Opinión · Otra economía
Militarización o lucha contra el cambio climático
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Sí, es verdad, se sigue hablando del cambio climático y de la necesidad de tomar con carácter de urgencia medidas que lo reviertan. Se ponen sobre la mesa el Acuerdo de París, el Pacto Europeo por el Clima y un sinfín de pronunciamientos y documentos que coinciden en el diagnóstico y en advertir que el tiempo importa y que ya es necesario tomar medidas drásticas encaminadas a reducir de manera sustancial las emisiones de efecto invernadero.
Fuegos de artificio y un suculento negocio para las élites empresariales en torno a “lo verde” (y lo digital), pero lo cierto es que, se diga lo que se diga, ninguno de los compromisos adoptados se va a cumplir y la temperatura aumentará por encima de todas las previsiones, situando a la humanidad -especialmente a los miles de millones de personas pobres que habitan el planeta, cuyo número está creciendo- en un escenario catastrófico e irreversible.
La guerra y la escalada armamentista que ha desencadenado arrinconan y convierten en mera retórica, papel mojado, los planes de reducción de emisiones, que ya eran claramente insuficientes.
No sólo porque la decisión de aumentar el gasto militar, que ya estaba creciendo -sigilosamente, sin apenas debate-, consume recursos públicos que son imprescindibles para enfrentar con éxito la lucha contra la elevación de la temperatura y la degradación de los ecosistemas.
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No sólo porque actuando de esa manera se refuerza el poder de las corporaciones -las manos visibles de los mercados, las que determinan su configuración- cuyo modelo de negocio es quemar combustible. Un paso más en la oligopolización de la estructura empresarial, que es cada vez más pronunciada y que pone en manos de las grandes corporaciones las agendas públicas.
También porque el desafío climático requiere necesariamente de una decidida acción global, porque los problemas que urge abordar tienen esa entidad, que en el panorama actual y futuro de abierta confrontación parece un sueño inalcanzable. No nos engañemos, antes de que estallara la guerra de Ucrania tampoco se habían dado pasos significativos encaminados a articular una estrategia global que merezca esa denominación. Tan sólo gestos protocolarios para calmar y confundir al personal, sin compromisos ambiciosos, concretos y vinculantes, al tiempo que la problemática medioambiental ha continuado creciendo.
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Y porque, en el contexto de crisis económica y social, con la que ya tenían que lidiar gobiernos e instituciones -que se ha agravado con la pandemia, que la guerra está intensificando y que la geopolítica del conflicto llevará a nuevas cotas-, la lógica de la recuperación económica, con el crecimiento del Producto Interior Bruto como bandera, cueste lo que cueste en términos de degradación ambiental, se impondrá.
Por lo tanto, un compromiso serio con la agenda climática, más allá de la propaganda, precisa promover iniciativas políticas destinadas a detener la guerra en Ucrania, levantar la bandera de la paz y oponerse con decisión a la locura de la carrera armamentista.
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¿Difícil? Sí; ¿ingenuo? No. Simplemente, urgente e imprescindible.
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