Tierra de nadie

El hijo de puta, la mentira y la urgencia de cambiar de Gobierno

Como se ha dicho aquí en alguna otra ocasión, insultar es un arte practicado por zafios aprendices, y de ahí que lo que debían ser punzadas de estilete se transformen en brutales espadazos de Tizona. El insulto requiere agudeza, se pronuncia y no se escupe, es el alfilerazo que se clava donde más duele con la mejor de las sonrisas. Los mejores han pasado a la historia como el intercambio de telegramas entre Bernard Shaw y Churchill ("Le mando dos entradas para el estreno. Venga con un amigo, si es que tiene alguno"; "Imposible asistir a la primera representación. Intentaré ir a la segunda, si es que tiene lugar") o acabaron en sonetos como los que se intercambiaban Quevedo y Góngora. El insulto no es ramplón y huye del exabrupto. Schopenhauer lo definía como el último recurso de la argumentación.

Este lunes Obama cancelaba el encuentro que iba a mantener con el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, después de que éste respondiera a las críticas a su plan de lucha contra las drogas con un sonoro "hijo de puta". Lo único gracioso del episodio fue la posterior rectificación en la que Dutarte lamentaba que Obama se lo hubiera tomado "de manera personal". Duterte, según parece, es una máquina de palabrotas, hasta el punto de que la televisión que emite sus alocuciones semanales acostumbra a censurarlas con el clásico beep cada vez que el mandatario se viene arriba con sus tacos.

Aunque todo se andará, aquí la clase política no ha llegado todavía ni tan lejos ni a ese nivel, pero viene en practicar eso que se ha dado en llamar el insulto a la inteligencia, que es una manera burda de tomar el pelo al personal, que es el que paga la fiesta, y al que se considera un rebaño de idiotas a los que se puede despachar con un camelo. En estos ardides se ha especializado el PP, que empezó culpabilizando a todo el mundo de la crisis por haber vivido por encima de sus posibilidades mientras, entre corruptelas y nepotismo, sus dirigentes mostraban abiertamente que la buena vida es cara y que puede que haya otra vida más barata pero no es vida.

La designación de este mentiroso Adán de los paraísos fiscales que es el exministro Soria como director ejecutivo del Banco Mundial a razón de 226.000 euros anuales libres de impuestos es la última ofensa colectiva que nos ha brindado Rajoy y el ministro de Lehman y de Economía, Luis de Guindos. El Banco Mundial proclama que sus dos grandes objetivos son terminar con la pobreza extrema y promover la prosperidad compartida. Pues bien, el Gobierno en funciones ha decidido empezar por Soria.

Los insultos a la inteligencia encierran siempre una mentira. Era falso que Soria estuviera predestinado para el puesto o que la designación se hiciera por concurso cuando en realidad fue uno más de los dedazos de la pandilla. El de la mentira es otro arte, aunque ya Mark Twain advirtiera de su decadencia: "La mentira es universal.., todos mentimos; todos tenemos que hacerlo. Por tanto, lo sabio es educarnos con diligencia a fin de mentir de manera juiciosa y considerada; a fin de mentir con un buen propósito y no con uno pérfido; a fin de mentir para ventaja de los demás y no para la nuestra; a fin de que nuestras mentiras sean aliviadoras, caritativas y humanitarias, y no crueles, letales o maliciosas; a fin de mentir de manera agradable y graciosa, no torpe y tonta...".

Del episodio debieran sacarse conclusiones provechosas. Ni estamos condenados a soportar por más tiempo a estos señores ni es obligatorio que sigan oficiando de sumos sacerdotes del embuste. "Rajoy no tiene remedio", ha dicho este martes Albert Rivera, que es menos veleta de lo que parece cuando deja de beber a morro los vientos. La posibilidad de expulsar a este Gobierno existe. Siéntense los que puedan cambiar las cosas y hagan como Obama: tómenselo como algo personal

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