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Opinión · Entre leones

Los otros

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La mayoría de los europeos estamos horrorizados con la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Las imágenes de muerte y destrucción nos sacuden a diario. Los cuerpos sin vida de familias  huyendo con una maleta por testigo, el hospital materno-infantil bombardeado…

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La barbarie, que se instaló en Europa con las dos guerras mundiales, nos sorprendió de nuevo con una nueva contienda bélica en los Balcanes. Durante diez largos años, entre 1991 y 2001, los yugoslavos, tornados en serbios ortodoxos, croatas católicos y bosnios musulmanes -sin olvidar a albaneses, eslovenos y húngaros-, dejaron en un campo de batalla de barro, sangre y un odio entre 130.000 y 200.000 muertos y millones de desplazados.

Y ahora está aquí de nuevo el salvajismo, de la mano del presidente ruso, Vladimir Putin, un excomunista de la KGB soviética. Cuarto y mitad de Stalin, una pizca del zar Nicolás y el resto de Hitler; en definitiva, un fascista con balcones a la calle, nos ha puesto a las puertas de una III Guerra Mundial, con las armas nucleares apuntándonos al corazón.

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A nadie le puede extrañar que Rusia pueda alumbrar personajes como Putin. 20 años largos de paripé democrático, reprimiendo hasta el asesinato y el encarcelamiento a sus opositores, es el caldo de cultivo para el advenimiento de un dictador. Y aquí lo tenemos.

Pero en Europa, donde hoy nos tentamos las ropas por la guerra a nuestras puertas, hay muchos aprendices de Putin. La extrema derecha,  fascista sin complejos, está más extendida de lo que creemos en el viejo continente: Suecia, Demócratas Suecos, 17,6%; Finlandia, Partidos de los Finlandeses, 17,75%; Dinamarca, Partido Popular Danés, 21%; Estonia, Partido Popular Conservador, 17,8%; Holanda, Partido de la Libertad, 13%, Alemania, Alternativa por Alemania, 12,6%; Francia, Agrupación Nacional, 13%; Suiza, Partido Popular Suizo, 29%; República Checa, Libertad Democrática Directa, 11%; Eslovaquia, Nuestra Eslovaquia, 8%; Hungría, Fidesz, 49%, y Jobbik, 19%; Italia, Liga Norte, 17,4%; Bulgaria, Patriotas Unidos, 9%; Grecia, Aurora Dorada, 7%; Chipre, ELAM, 3,7%, y España, Vox, 15,8%.

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Y detrás de estas formaciones están, entre otros, Santiago Abascal, Marine Le Pen, Matteo Salvini, Viktor Orbán, Alexander Gauland, Alice Weidel, Jussi Halla-aho, Laura Huhtasaari, etc.

Y todos ellos beben de la misma fuente: el odio al inmigrante, y le han reído las gracias populistas a Putin (y a Trump, otra arma de destrucción masiva).

El presidente húngaro lleva años defendiendo frente a la democracia liberal, “la democracia cristiana”. En su opinión, “la democracia liberal es favorable a la inmigración, mientras que la democracia cristiana es antiinmigración”. Abascal parafraseó en un tuit al mismísimo presidente ruso: “Os iremos a buscar al fin del mundo y, allí, os mataremos”. ¡Dios nos coja confesados y bajo refugio antiaéreo!

En el fondo, los millones de refugiados ucranianos que están encontrando cobijo en Europa son un engorro para esta democracia cristiana, ¿no? O quizás tengan que aceptar este trágala ideológico no vaya a ser que muchos de sus votantes se den cuenta de la maldad y la crueldad de esconden tras tanto alarde patriótico, ¿no?

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Por cierto, estoy de acuerdo con el Papa Francisco, que tiene más pedigrí cristiano que el inventor de la democracia cristiana: sin dejar de atender a los refugiados ucranianos, tenemos la obligación de hacer lo propio con los inmigrantes norteafricanos y subsaharianos, con los inmigrantes en general.

África ha vivido a lo largo de su historia casi un centenar de guerras declaradas. Guerra de Xhosa, guerra civil angoleña, Dafur, guerra civil de Sierra Leona, guerra entre Etiopía y Eritrea, guerra civil liberiana, etc. La matanza de Tutsi a manos del Gobierno Hutu en Ruanda en 1994 dejó medio millón de muertos (el 70% de la población Tutsi) y un millón de desplazados. La segunda guerra del Congo, conocida como la primera guerra mundial de África, arrojó 5,4 millones de muertos y millones de refugiados y desplazados entre 1997 y 1999.

De los ocho campamentos más poblados de Naciones Unidas, seis están en África: Dadaad y Katoma, en Kenia; Yida, en Sudán del Sur; Katumba, en Tanzania; Pugnido, en Etiopía, y Mishamo, en Tanzania.

De los 40.000 inmigrantes que llegan a nuestras costas cada año, muchos vienen huyendo de guerras tribales. Pero la mayoría lo hace de algo peor si cabe, la falta de esperanza que generan la miseria y el hambre.

Tratémoslos como refugiados, y no se los entreguemos a la extrema derecha para que los devoren como seres humanos ilegales.

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