Opinión · Entre leones
Historias de mi padre
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Los dos momentos más felices de mi padre fueron el día que murió Franco y el día que se constituyeron las primeras Cortes de la restauración democrática. El tercero fue la noche de la victoria electoral de Felipe González, que vino a ser el gran desquite ideológico de muchos viejos republicanos tras cuarenta años de derrotas y masacres.
Mi padre, natural de Villarrodrigo (Jaén), era primo de Ignacio Gallego Bezares, que nació en un pueblo jiennense cercano. Y celebró con un manantial de lágrimas de la Casa de la Pradera la presencia de su pariente en el Parlamento español como destacado miembro del Grupo Parlamentario Comunista.
Meses antes ya se habían reencontrado y protagonizaron el abrazo más largo y lacrimógeno que recuerdo.
Aquel día, viendo en la televisión a Dolores Ibárruri La Pasionaria –¡qué gran señora!, repetía una y otra vez mi padre-, a Santiago Carrillo, a Rafael Alberti, a Marcelino Camacho, a Simón Sánchez Montero, al propio Ignacio y a otros viejos camaradas, vinculé el Parlamento a democracia, libertad, justicia, igualdad y soberanía popular.
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Desde entonces, la Cámara baja ha sido para mí un lugar solemne, casi sagrado, construido sobre los hombros de los verdaderos patriotas, que dieron su vida o sufrieron cárcel para que por nuestras grandes avenidas volvieran a pasar de nuevo los hombres libres.
Durante los ocho años que estuve como cronista parlamentario del Grupo Joly, pese a que el nivel de sus inquilinos iba decayendo legislatura a legislatura, no hubo merma en mi admiración.
En fin, debe ser que me estoy haciendo mayor, pero la verdad es que el show que protagonizó Podemos el pasado miércoles durante la constitución del Parlamento no me hizo ni chispa de gracia.
Puedo compartir con ellos su afán por reformar esta democracia medio tuberculosa por la corrupción y otras muchas propuestas radicales, pero no me identifico para nada con su forma de proceder, ni con el discurso de desbarre a la primera de cambio de Iglesias, convirtiendo a PP, PSOE y a Ciudadanos en inquilinos del búnker, ni con la de gestos pseudorevolucionarios que protagonizaron muchos de sus diputados durante la esperpéntica toda de posesión.
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Y la conciliación de Carolina Bescansa llevando a su hijo al Parlamento me pareció lamentable. Sencillamente, no resultó natural y formó parte del espectáculo que preparó Podemos para eclipsar la política en el primer día de sesión.
No estaría mal que recordaran que gente más roja, más sólida y más curtida en guerras, exilios y cárceles no tuvieron necesidad de hacer el payaso para dejar su tarjeta de presentación el primer día en el Parlamento español.
El Parlamento no es un circo. ¿Estamos?
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