Opinión · El dedo en la llaga
Todos los casos, 'El Caso'
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Los más viejos del lugar recordarán El Caso, un periódico especializado en truculencias varias, desde desastres naturales, crímenes y violaciones hasta accidentes de tráfico y reyertas vecinales; o sea, en todo lo que en su tiempo se encuadraba en las secciones que los diarios denominaban “sucesos”. El Caso alcanzó una importante difusión popular durante el franquismo. Quienes nos las dábamos de intelectuales no lo leíamos, pero eso les daba igual a quienes lo hacían, porque nosotros éramos cuatro gatos y ellos vendían cerca de 400.000 ejemplares.
El Caso no tendría actualmente tan buen hueco en los kioscos, pero no porque el mercado periodístico de las truculencias haya perdido fuelle, sino por todo lo contrario. Ha invadido casi todos los medios de prensa. Ha dejado de ser un género especial. Ahora buena parte de la programación de los canales generalistas de televisión, incluyendo los de titularidad pública, se dedican a ese temario: crímenes, violaciones, accidentes, conflictos de vecinos, inclemencias meteorológicas,
desamores violentos… Y cuanto más hirientes sean las imágenes, mejor. Las radios y los periódicos hacen lo que pueden para seguir la corriente general, pero la palma se la llevan las televisiones, porque entre que te cuenten una desgracia, sin más, y verla en toda su crudeza, con la gente muerta, o sangrando y llorando, francamente no hay color.
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Por supuesto que algunos sucesos tienen un indiscutible interés general. Algunos, incluso, ponen de manifiesto problemas sociales de fondo. Pero hay muchísimos otros, toneladas, que salen a diario en los informativos y que apenas aportan nada, salvo morbo. Eso sí, mucho morbo.
Sólo la desvergonzada explotación comercial del morbo explica que tantos medios se empeñen en que sigamos al mínimo detalle las más mínimas incidencias de algunos dramas individuales, como si a todos nos fuera la vida en ello, cuando saben de sobra que el mundo produce a diario miles y miles de tragedias igual de estremecedoras, por lo menos, de las que no se ocupa nadie y que a nadie importan, fuera de sus próximos.
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Claro que esa indecencia hace juego con el resto.
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