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Opinión · El 4º Poder en Red

La revolución ingenua (y pendiente) de la política

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Felipe Gómez-Pallete

Presidente de Calidad y Cultura Democráticas

Las pasadas elecciones autonómicas y municipales dieron entrada en las instituciones españolas a nuevas fuerzas de confluencia ciudadana. El bipartidismo, protagonista de los últimos 35 años de democracia, solo fue apoyado por un 52% de los ciudadanos. El resto pidieron un cambio. Sin embargo, para que esta revolución democrática llegue a buen puerto, la Asociación Calidad y Cultura Democráticas -un proyecto acunado en el máster CCCD- expone que será necesario una "reconversión organizativa" de las instituciones que impida que se reproduzcan las prácticas corruptas y opacas que se han dado hasta ahora. Así lo afirma en el libro Una vindicación de la acción política, donde trata paso a paso las mejoras necesarias para abandonar definitivamente la democracia de baja intensidad. Porque, tal y como explica el presidente de la asociación, Felipe Gómez-Pallete, "la corrupción no es un problema; es el síntoma de un problema de fondo que no es otro que unos hábitos organizativos tercermundistas".


“Una vindicación de la acción política”, un libro más de 250 páginas ¿para decir qué?

Que la política no se acaba en los programas, es decir, que para que una determinada oferta programática sea creíble se necesita algo más que dominar el discurso ideológico.

Cierto, pero no es lo mismo proponer que se siga avanzando por el camino que sugiere, por ejemplo, Podemos, que el que sostienen el PP o el PSOE, pongamos por caso.

Desde luego que no. Y es evidente que el debate ideológico y su derivada primera, el debate programático, son las batallas que apasionan, concitan y excitan el ánimo de las personas; al menos de las personas que, lejos de ser idiotas, se interesan por la política.

Entonces, ¿en qué otro escenario debe interpretarse el contenido del libro?

En el escenario del cómo, no en el del para qué. Una faceta bastante menos sexy que la primera, lo sé, soy consciente, pero tan necesaria como ella; no más necesaria, pero tampoco menos. Porque si la ideología indica el rumbo, los aspectos organizativos de las instituciones, sobre los que descansa el funcionamiento democrático de la sociedad, son imprescindibles para recorrer el camino elegido, sea éste cual fuere.

Este discurso puede sonar, a oídos de mucha gente, a tecnocracia pura y dura, es decir, a inquietudes mucho más afines a ideologías conservadoras que progresistas.

Este es uno de los primeros obstáculos dialécticos que tenemos que salvar quienes amamos el desempeño de la política entendida como el arte de hacer posible las aspiraciones de la ciudadanía. Deslegitimizar el discurso de la razón organizativa a golpe de ideología es, como he dicho en tantas ocasiones, uno de los peores tiros que nos podemos propinar en los pilares de la democracia.

Antes de entrar en las propuestas concretas que ofrece el libro, ¿podría poner algún ejemplo que ayude a comprender cómo lo que llama la razón organizativa es algo que transciende el eje ideológico?

En estos momentos emocionantes, post 24M, se habla mucho y bien de la necesidad que tiene el PP de replantearse, además de la oferta programática, los equipos de dirección, el liderazgo, el estilo y la acción de gobierno; la empatía, la conexión y comunicación con la ciudadanía; las medidas a favor de la transparencia y en contra la corrupción; la asunción de responsabilidades, la solidez de las argumentaciones, etcétera. No puedo estar más de acuerdo. Y añado: si le quitamos el “re” al verbo (re)plantearse hablaríamos de la necesidad de “plantearse” todos y cada uno de los frentes mencionados (dirección, liderazgo, estilo, comunicación, etc.) que tienen Ciudadanos, Podemos y esa pléyade esperanzadora de movimiento municipalistas que ha irrumpido en estas elecciones. Los partidos tradicionales (no sólo el PP) deben replantearse todo eso y más; los emergentes deben planteárselo y platearlo a la ciudadanía de forma que resulte creíble. Los primeros han de corregir; los segundos han de demostrar. Y yo no tengo claro, ni creo que nadie lo tenga, que los primeros sepan y los segundos puedan, a menos que unos y otros se cuestionen en serio su cultura organizativa (consolidada o naciente), primero como partidos políticos y, después, como equipos con la responsabilidad de gobernar.

Ha mencionado, entre otras cuestiones, la corrupción. ¿Qué medidas se proponen en el libro para acabar con este problema?

La primera medida (y lo que voy a decir es algo mucho más serio que un aparente juego de palabras) es dejar de hablar del problema de la corrupción y empezar a hablar de la corrupción como síntoma. No, la corrupción no es un problema; es el síntoma de un problema de fondo. Y el problema de fondo no es otro que el que constituyen unos hábitos organizativos tercermundistas, bananeros, permítaseme el adjetivo. Sistemas de gestión vergonzantes que los partidos tradicionales han demostrado practicar con soltura, y que los emergentes no tenemos ni idea de cómo van a desarrollarlos y mantenerlos. Porque si “tolerancia cero” con la corrupción va a significar castigar al corrupto confeso de acuerdo con la ley, eso es pan para hoy y hambre para mañana. Porque eso es ir a remolque de los acontecimientos confiando en que, cometido el delito, éste no quedará impune. Condición correctora pero no preventiva.

¿Entonces?

Lo que proponemos es que las organizaciones políticas, tanto en la esfera legislativa como en la ejecutiva o judicial, vayan por delante de los acontecimientos. Que prevengan, no sólo que corrijan. Y no hay otra forma de hacer esto que proponerse metas, objetivos concretos de mejora a corto plazo para, una vez conseguidos, ponerse otros un poco más exigentes. Y así, hasta que cale en el alma organizativa de las instituciones públicas la obsesión por la mejora permanente de los procesos. De esta forma, por ejemplo, Japón pasó de los escombros de Hiroshima a ser la tercera potencia mundial.

¿Y en cuanto a las medidas de transparencia?

Tres cuartos de lo mismo. La transparencia como moda, la moda de la transparencia, va camino de constituirse en la mejor propuesta lampedusiana o gatopardesca: que todo cambie para que todo siga igual. Porque la transparencia solo ilumina el pasado; todo lo más el presente, pero ignora el porvenir. Por eso la transparencia por sí sola, al igual que la corrupción entendida como problema, significa contentarse con ir a remolque de los acontecimientos, confiando en que, descubierta la opacidad en que se incurrió o se incurre, el futuro se ilumina. Y el futuro no se alumbra con la mirada puesta en el espejo retrovisor; el futuro solo se ilumina cuando ponemos el foco sobre él: ¿Qué aspectos de nuestra institución queremos mejorar?, ¿cuánto?, ¿cuándo?, ¿cómo? y ¿quién se responsabiliza de que así suceda? Y es que como ha dicho alguien recientemente, lamento no acordarme quién, a medida que el tiempo pasa, los procesos que no se mejoran se deterioran. Es lo que tiene el tiempo: que jamás deja de hacer su trabajo.

¿Por qué cree que las instituciones públicas, y los partidos políticos en particular, se muestran tan reacios a emprender este tipo de ‘reconversión organizativa’?

Porque al aplicar los métodos que paso a paso se describen en el libro (aquí no cabe detallarlos) ocurre una y otra vez, siempre, lo mismo: que nada vuelve a ser como era antes. Existe demasiada experiencia acumulada y recogida en los anales de las ciencias de la administración como para poner en duda lo que digo. Estos métodos arrasan todas las malas prácticas que encuentran a su paso, descubren a los impostores, sonrojan a los tramposos. Porque antes de que estos consuman sus excesos o tropelías son cogidos con las manos en la masa, al momento de tomar las decisiones que preceden a los actos. Y como los líderes son, por lo general, gente muy inteligente, ven de antemano lo que se les viene encima si aceptan zarandear el árbol de las connivencias y los intereses creados; un árbol cuya sombra, de un modo u otro, les protege. Una revolución. En la contratapa del libro se reproduce esta frase del filósofo José Luis González Quirós, autor del epílogo: Un método “como el que propone el autor, serviría para actuar en la fuente misma en la que brotan los desmanes”.

Y en cuanto al prólogo de Víctor Sampedro…

Sí, lo iba a decir. El profesor Sampedro es tajante al advertir que oponerse, por razones ideológicas, a estas prácticas puede acarrear consecuencias funestas, pues deslizaría a la política por la pendiente de la falsedad, el fraude y la corrupción, viéndose acompañada por una ciudadanía desencantada, resignada y apática.

¿Qué tienen en común ambos pensadores?

Al interesarse por estos planteamientos, tanto uno como otro, tanto José Luis como Víctor, de convicciones ideológicas de diferente signo, son una excepción. Y lo son porque la gran parte de sociólogos y politólogos está encerrada y enredada en su laberinto, ajenos y reacios los académicos tradicionales a lo que se cuece fuera de sus cátedras. Reacios a lo que se imparte en la facultad de al lado sobre administración y gestión de todo tipo de asociaciones humanas. Y ajenos a lo que sucede al otro lado del muro universitario, en el día a día de las organizaciones que luchan por sobrevivir mejorando sus sistemas. Esto es lo que tienen en común: la excepción que representan.

En la estructura de la obra llama la atención el apéndice en que se recogen post y tuits de la Asociación por la Calidad y Cultura Democráticas, editora del libro.

Sí, el libro propone el establecimiento de un sistema de indicadores de calidad como un procedimiento dual: por una parte, de mejora permanente de las instituciones que lo adoptan de forma voluntaria y, también, un procedimiento de comunicación para que la ciudadanía pueda tocar con las manos los progresos que se van consiguiendo en cada proyecto de mejora continua. Esta idea, ingenua y revolucionaria, no surgió en un momento concreto ni es fruto de la genialidad de nadie en particular. Es el resultado del proceso creativo de muchas personas, a lo largo de varios años, en el que he tenido el privilegio de participar. El apéndice por el que me pregunta recoge precisamente esto: el camino recorrido hasta llegar a lo que hoy se presenta como una propuesta en favor de la credibilidad y el prestigio de la activad política. Una vindicación que, al margen de la batalla ideológica, produce consecuencias profundamente políticas.

Entrevista publicada en Noticias Positivas

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