Opinión · Tierra de nadie
Desvistiendo a Francisco Camps
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Los defensores de Camps, proclamado este jueves por el PP candidato a la presidencia de la Generalitat Valenciana, han venido argumentado en su descargo que nadie se corrompe por unos trajes y que esa minucia que le ha costado la imputación de un delito de cohecho impropio por el que muy probablemente será juzgado no era razón suficiente para arruinar su carrera política. Aunque ello fuera así, y Camps resulte ser un tipo honradísimo al que su pasión por los pantalones con ceñidor trasero le ha gastado una mala pasada, existían motivos más que suficientes para haberle apeado de las listas electorales. Veamos algunos de ellos.
Sólo un político extremadamente torpe consiente que la pretendida minucia de aceptar unos trajes le ponga en el disparadero. Hubiera bastado con asumir el error de no haberlos pagado y tirar de billetera. Tenemos pues el primero de los motivos: Camps no tendría que ser candidato porque su inutilidad manifiesta no le permite dar la talla como dirigente. El segundo es consecuencia del anterior. El honorable proclamó públicamente que había abonado los ternos con la calderilla de la farmacia de su mujer, algo que se ha demostrado falso. Camps no debería ser candidato por inútil y, sobre todo, por embustero.
Son razones suficientes pero no las únicas. La investigación de la trama Gürtel ha revelado las dos grandes responsabilidades políticas de Camps. Una es la de elegir muy mal a sus colaboradores y a sus amiguitos del alma; la otra, haber permitido por acción o por omisión que la administración valenciana se haya convertido en una ciénaga de corruptelas, donde el dinero público se ha malversado para enriquecer a un puñado de facinerosos y, supuestamente, para financiar también al PP. Consciente o no, en el centro mismo del trasiego de maletines, coches y relojes estaba Camps con sus pantalones a medida, hecho un pincel.
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Proclamar candidato al gestor de semejante estercolero, ese hombre elegante y sonriente que siempre dice estar contento cuando se le pregunta por El Bigotes o por sus americanas de raya diplomática, es faltar el respeto a los votantes del PP y a todo el electorado valenciano. Hay que suponer que Rajoy tiene sus motivos para amparar esta burla al sentido común y a la ética política. El problema es que son inconfesables.
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