Opinión · Ecologismo de emergencia
Un año asomándonos al precipicio: el desafío de un Pacto Verde que no funciona
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El último boletín mensual del programa Copernicus destaca el hito, tan relevante como nefasto, de que este pasado mes de junio de 2024 hemos cumplido un año completo superando ininterrumpidamente nuestro autoimpuesto límite de una temperatura media global de 1.5 °C por encima de sus valores preindustriales. Más allá de que diversos factores como El Niño o el máximo del ciclo de la actividad solar hayan podido coincidir durante los últimos meses para favorecer esta elevación especialmente intensa de la temperatura media global de nuestro planeta, este hito supone una clara llamada de atención sobre lo mucho que estamos acercándonos al abismo.
Este escenario alarmante se ve agravado por la continua irresponsabilidad de las grandes empresas energéticas, que siguen batiendo récords de beneficios mientras las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando. A nivel mundial se emitieron en 2023 más de 40 mil millones de toneladas de dióxido de carbono, aumentando en un 1,1% respecto al año anterior, e incluso en aquellas regiones en las que descienden, como es el caso de Europa, el descenso es inferior al que sería necesario para alcanzar los objetivos marcados. Pero, por supuesto… No miren arriba, ni abajo, ni a los lados, solo hacia delante, hacia el crecimiento ilimitado de un capitalismo salvaje y despiadado cuyo único objetivo es enriquecer cada día un poco más a la élite económica de una sociedad que ya es obscenamente desigual e injusta.
No existe ningún límite físico estrictamente fijado en ese incremento de 1.5 °C en la temperatura media global. De hecho, cada décima de grado que aumenta esta temperatura acarrea un aumento significativo de los impactos del cambio climático sobre sociedades y ecosistemas y deberíamos estar luchando desesperadamente y con todos nuestros recursos, no solo para evitar alcanzar este límite, sino para evitar que aumentasen ni una sola milésima más. Sin embargo, este valor de 1.5 °C es una barrera importante en varios sentidos.
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Anomalías mensuales de la temperatura global del aire en superficie (°C) desde enero de 1940 hasta junio de 2024 en relación con el período 1850-1900, representadas como series temporales para todos los períodos de 12 meses que abarcan de julio a junio del año siguiente. Fuente de los datos: ERA5. Crédito: Servicio de Cambio Climático de Copernicus / ECMWF.
En primer lugar, como puede entreverse del informe especial del IPCC de 2018, este valor marca un límite confiable sobre nuestro propio desconocimiento de las peores consecuencias del cambio climático. Además, establece un margen de seguridad medianamente confiable, según el consenso científico, en el cual podríamos evitar con suficiente probabilidad el atravesar alguno de esos puntos sin retorno que transformarían, irreversiblemente y de manera catastrófica, el clima de nuestro planeta. O en otras palabras, un calentamiento superior a esos 1.5 °C supondría comenzar a introducir balas en el cargador de una ruleta rusa del colapso climático a la que ningún científico se atrevería a apostar basándose en su conocimiento actual.
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Precisamente por eso, y aunque pocos lo confiesen, la comunidad científica se mantendrá en vilo hasta que el retorno de la temperatura global a un valor más seguro confirme que estos últimos meses han sido un simple susto, fruto de las fluctuaciones estadísticas, y no un desajuste total del sistema climático transitando sin control hacia un nuevo punto de equilibrio que no había sido previsto.
En segundo lugar, no superar en 1.5 °C los valores preindustriales es el objetivo autoimpuesto por el sistema político y económico internacional desde la Cumbre del Clima de París de 2015. Un objetivo que fue anunciado a bombo y platillo hace ya cerca de diez años y que, supuestamente, ha sido el que ha guiado desde entonces la hoja de ruta de todos los esfuerzos internacionales en la lucha contra la emergencia climática. Aunque este objetivo se refiere a un cambio climático que persiste a largo plazo y, por tanto, la superación del límite durante el último año no supone aún la derrota de las actuales políticas frente a un cambio climático imparable, sí que supone un fuerte golpe moral a toda la lógica que las soporta.
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Por una parte, nos avisa de lo rápido que seguimos avanzando hacia esa derrota y ofrece un argumento de peso para exigir medidas mucho más ambiciosas en la lucha contra la emergencia climática. Por otra parte, estas derrotas parciales pueden alentar aún más las posiciones negacionistas y retardistas al normalizar el incumplimiento de unos objetivos que se habían presentado como la clave última del éxito de esta lucha. Al mismo tiempo, traspasar esa delgada línea que parecía separarnos del desastre, puede empujar a mucha gente a caer en la desesperanza y dar la lucha por pérdida, olvidando que cada décima cuenta y que por muy malo que sea un aumento de 1.5 °C, un aumento de 2 °C sería mucho peor.
Pero, ¿cómo hemos llegado a esta situación? ¿Qué es lo que, a pesar de las cumbres por el clima y las grandilocuentes declaraciones de muchos políticos, está fallando en la lucha contra la emergencia climática? Si ponemos nuestra atención en la Unión Europea nos encontramos que su principal actuación frente a esta crisis es lo que se conoce como el Pacto Verde Europeo, un paquete de iniciativas políticas cuyo objetivo último es alcanzar la neutralidad climática de Europa de aquí a 2050.
Y esto está muy bien, es un objetivo muy loable, aunque obviamente no demasiado ambicioso, ya que plantea un horizonte de tres décadas para dar solución a un problema trascendental cuyas consecuencias ya nos están afectando. Pero, además, el problema es que este Pacto Verde Europeo no está funcionando. La propia Agencia Europea del Medio Ambiente reconocía, en octubre del año pasado, que no se van a cumplir los objetivos marcados. Según esta agencia, frente al objetivo de una reducción del 55% de las emisiones para 2030, en el mejor de los escenarios contemplados solo se alcanzaría una reducción del 48%. Y lo que es peor, las proyecciones indican que, en el mejor de los casos, en 2040 solo se habrá alcanzado una reducción del 60% y, en 2050, una reducción del 64%. Es decir, si comparamos la realidad de lo que se está haciendo frente a la promesa de alcanzar la neutralidad climática en el 2050, lo que está sucediendo es que nos estamos quedando a mitad de camino. Y eso, en el mejor de los escenarios posibles.
Por tanto, resulta evidente que el Pacto Verde Europeo, aunque un primer paso en la buena dirección, no es suficiente. Pero, ¿por qué está fallando?
Falla por la falta de una mayor ambición inicial. Frente a la emergencia climática y ambiental que nos amenaza, no basta con medidas tibias y pequeños avances. Necesitamos una transformación radical y sistémica del modelo económico y productivo de Europa, que vaya más allá del mero capitalismo verde y el greenwashing.
Falla la falta de voluntad política y firmeza. Muchos políticos ceden ante las presiones de los lobbies energéticos y agroindustriales que han conseguido diluir la reducida ambición original con la que ya partía el Pacto Verde Europeo. En este sentido, encontramos ejemplos tan claros como la inclusión del gas como energía de transición o el intento de perpetuar un sistema de transporte individual a través del vehículo eléctrico, en lugar de apostar contundentemente por el transporte público colectivo que vertebre Europa de manera sostenible y garantice a todas las personas el derecho a desplazarse.
Y falla el consenso belicista que se ha impuesto hegemónicamente en toda Europa. La cesión ante el complejo militar industrial y su inhumana presión para seguir alimentando al monstruo de la guerra desvían a la industria armamentística los recursos que deberían estar siendo invertidos en políticas ambientales y climáticas que realmente pongan freno a las emisiones de gases de efecto invernadero y mejoren la vida de la gente.
La emergencia climática es incuestionable, las tendencias son claras, las evidencias científicas abrumadoras y muchos de sus efectos ya los estamos sufriendo, especialmente las regiones y personas más vulnerables. También resulta obvio que lo que estamos haciendo no es suficiente. La única pregunta que queda por responder es hasta cuando vamos a seguir avanzando ciegamente por el mismo camino que nos ha traído hasta aquí. Un camino marcado por las directrices del mercado y las élites económicas. Un camino que, nos guste o no y pese a quien le pese, se ha terminado, dejándonos frente a un precipicio que algunos se niegan a ver y otros, presas de un iluso tecno-optimismo desaforado, aun viéndolo, pretenden arriesgarse a explorar con la vana esperanza de que en el último momento un mágico puente se nos aparezca y evite nuestra caída.
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