Opinión ·
Crisis, poder y mercados
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Fernando Luengo
Profesor de Economía Aplicada en la UCM y miembro del colectivo econoNuestra
La crisis económica está siendo un éxito para las oligarquías financieras y productivas y para las elites políticas, cuyo sueño de “refundar el capitalismo” a la medida de sus intereses se está haciendo realidad. Las líneas maestras de dicha refundación, diseñadas en selectos círculos académicos, políticos y empresariales, ya se estaban aplicando desde hace décadas con considerable éxito, en lo que algunos han denominado “agenda neoliberal”, agenda que, cada vez más, ha determinado el contenido de la construcción comunitaria. ¿Qué hay de nuevo, entonces? La contestación a esta pregunta la encontramos, al menos en parte, en el libro de Naomi Klein “La doctrina del shock”. La autora asegura, con razón, que los estados de emergencia, momentos en los que cunde entre la población el miedo, el desconcierto y la confusión, son propicios, operan a modo de “tormenta perfecta” desde la que implementar políticas que, en condiciones de normalidad, serían inviables o muy costosas. Las crisis profundas, como la actual, someten a la población a lo ineludible –dictaminado por supuestos gobiernos técnicos, dotados de la innata sabiduría de los “entendidos”- y desactiva discursos críticos y resistencias sociales, creando de este modo las condiciones para la materialización de la “agenda oculta”, disfrazada y de hecho convertida en agenda para la gestión y superación de la crisis económica.
En estas excepcionales circunstancias –un crack del que no hay precedentes históricos, junto al enorme desconcierto e incapacidad para plantear alternativas (antes, connivencia) que prevalece en buena parte de las izquierdas-, los capitales no se limitan a dar continuidad a las políticas que ya estaban en curso y que dominaban ampliamente el panorama comunitario; las han reelaborado para dotarlas de mayor profundidad y ambición.
Con la actual correlación de fuerzas, muy favorable a sus intereses, son conscientes de que pueden convertir su proyecto en realidad. Esta es una de las razones, puede que la más importante, para que tanto gobiernos como instituciones comunitarias hayan perseverado en políticas que, desde la perspectiva de los objetivos que parecían justificarlas, han cosechado un balance muy desfavorable.
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La crisis económica, dura en intensidad y larga en el tiempo, ha supuesto una merma de los beneficios con que operaban los capitales (extraordinarios en las actividades financieras e inmobiliarias), reduciendo asimismo los espacios disponibles para su valorización. Las políticas implementadas por los gobiernos y la denominada “troika” –que reúne al Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional- han activado resortes destinados, por un lado, a que los capitales queden exonerados de los costes de la crisis que ellos han provocado, y, por otro, a restaurar los márgenes de beneficio. Y así, los mercados -liberados de ataduras legales y normativas y enfrentados a una oposición vacilante, desorganizada y débil- han tomado el poder y han puesto la política y los espacios públicos a su servicio, como siempre, pero esta vez sin la existencia de contrapesos. Es una realidad que al frente de los gobiernos tecnócratas están banqueros y directivos de empresas transnacionales.
La concentración de la riqueza y el control y sometimiento de los resortes del poder a las corporaciones y lobbies se ha dado en paralelo –necesitaba, más bien- de una deriva autoritaria y antidemocrática que ha creado las condiciones necesarias para justificar el proceso y al mismo tiempo ocultarlo, venciendo de paso las escasas resistencias que ha encontrado a su paso. Sobre estas bases se está edificando la nueva “gobernanza” europea, en las antípodas del control social y la acción ciudadana. Y todo ello envuelto en un discurso, en apariencia técnico, que tan sólo pretende justificar el nuevo orden de cosas.
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