Zapatero se ha liado la manta la cabeza y ha declarado la guerra al empleo sumergido en España, que es materia de la que hubiera debido ocuparse el venerado Cousteau y el Calipso por su oceánica dimensión. El presidente ha vuelto a caer en la cuenta de que las empresas españolas hacen más trampas que la tercera edad jugando al bingo, y está dispuesto a aprobar en abril un plan para meter en vereda a los defraudadores con sanciones ejemplares. La amenaza, no obstante, suena a farol y de los gordos, porque no es esa una guerra que se pueda enfrentar con un cuerpo de inspectores de Trabajo que, en lo referente a su número, bien podría pasar por el ejército de Pancho Villa.
Según los datos del INE, a 1 de enero de 2010 existían en España 3,29 millones de empresas. Pues bien, esa misma estadística revelaba que el 53,9% de estas sociedades no empleaba a ningún trabajador, lo cual, obviamente, es más sospechoso que un billete de 15 euros. Para vigilar que nuestra galaxia de emprendedores no toma a la Seguridad Social por el pito de un sereno existen menos de 2.800 inspectores de Trabajo. ¿Que si el Gobierno es consciente de su escaso número y está decidido a adecuar la plantilla a las necesidades reales? Por supuesto. Este año hay convocadas oposiciones para cubrir 29 plazas. Se verá que se está echando el resto.
La lucha no es nueva. A finales de 2006 el Gobierno parecía haber encontrado la piedra filosofal con la que convertir lo negro en blanco. Por ley se obligó a las compañías eléctricas a incluir los datos catastrales de los inmuebles en sus contratos de suministro y poco después se les impuso la obligación de informar pormenorizadamente de los consumos de cada inmueble, ya fuera residencial o empresarial. Además de aflorar arrendamientos no declarados, aquello debía permitir descubrir al empresario enmascarado. ¿Balance? Desconocido.
Para combatir una economía sumergida que viene a representar cerca del 20% del PIB y que elude el pago de casi 30.000 millones de euros al año en impuestos hace falta algo más que planes de última hora y buenas palabras. Como en casi todo.
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