Opinión · Tierra de nadie
Con las cosas de comer no se juega
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Con las pensiones no conviene que nos hagamos trampas en el solitario porque con las cosas de comer no se juega. Los cotizantes de hoy tenemos que tener la certeza de que seguiremos comiendo una vez jubilados e, incluso, de que podremos seguir yendo a darnos las aguas a cuenta del Imserso o combatir la artrosis moviendo las caderas en algún garito de Benidorm. Determinar si el sistema de pensiones será sostenible a medio y largo plazo no debería representar mayor problema, una vez asumido el hecho de que a las proyecciones sobre población y actividad les ocurre como al algodón: si están bien hechas, no engañan.
Lo que empieza a resultar preocupante son algunos de los mensajes contradictorios con los que nos desayunamos. Si un día Corbacho nos anuncia que las pensiones están garantizadas hasta el 2030, al siguiente viene Paco con las rebajas, o sea el Banco de España, diciendo que o se reforma el modelo a toda leche o no habrá quien nos pague la cuenta del restaurante; y si al otro el Gobierno sugiere que con unos retoques al período de cálculo y a las pensiones de viudedad será suficiente, no tarda en aparecer un informe de expertos, con Rato a la cabeza en esta ocasión, que sentencia que hacia el 2022 no habrá fondos suficientes en la hucha.
Debería ser posible mantener alejado este debate de la lucha partidista, con los únicos apasionamientos que permiten las matemáticas. Y, de paso, aprovechar para corregir algunas disfunciones del actual sistema, especialmente las referidas al cálculo de las pensiones, que debería abarcar toda la vida laboral del trabajador. ¿Es justo que la jubilación de quien a los 50 años fue expulsado del mercado laboral y se vio obligado a aceptar trabajos precarios y poco remunerados se determine exclusivamente por sus últimos 15 años de cotización?
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Las pensiones nacieron en Europa cuando la esperanza de vida no llegaba a los 66 años y hoy camina hacia los 90. Si queremos mantener en niveles aceptables el Estado del Bienestar y evitar que en el río revuelto del futuro alguien pretenda desmantelarlo, los cambios son inevitables. Es urgente acabar con las prejubilaciones, sí, aunque no sería extraño que haya que terminar ampliando también la edad de jubilación en uno o dos años. Para quienes estamos deseosos de abrazar el termalismo sería un contratiempo, pero no el fin del mundo.
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