Opinión · Otra economía
Europa, el PSOE y el cambio
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Fernando Luengo
Profesor de economía aplicada de la Universidad Complutense de Madrid, miembro de EconoNuestra, del círculo Energía, Ecología y Economía y del Consejo Ciudadano Autonómico de Podemos
¿Dónde está la Unión Europea (UE) y la Unión Económica y Monetaria (UEM) en el “Programa para un gobierno progresista y reformista” elaborado por la dirección del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) , con el que Pedro Sánchez pretende someterse a la investidura como presidente de un gobierno de cambio? Inicio la lectura de este documento, que es la base para el diálogo con los partidos a los que se invita a protagonizar el referido cambio, con la esperanza de encontrar el espacio que este asunto se merece. Con el convencimiento de que, teniendo en cuenta el protagonismo que las instituciones comunitarias han tenido en la gestión de la crisis y la necesidad de que exista una actuación europea para avanzar una salida de la misma, el texto tendría que ofrecer propuestas en este ámbito.
En la introducción, donde se presentan en trazos muy generales tanto el diagnóstico como los principios básicos que inspirarían la actuación del nuevo gobierno, se afirma que el del Partido Popular (PP) no cumplirá con los objetivos en materia de déficit y deuda fijados por la Comisión Europea (CE). Más adelante, en la misma introducción, los autores del texto sostienen que las nuevas políticas promovidas por un gobierno liderado por el PSOE impulsarán “ el papel de España en la UE”. Un pronunciamiento genérico, como tantos otros que aparecen en el documento, pero ninguna reflexión crítica sobre la responsabilidad de la Troika –CE, Banco Central Europeo (BCE) y Fondo Monetario Internacional (FMI)- en el deterioro de las condiciones económicas y sociales de nuestro país y del conjunto de la periferia europea. Esta perspectiva se omite por completo –en la introducción y en el resto del texto-, mientras que, con razón, se cargan las tintas sobre el PP; tampoco se dice nada, por supuesto, de la responsabilidad de los gobiernos socialistas anteriores en la gestación de la crisis. ¿Se trata quizá de un olvido que se subsanará cuando el documento entre en harina?
Continúo leyendo y me encuentro inmediatamente con el índice, donde se enumeran los asuntos que serán abordados en el resto del texto. El índice avanza que en el apartado VI encontraremos propuestas orientadas a “potenciar el papel activo de España como miembro de la UE y la eurozona”. Me parece muy acertado reivindicar una mayor presencia, económica y política, de nuestro país, en Europa y también en otras regiones, como Latinoamérica, pero reconozco que me produce cierta desazón el planteamiento de reforzar el papel de España en Europa. ¿En esta Europa dominada por las élites y las oligarquías? ¿En esta Europa que ha fracasado en las políticas que tendrían que habernos sacado de la crisis económica y social?
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No desespero y no me dejo llevar por mis primeras y desalentadoras impresiones. Sigo leyendo y llego al punto 3 que reza “Estabilidad presupuestaria y reforma fiscal progresiva”. Aquí los autores del texto señalan que “España debe respetar los compromisos con la UE en materia de estabilidad presupuestaria”, advirtiéndonos que la CE es muy exigente al respecto. De nuevo se pone sobre la mesa que el gobierno del PP no cumplirá con el objetivo marcado por Bruselas, por lo que las autoridades comunitarias podrían activar el correspondiente procedimiento sancionador. Ante tan desalentador panorama, nos dice que un gobierno liderado por el PSOE defendería ante la CE una “senda gradual, realista y equilibrada de consolidación fiscal en cuatro años”. Un gobierno socialista pediría más tiempo para cumplir con los objetivos de austeridad impuestos por Bruselas y el FMI. Ni una sola palabra, nada de nada, sobre las muy negativas consecuencias de las políticas comunitarias –los ajustes presupuestarios, la devaluación salarial, los rescates a los grandes bancos, las reformas de los mercados de trabajo y la mercantilización de los servicios públicos-, las cuales, lejos de ofrecer una salida a las economías periféricas, las han atrapado en un bucle recesivo y deflacionista, perjudicando a la mayoría social y enriqueciendo a una minoría de privilegiados.
Sin duda, hay que decir alto y claro que seguir la secuencia marcada por Bruselas en materia de disciplina presupuestaria significa lastrar la recuperación económica y aumentar la fractura social. Pero un gobierno verdaderamente comprometido con el cambio debe impugnar esa agenda, no sólo en lo relativo a los plazos, sino también y sobre todo en los contenidos. La lógica del ajuste presupuestario (ajuste que, hay que proclamarlo con claridad, simplemente no ha existido para los poderosos), debe ser sustituida por la de la reactivación económica, la sostenibilidad, la equidad y la cooperación. Necesitamos una nueva política para nuestro país, ahí debemos centrar todas nuestras energías, y al mismo tiempo, en paralelo, hay que reivindicar otra Europa, pues la Europa que ahora existe es una camisa de fuerza para el progreso económico y social.
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El párrafo final de esta parte del documento, dedicada a trazar las líneas básicas de un “enfoque de negociación con Bruselas” anuncia, sin mayor concreción, un paquete de reformas estructurales que aumentarían el crecimiento potencial de nuestra economía. Esta declaración, formulada en términos tan genéricos como los utilizados en el texto, la podemos encontrar en los documentos del FMI y de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico. Reformas estructurales, sí, son urgentes (por ejemplo, para limitar y representar la industria financiera o para promover una redistribución de la renta y la riqueza), pero ¿cuál sería su contenido? Esta es la cuestión.
En este mismo párrafo se habla de la necesidad de levantar un “nuevo sistema fiscal”. No puedo estar más de acuerdo con esta afirmación. No obstante, resulta paradójico que en la parte de texto donde deberíamos encontrar los cimientos de ese nuevo sistema fiscal nada se dice, y nada se propone, sobre la reforma del sistema tributario para dotarle de mayor progresividad. Me inquieta, asimismo, por genérica y porque puede apuntar en muy diferentes direcciones, la afirmación de que se procederá a una “revisión del gasto público para priorizar su eficiencia”. Sabemos muy bien las intenciones que oculta la Troika cuando exige avanzar en esta dirección, pero ¿cuál es el planteamiento de los dirigentes socialistas?
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El lector se vuelve a encontrar con el tema europeo en el apartado VI (pagina 48). En los primeros párrafos se hacen un conjunto de aseveraciones sobre la globalización que no tienen desperdicio. Se puede leer que “la creciente facilidad y rapidez de movimientos de personas, capitales y datos ofrecen oportunidades...y desafíos...”. No puedo evitar preguntarme (es una pregunta retórica, pues la contestación es obvia) si esta frase se ha redactado en medio del vendaval migratorio que está sacudiendo los cimientos de Europa y que tanto nos avergüenza a la ciudadanía. ¡Oportunidades y desafíos! Los autores no consideran necesario decir nada sobre las restricciones, los limites, los bloqueos, las distorsiones y las amenazas asociadas a la globalización de los mercados. En este sentido, no está de más recordar que son muchos y muy solventes los economistas, críticos y conservadores, que argumentan que la globalización realmente existente está en el origen de los graves desequilibrios que padece la economía mundial.
Por si esto no fuera poco, en el siguiente párrafo se dice que “...la Unión Europea es el principal instrumento con el que contamos para gobernar la globalización...”. Piadoso deseo que ignora que, por el contrario, la UE, sobre todo en las últimas décadas, ha sido uno de los actores centrales de un proceso globalizador gobernado por las grandes corporaciones industriales, comerciales y financieras, que, además, han capturado y puesto a su servicio las instituciones comunitarias. Pero ahí no acaba todo. A continuación se vuelve a insistir en la idea de que “la globalización...hay que afrontarla siendo conscientes de las oportunidades que ofrece”. Inquieta, y mucho, que este PSOE, que quiere liderar un gobierno de cambio, esté tan impregnado del mantra neoliberal.
Tras estos párrafos se abre un apartado titulado “Unión Europea”, y pienso que, por fin, hemos llegado, que aquí encontraremos las propuestas sobre el tema europeo que tanto necesita un programa político y económico orientado al cambio. Pues no, gran decepción. Busco propuestas sobre las políticas de devaluación salarial –piedra angular de las políticas comunitarias-, la deuda soberana –talón de Aquiles de las economías periféricas-, el Banco Central Europeo -institución clave de la zona euro que ha sido todo menos un verdadero banco central- y los presupuestos comunitarios – sometidos también al ritos de la austeridad- y compruebo, con sorpresa, que el texto no dice nada.
Sí se desgranan algunas propuestas que apuntan a la democratización de las instituciones comunitarias, relativas a los mecanismos de control y a la rendición de cuentas. Pero no se entra en el meollo de la deriva autoritaria de esas instituciones: el papel periférico del parlamento europeo en los procesos de adopción de decisiones, la existencia de puertas giratorias, el poder de los grupos de presión que de hecho han capturado y condicionado la agenda comunitaria y la imposición de políticas a los miembros de la eurozona por parte de una institución, la Troika, cuya autoridad no emana de la ciudadanía europea y que, en consecuencia, carece de legitimidad democrática. En las líneas dedicadas a la integración económica, también se pasa de puntillas sobre las carencias de una dinámica de integración que ha consolidado un centro y una periferia y una creciente polarización productiva, social y territorial. Fracturas que exigirían una propuesta estratégica encaminada a corregirlas y a abrir las puertas a una Europa más cooperativa y solidaria. En su lugar, tan solo se avanza la necesidad de reforzar y acelerar el Plan Juncker -claramente insuficiente para acometer los desafíos estructurales que enfrenta la periferia, como reconoce un buen número de analistas- y de profundizar en la UEM a través de la Unión Bancaria, Fiscal y Social, y de la rendición de cuentas ante la ciudadanía. Otro brindis al sol, por genérico e impreciso.
También se apunta, en relación a la problemática suscitada por la llegada masiva de refugiados, a la necesidad de lanzar un plan europeo contra la pobreza cubierto con los fondos europeos de cohesión y solidaridad. Está bien, como propósito, pero me pregunto si esta iniciativa –sin cuantificación, como otras muchas del documento- es compatible con un proyecto europeo que ha colocado en el corazón de la política económica la austeridad (para la mayoría social); austeridad que ha impregnado las instituciones y las políticas comunitarias, y que los autores del texto no parecen cuestionar.
El debate sobre la Europa que tenemos, sobre la Europa que queremos y sobre la Europa que necesitamos forma parte de la agenda política y económica del cambio. No podemos ni debamos eludirlo. El documento lanzado por la dirección del PSOE, con todas sus contradicciones y límites, de las que he querido hacerme eco, es una magnífica oportunidad para que los partidos que se reclaman de ese cambio definan y discutan sus respectivas posiciones. La ciudadanía agradecerá conocer las propuestas defendidas por cada uno de ellos.
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