Opinión · Tierra de nadie
Patriotismo funerario
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Se ha convertido en costumbre que muchos periódicos despidan el año recopilando los muertos insignes del ejercicio, en abierta demostración de que las vidas son los ríos que van a dar al mar que es el morir, y que en lo tocante a desembocar en el oceáno son iguales los que viven por sus manos y los ricos, dicho sea a la manera de Jorge Manrique. Salvo para algunas etnias africanas que prefieren decir que “la tierra se ha roto” o “al rey le duele un pie” para comunicar los fallecimientos más ilustres, la muerte es noticia obligada en nuestras sociedades, y, por eso los obituariuos y los esquelas tienen tantos seguidores.
Las listas de muertos emblemáticos son la prueba irrefutable de que el colonialismo político y cultural de Estados Unidos es también funerario, de manera que que en los acopios de difuntos que se realizan aquí se incluyen profusamente tránsitos del otro lado del Atlántico mientras que los catálogos de allí ignoran a nuestros deudos más sobresalientes. Se agradecería algún detalle. Si nosotros recordamos a Patrick Swayze, que ya en vida fue un fantasma, nada costaría alguna mención suya a López Vázquez, por citar un ejemplo. Sin ánimo de ser exhaustivo, de las decenas de extintos reunidos por el USA Today, Los Angeles Times o The New York Times, sólo éste último daba cuenta de la pérdida de una española, la pianista Alicia de Larrocha.
Esta constatación viene a demostrar que para el imperio somos tan insignificantes vivos o yertos, seguramente por culpa de Moratinos y de nuestra débil política exterior. Y eso que, a diferencia suya, los cadáveres nos merecen un respeto y no tenemos por costumbre abandonarlos en los depósitos con la excusa de la crisis, algo que, al parecer está ocurriendo en Detroit o en Wisconsin, donde ni las familias ni los Estados aflojan la pasta para cumplir aquello de cenizas a las cenizas y polvo al polvo.
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Otra cosa no pagaremos, pero el entierro es sagrado. El día que naces, alguien de la familia se ocupa de avisar a Santa Lucía o a El Ocaso para darte de alta. Es el primer club al que pertenecemos. Tenemos derecho a ataud, tanatorio, coches de duelo, corona con lazo, recordatorios del óbito en papel cebolla y hasta esquela en el Abc, aunque como Chesterton, lo único que querríamos para nuestro entierro es que no nos enterraran vivos. Si no nos cita el Post, que se fastidie.
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