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Opinión ·

Un peligroso incendio en la frontera

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Álvaro Uribe llegó al poder en 2002 con la bandera de la mano dura como mejor medicina para hacer frente a la violencia de las FARC. Se acabaron las negociaciones, los mediadores internacionales y los “despejes” de provincias para ponerlas a disposición de la guerrilla. Seis años después, la victoria que anunció se ve tan lejana como entonces.

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Sin soluciones realistas, a Uribe sólo le queda mantener su imagen de tipo implacable. Por lo visto, nada puede interponerse en su camino, ni las esperanzas de un acuerdo sobre la liberación de los rehenes ni la soberanía de los países vecinos.

La versión colombiana del ataque contra el campamento guerrillero resulta muy poco creíble. No parece que un dirigente tan importante como Reyes, de tan escasa experiencia militar y acompañado de su mujer, fuera a ordenar un ataque de madrugada contra tropas colombianas que probablemente les superaban en número.

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Ahora Bogotá, después de haber violado la soberanía de Ecuador, alega haber encontrado en el ordenador de Reyes pruebas de la complicidad de Venezuela y Ecuador con las FARC. Un general aparece en televisión y lee unos párrafos en unos papeles que podría haber escrito su jefe de propaganda. Uribe debe de pensar que el apoyo de Washington permite todo tipo de licencias literarias.

Tampoco es muy alentadora la reacción que llega de Caracas. Chávez utilizó su programa semanal de televisión para ordenar la movilización de las tropas. La decisión como tal parece razonable, dado el comportamiento del Ejército colombiano. Anunciarlo en televisión se me antoja delirante, como si fuera una escena sacada de Teléfono rojo, volamos hacia Moscú. Decisiones tan graves como ésta tendrían que estar alejadas de las parrillas televisivas.

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Ambos dirigentes deberían prestar atención a lo que ha hecho Lula. Es probable que el presidente brasileño esté indignado con la actitud de Colombia, pero de momento ha preferido no mentar a la madre de Uribe y trabajar de forma discreta para intentar apagar el incendio creado por el militarismo colombiano.

Iñigo Sáenz de Ugarte 

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