Opinión · Tierra de nadie
Generosidad no es impunidad
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“El único comunicado que esperamos de ETA es el que anuncie su disolución y la entrega de las armas”. Han sido tantos años escuchando esta frase en boca de Gobiernos de uno u otro signo que, cuando por fin ha llegado, se ha echado en falta alguna que otra campana al vuelo y algo más que un simple acuse de recibo con el mensaje de que no habrá impunidad.
Es verdad que ETA ha sido derrotada policialmente y que el anuncio llega demasiado tarde, apagado el eco de sus últimos tiros hace ya ocho años. Pero también es cierto, aunque cueste oírlo, que el rechazo a la violencia que hoy es generalizado en la sociedad vasca no hubiera sido posible sin la colaboración de una izquierda abertzale que antepuso la política a las armas, ya fuera por propio convencimiento o por razones puramente estratégicas tras las sucesivas ilegalizaciones. Su influencia ha sido decisiva para evitar escisiones o que estos rescoldos mutaran en algo parecido a los Grapo.
El triunfo sobre ETA ha sido total. No ha habido concesiones. No estamos ante una disolución trampa, como seguro que advertirá más temprano que tarde Mayor Oreja. España no se ha roto, al menos no por esa costura. Navarra sigue sin ser la cuarta provincia del País Vasco. Sólo cabe pues felicitarnos y facilitar en la medida de lo posible una normalización que ya se ha iniciado, una reconciliación que no borrará el dolor por muchas peticiones de perdón a las víctimas que se produzcan.
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La entonación del mea culpa es precisamente la nueva exigencia. Se reclama además que sea sincera, lo que es imposible de dilucidar y ni siquiera es útil para llenar las ausencias, cuando lo más importante es mantener viva la memoria de lo que pasó, que es bastante más complejo porque atañe a la sociedad en su conjunto. Las víctimas están en su derecho de perdonar o no, pero lo trascendente es que el sufrimiento de 60 años no quede en el olvido.
En su reconocimiento del daño causado, ETA vino a cumplir en parte ese requerimiento aunque resultara insuficiente que sólo se dirigiera a las víctimas “sin responsabilidad en el conflicto”. Posiblemente, era la única manera de justificar su propia existencia y de decirse a sí misma que tantas décadas de terror, sus miles de atentados y los 853 muertos que dejó a su paso sirvieron para algo.
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Llegados a este punto, sería conveniente poner en práctica esa generosidad de la democracia que expresaba el propio Aznar cuando no negociaba con ETA pese a reunirse con ella. “Hace no mucho tiempo hablé de generosidad porque es una palabra que no me quema en la boca y que es patrimonio de los que no vivimos instalados en el rencor. Al hablar de generosidad no olvido que un Estado de Derecho tiene principios, leyes y políticas de paz, de una paz real, inequívoca, sin sombras”, decía el entonces presidente.
Generosidad no es impunidad, sino flexibilidad. Y ello pasa por cumplir la ley y cambiar la política penitenciaria para acercar a los internos de ETA a Euskadi, porque el sufrimiento ha de acabar para todos, especialmente para unas familias que no son responsables del mal causado por los presos. Es lo que ya ha empezado a hacer Francia, trasladando a cárceles cercanas al País Vasco a los miembros de ETA con sus condenas a punto de expirar. La dispersión debe terminar.
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Con el argumento de su pertenencia a una organización terrorista no disuelta, Interior ya no podrá negarse a las peticiones individuales de cambios en la situación penitenciaria que permitan a los reclusos conseguir el segundo grado y disfrutar de permisos de salida o destinos de trabajo en el interior de las cárceles. Ni a excarcelar por razones médicas a quienes lo acrediten. El ensañamiento es contraproducente.
Queda, como apuntaba recientemente el exministro del Interior Alfredo Pérez Rubalcaba, la batalla por el relato, que es la que ha de convencer a las nuevas generaciones de que nunca hubo dos bandos, que no había un ápice de heroísmo en colocar un coche bomba o en dar tiros en la nuca y que nada puede imponerse sobre la sangre de quienes piensan de manera distinta. Ese es el reto. Entre tanto, hay que permitirse alguna alegría, alguna expresión de satisfacción plena sin conjunciones adversativas de por medio. Lo ha hecho Eduardo Madina: “Nuestra victoria es completa”.
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