Opinión · El run run
Una historia verdadera
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Los españoles vamos a disponer de la información nominal y rigurosa sobre los campos y batallones de trabajo en los que redimieron su pena más de 200.000 republicanos tras la Guerra Civil. La información se guardaba en los sótanos del Tribunal de Cuentas y ahora va a ser ordenada y digitalizada por la dirección general de archivos del Ministerio de Cultura, de la que es titular Rogelio Blanco, para que pueda ser consultada por los
interesados.
Sólo el índice de los batallones de trabajo a lo largo y ancho de la geografía española ocupa 500 folios por ambas caras. El listado de condenados es enorme. El 1 de enero de 1941, la base de penados del dictador Franco recogía 103.369 personas, de las que 10.000 eran mujeres. La cantidad de obras civiles, puentes, vías ferroviarias, carreteras, diques y restauraciones de edificios que realizaron las brigadas penitenciarias dependientes de aquel organismo denominado “Regiones Devastadas” supera las 50.000 en toda España.
La Iglesia católica, que apoyó la sublevación contra la República y bautizó la guerra como “cruzada”, se benefició como ninguna otra institución del trabajo de los presos. Les obligaron a restaurar parroquias y conventos, a trabajar en sus fincas y curatos, a construir la basílica del Valle de los Caídos en Cuelgamuros, el lugar elegido por el dictador de acuerdo con el constructor Banús para edificar su mausoleo.
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Grandes constructoras todavía existentes y decenas de empresas mineras se lucraron del trabajo de los presos, cuya paga era de 2 pesetas al día. De esa cantidad les restaban 1,50 para su manutención, de modo que sólo recibían en mano 0,50 céntimos, según el primer decreto regulador de la remuneración. El salario medio de un trabajador libre era de 10 a 14 pesetas diarias.
Contaba Felipe González que el general Manuel Gutiérrez Mellado le pidió que esperase a que la gente de su generación hubiera muerto para destapar esos datos de la posguerra civil. Han pasado 70 años y llega la hora de contar la historia con pelos y señales, no sólo, como decía Jonh Berguer, para que entendamos lo afortunados que somos ahora, sino, tal vez, para que sepamos que lo contrario del relato es el silencio y el olvido.
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