Opinión · Bocacalle
La tibia equidistancia del académico Muñoz Molina
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Leo que el escritor Antonio Muñoz Molina, a tono con lo que apunta en su última y decepcionante novela La noche de los tiempos, parece haber optado de un modo definitivo por la neutralidad, tibieza y equidistancia a la hora de plantearse dónde estaría él en la Guerra Civil, si entre los golpistas amparados por el fascismo internacional o junto al Gobierno legal y democráticamente constituido de la Segunda República, al que dejaron sin auxilio las democracias occidentales.
No me sorprendería esa posición en otro intelectual con un currículum menos arrimado a la progresía que el de Muñoz Molina, pero en el suyo extraña un acomodamiento de esa guisa a no ser que por edad y posición, además de por sus cargos institucionales y académicos, haya acabado por orientarse hacia una posición intelectual tan falta de ética como la de dudar si se debe estar con quienes contendieron en defensa de la libertad o con quienes nos dejaron sin ella durante cuarenta años.
Dejando aparte que en ambas bandos se cometieron tropelías censurables, que en el caso republicano se dieron sobre todo en los primeros meses de la guerra, debería reparar Muñoz Molina en la naturaleza y el espíritu de cruzada inquisitorial que guió al bando de los llamados nacionales, propulsores de un conflicto que comportó cientos de miles de muertos y no acabó el 1 de abril de 1939 para los vencidos.
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El afán de exterminio de los vencedores no se limitó al campo de batalla ni al periodo estrictamente bélico de principio a fin, sino que se prolongó durante una ominosa posguerra marcada por los fusilamientos, las cárceles y todo tipo de represalias contra quienes se opusieron al bando rebelde. De nada vale recurrir a la leyenda bolchevique una vez conocidos los archivos de la extinta Unión Soviética y los planes de Stalin, porque como dice mi buen amigo el historiador Pedro Angosto, eso no se lo creen ya ni los cofrades de la Hermandad del Santo Prepucio.
No hace mucho se publicó una fotografía en la que los académicos Muñoz Molina y Mario Vargas Llosa aparecían junto al presidente de la docta institución, al que elogiaban por su último libro. Yo no sé si don Antonio acabará defendiendo lo que Vargas, pero todos sabemos a lo que conduce la neutralidad y la literatura como lujo cultural de los que -como decía Celaya- lavándose las manos se desentienden y evaden.
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PS.-" Desde hace unos años, un sector de la intelectualidad triunfante se ha instalado en un lugar que no existe: La neutralidad, hablando de unos y otros como perpetradores de crímenes de igual dimensión". (Neutros, tibios y equidistantes, Pedro L. Angosto).
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