Opinión · El azar y la necesidad
Jorge Fernández McCarthy
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El senador Joseph McCharty definía su trabajo como patriotismo en traje de faena. El 9 de febrero de 1950, pronunció un discurso en Wheeling enarbolando una hoja de papel en la que afirmaba tener una lista de 205 nombres , de miembros del partido comunista que trabajaban en el departamento de estado. Su patriotismo le obligaba. El estado tiene que depurarse, atacar a sus enemigos, aquellos que pretenden destruirlo. Jorge Fernández no es senador, es ministro del Interior en funciones, un cargo ideal para un patriota, un patriota como McCarthy. Hace un par de meses, en Logroño, el ministro del interior en funciones afirmaba que la bandera nacional es signo de soberanía, independencia, unidad e integridad de la patria y que representa los valores superiores expresados en la Carta Magna. Y Jorge Fernández Díaz, como McCarthy, defiende esos altos valores representados por la bandera con una lista, una que, a diferencia del senador republicano por Wisconsin, no hace pública, en la que hay nombres de los enemigos reconocidos del estado, concretamente, los independentistas de ERC y CDC, y los radicales de izquierda representados por Podemos. Jorge Fernández Díaz, afirmaba sin ruborizarse el pasado 11 de junio que "la presunción de inocencia está reconocida en la Constitución, es una conquista democrática", haciendo referencia al caso de De Gea y Muniain. Parece que la Selección Nacional es un elemento troncal del estado que hay que proteger, aunque sea invocando algo tan etéreo y espinoso como la presunción de inocencia.
El contenido de las grabaciones que ha revelado Público no deberían sorprender a nadie, en estos dos últimos años ya se habían acumulado pruebas suficientes de la dedicación ejemplar del ministro del Interior en funciones en su caza de brujas patriótica. Para esta caza de brujas, Fernández Díaz dispone de una legión de entusiastas funcionarios dispuestos a salvar su patria, que no es España, es el estado, ese estado compacto e indivisible. Dispone de funcionarios entusiastas y del apoyo de una oposición socialista que hasta ayer miraba hacia otro lado, con la esperanza de no mancharse con unas actividades que en conciencia tal vez no apruebe, pero que en la pràctica si entiende y justifica. Entienden, todos los que callan, que para salvar al estado de derecho, hay que abandonar el derecho y quedarse con el sacrosanto estado. Un estado sin adjetivos.
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