacenando carbono, evitar, reducir y revertir su degradación, podría contribuir a mejorar la situación global respecto a las emisiones, además de aumentar la seguridad alimentaria, contribuyendo a evitar el conflicto y la migración.
Tenemos un modelo agrario que está empeorando con rapidez los suelos de los que depende. Es un modelo que viene de la revolución verde, en la 2ª mitad del siglo XX, que aumenta enormemente la producción, pero a costa de llegar a un notable empeoramiento de los recursos básicos necesarios en la Agricultura, que son: Agua, Suelo, Diversidad genética (especies) y Energía. Es un modelo que desincentiva las explotaciones familiares pequeñas y medianas que son las garantes de la soberanía alimentaria y las desprecia por considerarlas ineficientes, inviables y alejadas del modelo agroexportador que se promueve desde los gobiernos en todos niveles institucionales. La producción de alimentos seguirá contribuyendo al deterioro, si no hay cambios en la forma de producir. Por ello mantener el suelo fértil como sustrato vivo, evitando su erosión y conservando su estructura que es la que le ha permitido ser esa capa de piel viva que sostiene ecosistemas y la vida en ellos, es tarea fundamental.
Algunos estudios pronostican que aproximadamente la mitad de la población vivirá en zonas áridas en pocos años. La degradación del suelo, junto a otros problemas relacionados con el cambio climático, habrán forzado a muchos millones de personas a emigrar. La decreciente productividad de la tierra hace que las sociedades sean más vulnerables e inestables, particularmente en las zonas áridas, donde años con lluvias extremadamente escasas se asocian a aumentos de hasta el 45% de conflictos violentos.
Es de suma importancia por ello, evitar, reducir y revertir la degradación del suelo, porque actuaría sinérgicamente respecto a casi todos los objetivos internacionales de desarrollo, y los ODS promovidos por Naciones Unidas.
Opciones para la restauración del suelo
En cada ecosistema se encuentran ejemplos exitosos de restauración del suelo. Hay que buscar las mejores estrategias para cada caso.
Por ejemplo, en los agrosistemas, a las tierras de cultivo se les debe facilitar manejos que disminuyan la pérdida de suelo y mejoren su salud. Y, mientras se consigue, disponer de cultivos que toleren la salinidad o se adapten a condiciones alteradas de suelos pobres, contaminados o demasiado secos. Emplear la agricultura de conservación, cultivos integrados, sistemas de silvicultura y ganado que vayan mejorando progresivamente esos suelos degradados.
En las áreas urbanas, plantear planeamientos urbanísticos que, además de dar voz a las necesidades que plantean los ciudadanos, aborden la necesidad de diseños urbanos con replantación de especies nativas en parques, aumento de los mismos y renaturalización de cauces de ríos, cuando estos atraviesan las urbes, restauración de suelos contaminados, como en el caso de los suelos industriales que dejaron de serlo y que tras su recuperación pueden servir para esa ampliación de zonas arboladas que esponjen la trama urbana (caso del BUM en Málaga). Y emplear menos cemento sellando suelos en el diseño de espacios urbanos.
Evitar, reducir y revertir la degradación del suelo podría ofrecer más de un tercio de las actividades más rentables para la mitigación de gases de efecto invernadero necesaria para 2030, y para mantener el calentamiento global debajo de los 2 °C, aumentar la seguridad de los alimentos y del agua y contribuir a evitar el conflicto y la emigración. Imposible permanecer indiferente frente a este desafío.
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