Opinión ·
El cura, el banquero y el presidente
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Nicolas Sarkozy tiene bastante en común con Terry Jones, el chiflado pastor de Florida que planeaba montar una gran hoguera de ejemplares del Corán para conmemorar los atentados del 11-S, y con Thilo Sarrazin, el autor de un libro con excéntricas teorías raciales que le han costado su puesto en la dirección del Bundesbank. Aunque difieren en sus motivos y enfoques, los tres coinciden en señalar con el dedo a un colectivo particular como culpable de los males que, según su criterio, más preocupan a la sociedad.
Jones pretendía demostrar a los ojos de sus 50 feligreses –y del mundo entero, gracias al circo mediático que se montó– que el libro sagrado del islam no hace sino producir yihadistas. Así que todos los musulmanes se convierten en potenciales terroristas. Sarrazin encontró en los inmigrantes musulmanes la causa del inevitable hundimiento de la sociedad alemana y eso porque las tradiciones islámicas –como las frecuentes bodas entre primos– disminuyen la inteligencia de los mahometanos, según se empeña en demostrar de forma pseudocientífica. Como consecuencia lógica de su disparatada teoría genética, sugiere que se pare la inmigración, especialmente desde países como Turquía.
El presidente francés –siempre proclive al populismo barato– ha reducido el problema de la inseguridad ciudadana al supuesto aumento de “los campamentos salvajes” de los gitanos en toda la República. Bueno, también echa la culpa a los magrebíes, a quienes amenaza con quitarles la nacionalidad francesa. A falta de que precise qué pasaría con estos apátridas, Sarkozy ha ordenado la expulsión masiva de los gitanos para que los franceses de bien puedan dormir tranquilos.
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Todos son soluciones fáciles para problemas reales y serios pero bastante complejos. Viviane Reding recordó ayer que a mediados del siglo pasado estos postulados simplistas ya funcionaban, con resultados nefastos. “Pensaba que no volvería a ver esta situación después de la Segunda Guerra Mundial”, dijo la comisaria de Justicia. Menos mal que en Bruselas alguien se ha dado cuenta de que hay que actuar para evitar que la historia se repita.
Thilo Schäfer
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