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Opinión · Dentro del laberinto

Obras (en la quinta esquina)

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El pobre señor Darling no cumplía en Peter Pan un papel demasiado digno: un pomposo padre de familia, desesperado por llamar la atención, al que los hijos se le escapaban por la ventana, sobrevolando el Big Ben y un Londres que sólo perdura en los cuentos victorianos. El actual señor Darling más poderoso de Inglaterra, ministro de Economía a la sazón, ha visto cómo eran los datos de 25 millones de británicos los que volaban fuera de su alcance, en este caso bajo la forma de un CD. Cabizbajo, con la dimisión del director de la Agencia Tributaria en la mano, pedía disculpas y se prestaba a paliar los daños en lo posible.

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Los siete millones de familias del país que tienen derecho a solicitar ayudas económicas por hijo se encuentran ahora comprobando de manera diaria los movimientos de sus cuentas. Mientras no aparezcan los CD con sus datos fiscales y la información privada, la posibilidad de que hayan sido vendidos a piratas informáticos o a una red de estafas a través de la Red perdurará.

Como a los botecitos de champú diminutos en los aeropuertos, nos hemos acostumbrado a facilitar datos con una confianza que poco a poco se ha visto defraudada. En muchos casos de compras por Internet, promociones, o simples comprobaciones, si no se insertan datos valiosos para las empresas, pero inútiles en la gestión que buscamos, resulta imposible conseguir nuestro objetivo. Móviles, peso, edad, estado civil, números de tarjeta y cuenta circulan con una carísima frecuencia.

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El señor Darling se enfrenta ahora a un Capitán Garfio sin rostro, pero de dedos veloces. El único consuelo radica en el hecho de que, por una vez, no ha sido nuestro país el descuidado. Los funcionarios y los altos cargos incumplen normativas de seguridad también en otras naciones, aunque se apresuran a dimitir por ello. Mientras tanto, en amistosa rivalidad (me es imposible mantener el nivel de cólera exigido para el odio durante mucho tiempo) continúo introduciendo mis datos, privados y comprometidos, una y otra vez, en la esperanza de que la nueva web de Renfe se digne a venderme un billete.

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