Opinión · El dedo en la llaga
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Uno es muy dueño de sentirse culpable de lo que le venga en gana. “Nunca me perdonaré haber votado a Fulano en las elecciones de tal año”, dice el uno. Oye, pues si no te perdonas, allá tú. Yo tampoco te lo perdono, pero tan sólo porque no veo que tenga que perdonarte nada.
Hace años era bastante más intransigente. Me dedicaba a martirizar a algunos amigos advirtiéndoles de que, si votaban a tal partido y contribuían a su victoria, se harían responsables de la parte alícuota de los crímenes que cometieran sus electos una vez instalados en el Gobierno: tendrían su tanto de culpa en las víctimas de los bombardeos sobre Irak y en las demás decisiones prepotentes y sangrientas que tomara la OTAN, serían cómplices (pequeñitos, ínfimos, pero cómplices) de la superexplotación del Tercer Mundo, habrían de sentirse concernidos por las acusaciones que figuran cada año en los informes de Amnistía Internacional... Y así.
La mayoría se quedaba tan ancha después de oír mis admoniciones, pero me temo que a más de uno le amargué el voto.
Ahora sé algo más sobre los muchos factores de todo tipo, incluidos los personales y psicológicos, que pueden influir en lo que cada cual decide cuando es convocado a las urnas. Ya no juzgo las opciones ajenas, ni en voz alta ni para mis adentros. Hay votos (y abstenciones, según los casos) que me resultan poco o nada comprensibles, pero acepto que la culpa pueda ser mía, porque no conozco lo suficiente a quienes han tomado esas decisiones. Además, la experiencia me ha bajado los humos, demostrándome que mis propias opciones ante las elecciones, pese a haberlas meditado con cuidado, a veces me han resultado tirando a churros. Ahora mismo, lo que me carga más es precisamente lo contrario: el rollo que se traen los que no paran de señalar qué es lo único que podemos hacer si no queremos convertirnos en puros detritus sociales.
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En tal día como hoy, me voy a permitir dar a mis lectores o lectoras un consejo que es electoral, pero no propagandístico: que cada cual haga lo que le deje más a gusto con la vida. O menos a disgusto, si prefiere verlo así.
Y a otra cosa, que todo esto son habas contadas.
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