Opinión · Tierra de nadie
Felipe VI ha venido y todos saben cómo ha sido
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Dicen que la monarquía se construye con símbolos, y ahí que los reyes carguen con una gran parafernalia. El fajín pesa poco y no pita en los aeropuertos, pero la ferralla de medallas y distinciones son altamente desaconsejables para viajar a Cancún en un todo incluido. El rey no ha de llevar el Estado en la cabeza como Fraga, que además tenía cabeza para ello, sino puesto y por eso se entiende que sea un fardo muy pesado.
Tradicionalmente, los reyes han salido muy caros porque mover el Estado no es fácil, en contra de lo que creía Arquímides y su palanca, y algunos han tenido, no ya la tentación de moverlo, sino de llevárselo al extranjero y ponerlo a plazo fijo, lo cual ha creado una gran desconfianza. Hoy, por ejemplo, el nuevo rey y sus símbolos se han pasado la mañana de un lado para otro y las sucesivas mudanzas han debido de salirnos por un dineral. Como la monarquía es proverbialmente discreta, de la factura sólo sabemos lo que la pagaremos y con eso nos basta.
La imagen del día ha sido, sin duda, el embalaje de la corona, una especie de sombrerero de actriz de Hollywood pero con forma de tulipa de lámpara, de esas oscuras y con flecos que estaban en las casas de los años 70 no tanto por la luz, bastante mortecina por cierto, sino porque cuando se movían sugerían las contoneantes caderas de una hawaiana. Llegó la corona en manos de un porteador de coronas, como el día anterior había llegado el cetro y el cojín sobre el que ha reposado durante la proclamación, lo cual, como ha explicado David Torres, es símbolo de que éste es un trabajo relajante en el que no se suda.
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Siendo tan importante la simbología, los zarzuelólogos han venido en destacar la ausencia del crucifijo, que a modernos y aconfesionales no nos gana nadie ni aunque los nuevos reyes mantengan la condición de católicas majestades. Todo es, por tanto, simbólico en la monarquía, lo que está y lo que no está, lo visible, como la emocionada reina madre a la que había que agradecer los servicios prestados, y lo invisible, como el padre del rey o su hermana Cristina, de los que conviene alejarse cuando se habla de servir a la “justa y legítima” exigencia de moralidad y ética.
Lo más novedoso de hoy era el mensaje de Felipe VI, que forzosamente no podía ser el mismo que el que pronunció su padre ante las cortes franquistas ni un corta y pega de las alocuciones navideñas del progenitor. El discurso de un nuevo rey ha de tener varias lecturas para que todos salgan satisfechos, al estilo de lo que ocurre en la prensa con la Encuesta General de Medios. Han de ganar todos, hasta los parados, a los que es obligado dedicar un párrafo como poco.
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A eso se aplicó Felipe. Unidad que no falte, que es otro símbolo de la cosa, pero también diversidad y lenguas, que enriquecen mucho. Culto al pasado y a la Transición, aunque sin mucho apasionamiento y “sin nostalgia” porque lo que interesa es la “monarquía renovada para un tiempo nuevo”, sin que se sepa exactamente hasta dónde llegará la puesta a punto. ¿Independencia? Sí, pero de la monarquía, que para eso arbitra el partido y tiene “vocación integradora ante las nuevas opciones ideológicas”. ¿Cambiar la Constitución? Quizás, porque “todo tiempo político tiene sus propios retos” y toda obra humana es siempre una “tarea inacabada”.
Felipe VI el Preparado ha hecho un discurso tan medido que parecía ahormado con escuadra y cartabón. Ha estado institucional y le ha llenado de orgullo y satisfacción “el éxito colectivo” del que venimos y ha de inspirarnos; ha estado un poco soberanista, con eso de que “unidad no es uniformidad” y de que nuestra identidad es diversa; y hasta se nos ha puesto en plan 15-M cuando ha afirmado que “los ciudadanos y sus preocupaciones” han de ser el eje de la acción política y que hay que acrecentar los derechos y libertades. De haber hablado de gente y criticado a la casta le habría salido coleta.
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Se dirá que hasta el paseo final en coche descubierto hasta el Palacio Real ha sido un símbolo, ya que hubiese estado muy feo que un rey que empieza hablando de cercanía con el pueblo se hubiese ocultado en un automóvil blindado moviendo la mano tras la ventanilla. Había que sacar partido a los francotiradores que le protegían y a las miles de banderitas que ha repartido Ana Botella. Las republicanas no se han visto porque estaban prohibidas y hubiese sido una descortesía. La Plaza de Oriente estaba llena como con Franco. No es que seamos monárquicos; es que somos la leche.
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