Opinión ·
El pan nuestro de cada día
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Fernando Luengo
Profesor de Economía Aplicada en la Universidad Complutense y miembro del colectivo econoNuestra
El lenguaje tramposo. Términos utilizados coloquialmente que se cuelan por las rendijas de nuestra vida cotidiana, sin apenas darnos cuenta. Impregnan las noticias con las que nos bombardean los medios de comunicación y alimentan el discurso económico y político dominante. Términos que se aceptan e intercambian como si denominaran principios y verdades evidentes e incontrovertibles. Todo lo ha contaminado, pero en pocos ámbitos como el laboral ha entrado con más fuerza ese lenguaje, donde prevalece de manera abrumadora. Sin pretender ser exhaustivos, algunos apuntes sobre el “mercado de trabajo”.
Expresión que ignora el trabajo desplegado extramuros del mercado y de las relaciones mercantiles. Como el realizado en el ámbito familiar, del que se responsabilizan todavía de manera mayoritaria las mujeres. Trabajo no remunerado y a menudo despreciado, pero decisivo para la reproducción de la fuerza laboral que ofrece su capacidad de trabajo en el mercado; en consecuencia, nuclear para el funcionamiento del engranaje capitalista.
Se desliza asimismo el planteamiento de que el mercado de trabajo es asimilable a otros mercados donde opera la oferta y la demanda. Atención, no pasemos por alto sobre esta nueva trampa. Se sugiere que los mercados genuinos, los que prevalecen en el capitalismo, están gobernados por la competencia, por la ley del que compra y del que vende, donde ninguno de los actores puede influir en su configuración de manera decisiva y duradera. Y esto se afirma, y se enseña en buena parte de las facultades de economía, en un universo empresarial dominado por las grandes corporaciones y por las empresas transnacionales, caracterizado por una formidable concentración de poder (y, por supuesto, de riqueza).
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Pues bien, el “mercado de trabajo” debe configurarse como el resto de los mercados (convenientemente idealizados por la escolástica dominante). Pero resulta que este mercado es especial, y por esta razón no es un mercado en sentido estricto y desde luego no es en absoluto equiparable a otros mercados, funcionen en régimen de competencia perfecta o, lo más habitual, en condiciones de oligopolio: hay personas y proyectos vitales en liza, el empleo es la fuente de ingreso principal y la mayor parte de las veces única de los asalariados y en torno a los espacios laborales se ejercen derechos esenciales, civiles, sindicales y políticos. ¿Un mercado más? No, una institución social, que, además de ser crucial para el funcionamiento de una economía, necesita de una regulación pública que permita el ejercicio de los derechos asociados al empleo.
Otros muchos enunciados forman parte de este discurso tramposo y equívoco: rigidez laboral, flexibilidad, empleabilidad, moderación salarial, ajuste de plantillas, ineficiencias institucionales y descentralización de la negociación colectiva, por citar algunos de los más utilizados. Habrá otras ocasiones para continuar reflexionando sobre su verdadero significado. Ahora sólo toca insistir en que representan una verdadera carga de profundidad contra los derechos históricos de los trabajadores, tan costosa y dramáticamente adquiridos.
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