Opinión ·
¿Quién construye puentes? ¿Quién crea lazos?
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Pedro José Gómez Serrano
Profesor de Economía Internacional y Desarrollo de la Universidad Complutense de Madrid
El viejo cacique de una tribu estaba teniendo un diálogo con sus nietos acerca de la vida y les dijo:
- Una gran pelea está ocurriendo dentro de mí... ¡es entre dos lobos! Uno de los lobos es maldad, temor, ira, envidia, dolor, rencor avaricia, arrogancia, culpa, resentimiento, inferioridad, engaño, orgullo, egolatría, competencia, superioridad.
El otro es Bondad, Alegría, Paz, Amor, Esperanza, Serenidad, Humildad, Dulzura, Generosidad, Benevolencia, Amistad, Empatía, Verdad, Compasión y Fe. Esta misma pelea está ocurriendo dentro de ustedes y dentro de todos los seres de la Tierra.
Lo pensaron por un minuto y uno de los niños le preguntó a su abuelo:
- ¿Y cuál de los lobos crees que ganará?
El viejo cacique respondió, simplemente...
- "El que tú alimentes."
Traigo este cuento a colación porque me parece que el actual debate sobre la independencia en Cataluña está centrado en la opinión de unos y otros, olvidando que tales opiniones no han surgido de la nada, sino que han sido alimentadas y retroalimentadas a lo largo de mucho tiempo. ¿Cómo hemos llegado a esta situación de desencuentro? ¿Quiénes han impulsado en los últimos años los valores del reconocimiento y aprecio recíprocos, de las identidades superpuestas, de la solidaridad social y territorial, de la equidad económica, de la desactivación de los prejuicios y de los estereotipos? Escucho las manifestaciones de los separatistas y detecto exageraciones manifiestas. Leo los posicionamientos más españolistas y no acabo de descubrir del todo su aprecio por aquellos a quienes no se desea ver escindidos del estado español. En muchas de las posturas de unos y otros el exceso de demagogia (presentación sesgada e interesada de la realidad) es palmario y el reconocimiento de la verdad que se encuentra en los argumentos contrarios, casi nulo.
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En este terreno, los sentimientos tienden a independizarse de los argumentos y, una vez que los primeros alcanzan cierto nivel de "ebullición", resulta muy difícil su cambio de orientación, haciéndose irreversibles. Como ocurre en el ámbito deportivo, las identificaciones acaban teniendo un fuerte componente de visceralidad. Difícilmente un madridista reconoce con naturalidad la extraordinaria calidad de Leo Messi o el magnífico juego del Barça de los últimos años y resulta igualmente extraño encontrar a aficionados "culés" dispuestos a admitir la calidad de Cristiano Ronaldo y sus compañeros. La estrategia del diálogo protagonizada por Xavi Hernández e Iker Casillas -cuando la rivalidad Madrid-Barça había desbordado la dimensión deportiva- tiene habitualmente menor comprensión y mayor coste social que la de "picar" al rival como han hecho otros protagonistas de estas polémicas a quienes no voy a mencionar.
Tuve ocasión de visitar Yugoslavia en 1990 y todas las personas con las que hablé coincidían en pensar que, más allá de las típicas rivalidades regionales, el estado Balcánico permanecería unido tras el proceso de democratización. Esta opinión era aún más nítida entre los numerosos yugoslavos que vivían en el extranjero. No obstante, recuerdo un intercambio de noticias periodísticas que ya alimentaba un recelo o enemistad que, a la postre, no pudo reconducirse. Ante la posibilidad de que se produjera la escisión de Eslovenia del resto de Yugoslavia, en un periódico de Montenegro apareció el siguiente titular: "Si los eslovenos optan por la independencia, los montenegrinos dejaremos el pico y la pala para coger los fusiles y defender la unidad del país". La contestación no se hizo esperar y en un periódico de Eslovenia al día siguiente se afirmaba: "Los montenegrinos, con tal de no trabajar, son capaces de abandonar el pico y la pala con cualquier excusa". Como español no me costó nada imaginar la trasposición de este intercambio de mensajes al escenario de nuestro país.
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Resulta relativamente fácil -especialmente en épocas de crisis- argumentar señalando fuera el origen de todos los males. Siempre podremos descubrir que en algunos aspectos somos distintos y que, en otros, estamos discriminados dentro del conjunto: los ricos porque aportan más, los pobres porque están peor... Cualquiera podría pensar que Yugoslavia era un estado inviable con dos alfabetos, tres religiones, cuatro idiomas, enormes diferencias económicas entre el Norte y el Sur, etc. Pero no son la razones históricas o la diferencias culturales y económicas las "causas" de las separaciones, sino la interpretación política de las mismas y su gestión. De otro modo resultaría incomprensible que Francia y Alemania con dos guerras mundiales y millones de muertos de por medio, pudieran proponerse crear un espacio económico, monetario y político común, aceptando una sensible pérdida de soberanía. Lo que importa no es tanto el pasado, sino lo que se desea construir en el futuro.
Y es en este terreno en el que, considerando un valor muy positivo el del mantenimiento de la integridad del estado español -porque su ruptura nos perjudicaría seriamente a todos-, echo de menos entre nuestros dirigentes políticos y líderes intelectuales una masivo posicionamiento a favor del entendimiento, el diálogo y la cooperación. Existen honrosas -pero insuficientes- excepciones. Podemos ser más catalanes, más españoles, más europeos y, sobre todo, más universales. Porque en un momento en el que la globalización económica no está yendo acompañada de la globalización de la ciudadanía y de los derechos humanos, la solidaridad con los cercanos no puede realizarse a costa de la insolidaridad con los lejanos. Romper siglos de convivencia e interdependencia, crear nuevas fronteras, convertir el tesoro de las lenguas en barrera entre las personas no me parece la opción política mejor para todos, especialmente para los más débiles.
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