Opinión · Ecologismo de emergencia
Gijón, capital del antitaurinismo español
Periodista, doctor en Historia, subdirector del Observatorio Justicia y Defensa Animal y autor de ‘Pan y Toros. Breve historia del pensamiento antitaurino español’
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El Ayuntamiento de Gijón acaba de anunciar el fin de la tradicional feria taurina de Begoña, que desde hace años se celebra cada verano en esta ciudad. En un sentido histórico, esta noticia ha hecho justicia. No en vano, como veremos a lo largo de este artículo, la tradición antitaurina de Gijón en particular, y de Asturias en general, es digna de ser reconocida. Empecemos con una fecha, la del 15 de agosto de 1914.
En aquel día, que era sábado, se celebró en Gijón una de las manifestaciones antitaurinas más multitudinarias de comienzos del siglo XX. En aquella tarde, mientras en la plaza de toros de la ciudad se celebraba una corrida en el marco de la feria de Begoña, en otra parte de Gijón (en concreto en la explanada del Coto de San Nicolás) se convocó a la ciudadanía a una Fiesta cultural y antitaurina a la que asistieron entre tres y cuatro mil personas. Algunas de ellas eran tan insignes como el político republicano, regeneracionista y progresista Gumersindo de Azcárate, o el por aquel entonces rector de la Universidad de Oviedo, Aniceto Sela.
Pero, sobre todo, asistieron ciudadanas y ciudadanos (familias enteras, cuentan las crónicas) que, con su presencia en aquel acto popular, pretendían dejar bien clara su oposición a la tauromaquia. Hoy en día, ante el reciente anuncio del Ayuntamiento de Gijón, se sentirían muy orgullosos de la herencia de paz y civismo que dejaron tras de sí.
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Aquel 15 de agosto de hace 107 años también se demostró lo que otro destacado gijonés, el ilustrado Melchor Gaspar de Jovellanos, ya defendía a finales del siglo XVIII: la mal llamada fiesta nacional ni es fiesta ni es nacional. El célebre jurista, escritor, economista, político reformista y pedagogo asturiano también se mostraría muy satisfecho hoy ante el anuncio del fin de la feria de Begoña. Jovellanos, gran referente de la Ilustración española, se opuso a la tauromaquia por considerar que la barbarie es contraria a la razón pero, además, también por motivos humanitarios y de compasión ante el sufrimiento animal.
Jovellanos es el máximo exponente del antitaurinismo asturiano, pero ni mucho menos es el único. Y es que, como digo, la historia nos ha dejado claras evidencias de la existencia de una importante cultura antitaurina en Asturias en general y en Gijón en particular. En lo que a Asturias se refiere, conviene recordar al poeta avilesino Francisco Bances Candamo (1662-1704) o al religioso ilustrado Benito Feijoo, quien mantuvo una estrecha relación con Asturias hasta el punto de que llegó a ser vicerrector de la Universidad de Oviedo. Asimismo, entre los ilustres antitaurinos asturianos también cabe citar a escritores de la talla de Leopoldo Alas Clarín, catedrático de la propia Universidad de Oviedo, o al novelista Armando Palacio Valdés. Ambos mostraron en varios de sus libros críticas directas a la barbarie taurina.
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Pero el listado de destacados antitaurinos asturianos es muy amplio. Por ejemplo, toca hablar del crítico literario y de arte José Francés (Madrid, 1883-1964) quien, a pesar de no haber nacido en Asturias, siempre se consideró del Principado, ya que todos sus ascendientes procedían de Llanes y de Gijón. Francés se refiere a la tauromaquia como la «lepra taurina», y la responsabiliza de causar el empobrecimiento espiritual y cultural de España.
Asimismo, conviene destacar a la periodista y escritora María Luisa Castellanos (Llanes, 1892-México, 1974), considerada una auténtica pionera del feminismo en España, y que fue una de las primeras mujeres en estudiar en la Universidad de Oviedo (se matriculó en Derecho). Por su parte, el pintor y escritor Darío de Regoyos (Ribadesella, 1857-Barcelona, 1913), un renombrado artista que expuso su obra en Bruselas, Amberes, Ámsterdam, París, La Haya, Madrid, Bilbao, Berlín, Londres, Burdeos, México D. F., Buenos Aires, Múnich o Barcelona, también mostró críticas a la sanguinolenta tauromaquia tanto en sus lienzos como en su obra escrita (es el caso del libro titulado España Negra, publicado en 1899).
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Pero, como digo, además de estos grandes intelectuales, la propia sociedad asturiana fue de las primeras en organizarse horizontalmente para manifestarse en contra de la barbarie taurina. El culmen de todo ello fue este multitudinario festival antitaurino de 1914, promovido por la Sociedad Antiflamenquista Cultural y Protectora de Animales y Plantas de Gijón, y que fue secundado y apoyado por numeras organizaciones y personalidades, entre ellas el rector de la Universidad de Zaragoza, la Juventud Socialista de Oviedo, la Agrupación Socialista Femenina de Madrid, la Sociedad Antitaurina de Éibar, el Comité Central de las Juventudes Socialistas de Madrid, o autores de tanto renombre como Jacinto Benavente o Eugenio Noel.
El mejor resumen que se puede hacer de aquel encuentro antitaurino lo plasmó en su momento el escritor e intelectual Rafael Riera. En un amplio artículo publicado en octubre de aquel mismo año de 1914 en la revista Nuevo Mundo, este periodista relataba que en el macro festival antitaurino de Gijón habían sido liberados unos quinientos pájaros que, tras salir de sus jaulas, revoloteaban alegremente entre los asistentes, surcando libres el cielo. Así lo cuenta el propio Riera: "Allá, en la plaza de toros, se martiriza a pobres animales, con gran contentamiento de la multitud, que ve despertados y alimentados instintos sanguinarios. Mientras, aquí, en lo alto de esta colina [en la que se celebró el citado festival antitaurino de Gijón], se ofrece el supremo goce de la libertad a unos centenares de pajarillos, provocando una saludable emoción en las gentes. Barbarie y amor contrapuestos". Mientras en un extremo de la ciudad se celebrara la barbarie, en el otro se celebraba el amor. No se puede explicar mejor.
En fin, para terminar volvemos a Jovellanos, a quien siempre conviene regresar en caso de dudas. El ilustrado sostenía que, históricamente, cada vez que nuestro país ha podido alcanzar unas determinadas cotas de educación, progreso y cultura, así como de humanidad, las corridas de toros se han puesto en el punto de mira por su barbarie. Y esto lo decía en el siglo XVIII. ¿Qué no diría Jovellanos hoy en día? Estamos en el XXI y todavía nos seguimos preguntando cuándo veremos el fin de la sanguinaria tauromaquia, que tanto daño nos hace como sociedad y como país. No en vano, el genial gijonés se preguntaba: "¿Cuál es, pues, la opinión de Europa en este punto? Con razón o sin ella, ¿no nos llama bárbaros, porque conservamos y sostenemos las fiestas de toros?". Pues sí, Jovellanos, pues sí, y así nos siguen llamando.
Gijón ha dado un importante paso adelante dando la espalda a la barbarie y abriendo las puertas al progreso y a la humanidad. Ojalá sea el comienzo de la decadencia de la tauromaquia. Gijón ha hecho justicia con su histórico pasado, mirando hacia el futuro con afán modernista y regenerador. Si lo opuesto a la barbarie es el amor, como escribía Riera, Gijón ha apostado una vez más por este último. Si Jovellanos levantara la cabeza, brindaría con un culín de sidra. Y todas y todos nosotros lo haríamos con él.
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