Opinión · El dedo en la llaga
Del rey abajo, todos
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La suma no va a arruinar al erario, pero tampoco puede decirse que sea el chocolate del loro, por más que no convenga extenderse hablando de loros y de chocolate con referencia a la Casa del Rey.
No se trata tanto del huevo como del fuero, según la vieja expresión toledana. La cantidad, considerados los gastos generales del Estado, es pequeña. Lo irritante es que los correveidiles del monarca hayan negociado que se conceda a su patrón un aumento presupuestario del 2,7% (cerca de 9 millones de euros) cuando la crisis económica hace estragos en el mundo entero y el Estado del que él es jefe está racaneando en casi todo, limitando las inversiones hasta en Educación y Cultura.
La mayor parte de los principales gobernantes españoles se han autoimpuesto a título simbólico la congelación de sus propios ingresos. Pero él no, porque reina, pero no gobierna. Se ve que la Casa del Rey, en la que nadie para de trabajar denodadamente (a modo de ejemplo: las infantas, que es que se parten el espinazo por el bien de España, paralizaron hace unos días el puerto de Alicante para amadrinar la botadura de un par de naves de vela patrocinadas por una conocida marca cervecera), necesita más y más dinero. Para cubrir gastos, se supone: es bien sabido que los miembros de la regia familia pagan religiosamente de su bolsillo todo lo que consumen allí por donde pasan.
Ya digo que, en el fondo, lo de menos es el 2,7% de las narices, que ni siquiera le es imprescindible al patrón de la Zarzuela, porque en caso de apuro siempre podría acudir en demanda de auxilio a cualquiera de sus amigos kuwaitíes o sauditas, cuya generosidad de sangre azul está sobradamente acreditada. Lo que resulta más ofensivo, por la insensibilidad que revela (y por lo mucho que demuestra que, como la vieja estirpe de los reyes de León, nuestra monarquía está en Babia), es que el jefe del Estado no haya entendido que, estando las cosas como están, un gesto de austeridad, así fuera sólo de cara a la galería, le habría venido que ni pintiparado.
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La voracidad con la que se aferra a su 2,7% de aumento presupuestario produce vergüenza ajena.
Eso sí: muy, muy ajena.
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