Opinión · Tierra de nadie
El Gran Hermano Alfredo
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Como mula que vuelve al trigo, el PP intenta de nuevo convencernos de que Rubalcaba es Mercedes Milá con barba, un redomado fisgón que, gracias a un artilugio llamado Sitel, con el que se pueden intervenir teléfonos, grabar conversaciones, leer los sms y los correos electrónicos, nos tiene vigilados a todos, aunque de manera especial a quienes son del PP y, casualmente, se lo llevan crudo. Los populares, que cuando dejan de despellejarse entre ellos siempre encuentran un rato para intentar desacreditar la investigación de la trama Gürtel, han afirmado que el sistema es ilegal e inconstitucional y que, en la mayoría de las ocasiones, se usa sin control judicial. La sorpresa fue mayúscula cuando el Gran Hermano Alfredo demostró que el Sitel fue adquirido por Rajoy y Cospedal en su etapa en Interior y que fue Acebes quien apretó el botón de encendido.
Lejos de amilanarse ante la revelación, los de Job han argumentado que se gastaron 9,8 millones en el mecanismo pero que no llegaron a utilizarlo porque varios informes cuestionaron su legalidad si no se modificaba antes la Ley de Enjuiciamiento Criminal, algo que, en efecto, no se ha producido. En su intento por desacreditar todos los procesos en los que se ha recurrido a Sitel, incluida la Correa connection, se han topado con los reproches de jueces y policías, y con una sentencia de 2008 del Tribunal Supremo en la que se reconoce que las grabaciones, se obtengan con un micrófono o con un ordenador, ya están reguladas por dos leyes orgánicas.
Las motivaciones del PP al reclamar que el Parlamento establezca ahora límites al uso de esta herramienta son bastante hipócritas, aunque ello no debería evitar el debate sobre un modelo de sociedad vigilada que, con el pretexto de la seguridad, conculca libertades esenciales. Se hace raro caminar por una calle, tomar un autobús, visitar al dentista o comprar melocotones sin que una cámara nos inmortalice; hay aeropuertos que almacenan datos biométricos de los pasajeros; existen redes como Echelon o Carnivore que rastrean correos electrónicos y llamadas; los servidores de Internet acumulan datos sobre el tráfico de los usuarios. Estamos construyendo un mundo orweliano en el que terminará siendo cierto aquello de que nada es del individuo “a no ser unos cuantos centímetros cúbicos dentro de su cráneo”. Y eso, con suerte.
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