Opinión · Tierra de nadie
A la mierda
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Como aún quedan unas horas para la última votación de la investidura de Pedro Sánchez no se puede asegurar a ciencia cierta si será fallida -cómo parece-, o si en un dramático giro de los acontecimientos su candidatura saldrá adelante entre campanas de boda. Lo que sí es seguro es que el espectáculo ofrecido por los llamados a formar un Gobierno de coalición se ha asemejado más a la pelea de dos niños que se niegan a compartir los juguetes que a la negociación de dos aliados ante la oportunidad histórica de satisfacer –o eso dijeron- los anhelos de millones de sus votantes.
Quizás sea mejor que todo se vaya a la mierda porque de las pretensiones de unos y otros, convenientemente filtradas para dinamitar los puentes y sus respectivas carreteras de acceso, ha quedado claro que ninguna de las partes ha asumido lo que significa en realidad una coalición de Gobierno y, en esas condiciones, nada se puede edificar con la consistencia necesaria, nada duradero se puede alumbrar.
Es imposible el entendimiento cuando unos, los socialistas, consideran que la presencia de Podemos en el Ejecutivo ha de ser un simple apéndice sobre el que establecer vigilancia permanente por si se inflama y debe ser extirpado. De la misma manera, no se puede pretender formar un Gobierno dentro del Gobierno que maneje la caja de caudales del gasto social como una estructura paralela y autodeterminada. Como se decía, es imposible el entendimiento cuando las dos partes son incapaces de entender absolutamente nada.
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No deja de ser llamativo que lo único que haya trascendido del vodevil sea una pelea por las sillas sin soporte documental alguno, sin argumento. Sólo puede imaginarse lo que se propondría esta hipotética coalición porque no existen, o si existen se desconocen, cuáles sería sus objetivos de ese hipotético Ejecutivo más allá de los puntos comunes que cada cual puede establecer de la lectura de los programas electorales. Se ha obviado el imprescindible ejercicio de fijar metas compartidas, de explicar qué se persigue, de marcar un rumbo. A la ciudadanía le importa un pimiento si la subida del salario mínimo o de las pensiones llevan la firma de un Ministerio del PSOE o de Podemos, siempre y cuándo conozca cómo se pretende llevar a cabo y en qué plazos.
Las coaliciones no consisten en compartir el poder como un fin en sí mismo sino ponerse de acuerdo en su ejercicio. Es más importante el qué que el quién, dentro de un clima de confianza mutua, que es justamente lo que aquí se echa en falta. Aun siendo matrimonios de conveniencia, no pueden basarse en la sospecha permanente. Exige generosidad, que suele ser un punto intermedio entre la cicatería y la carta a los Reyes Magos con la luna como última demanda.
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Como se decía al principio, conociendo el paño es difícil aventurar cómo será el traje, aunque sí se sepa, por el desnudo que han ofrecido al público en general, que habría de tapar múltiples vergüenzas. Se está faltando el respeto a unos electores, que bastante tienen con lo suyo como para preocuparse del ego y las urgencias internas de estos irresponsables. Que se vaya todo a la mierda está dejando de ser un temor para convertirse en un deseo.
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