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Opinión · La revuelta de las neuronas

Cinismo rima con racismo.

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En la sociedad del cinismo, la culpa que se carga va en relación al poder social de negociación que uno tiene para hacerse valer, es decir, cuanto peor lo pasas, cuanto más te explotan, cuantas menos redes tengas para mantenerte a flote, más culpable eres de la situación y más ojos te miran con desprecio o indiferencia. No solo es el rechazo a lo que no se entiende, el miedo a lo diferente o las obvias diferencias culturales y socioeconómicas, además, debe modificar el estereotipo que lo describe y lo señala. Si los que paran debajo de mi casa la lían, se pegan en la calle porque están desarraigados, venden droga, se disputan esquinas y son de Senegal, se aplica el método deductivo: si estos son así –da igual la razón-, todos lo son en mayor o menor medida. La generalización –con lo que no tienen dinero-, conlleva tener que  demostrar constantemente que no eres lo que otros te acusan o piensan que eres, porque  sino, automáticamente se activa negativamente la diferencia que te hace ser de fuera.

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Sucede también muy a menudo, un racismo que de distinta manera, anula por igual la autonomía de las personas y las cosifica en otro estereotipo: el inmigrante es “bueno” por el hecho de ser pobre. Una angelización que se acerca a la concepción que tenía la Madre Teresa de Calcuta de los pobres, cuando percibía en ellos una bendición y un disfrute en serlo; “hay algo hermoso en ver a los pobres aceptar su suerte”. Este imaginario es quizás todavía más detestable porque cierra el debate social, niega el conflicto y suprime la autonomía de las personas, encasillándolas  a una idea determinada de lo que debe ser un inmigrante, no pudiendo elegir ser “malo”, ser persona.

El multiculturalismo liberal tiene mucho que ver con esa antropología del cinismo disfrazado de respeto a lo diferente, cuando en realidad, no es otra cosa que la muestra de una total indiferencia con el otro. Quedan muy bien como decorado para una marca que vende la mezcla como un activo en el mercado, pero sobran en términos de personas y de derechos, porque ese es un campo subjetivo e individual de cada uno donde poco hay que decir. El cinismo es peor que los argumentos biologicistas porque dicen apoyarse en criterios objetivos libres de pasiones racistas y se expresan en términos de gestión: si no hay dinero primero los de aquí; aquí no podemos estar repartiendo dinero y sanidad a cualquiera, etc.... Así, frente a una terrible noticia donde una persona muere al no ser atendida en un hospital, muchos la justifican apelando a los razonamientos  que esgrimen las élites, es decir, las justificaciones de esos mismos que perpetran el robo sistémico a toda la población.

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Primero fueron los proletarios; despreciados, apartados y hacinados en sus barrios mugrientos, sin más capacidad de consumo que el necesario para sobrevivir, sin acceso a pensar, porque decían los de arriba que sólo servían para cargar. Luego vinieron las mujeres, relegadas por el capital y sus maridos al ámbito privado y a parir como conejos. Las idolatraban como diosas intocables o las despreciaban si osaban salirse de su papel asignado. Luego vinieron los homosexuales, que deciden revelarse de la condición de enfermos que les acusaba una moral religiosa regida por hombres con sotana. Ninguna de estas condiciones se supera de una vez para todas, es necesario pelear continuamente para que sedimenten en la cultura y las vidas cotidianas. Los inmigrantes vienen a sumarse a esta larga lista que tienen que justificar su existencia como lo han venido haciéndolo otros grupos calificados de “minorías”. Paradójicamente, los sin papeles han servido en gran medida de espalda sobre la que descansaba el milagroso crecimiento español que tantos beneficios ha reportado a bancos y especuladores, ya sea subidos a los andamios, cuidando a niños y ancianos o viviendo apiñados en un piso. Lo han sido, en tanto y cuanto eran ilegales, condición necesaria para considerarse empleables y no a pesar de ello. La clave del beneficio reside en su inseguridad jurídica y su desesperación vital, no es un fallo, es un requisito. Ahora se les acusa de no contribuir;  igualito que un defraudador.

La dupla empleo-paro azota los sentimientos de competencia encarnizada en aras de la supervivencia, convirtiéndose al mismo tiempo, en la zanahoria y el embudo que nos asfixia. Cualquier alternativa que pueda considerarse tal cosa, ha de ofrecer una salida distinta a la precariedad extensiva e intensiva como  supuesta salida del paro, sin caer por ello, en la mistificación del pleno empleo digno como fin a conseguir.  En este sentido, se debería aumentar el foco del bienestar para que también se considere el reparto del empleo y la riqueza junto con otras vías desligadas al hecho de tener o no tener empleo. El fascismo social echa raíces ahí donde  se encuentran culpables a quienes menos poder tienen, y  modelos a imitar en quienes  lo ejercen,  provocando peligrosamente, preocupaciones similares a las que tiene un siervo. Siempre más celoso de compartir con quien vive a su lado y produce riqueza, que hacerlo con las élites que no te quieren ni ver, te roban la riqueza y se la llevan a paraísos fiscales. La movilización y la lucha por lo de tod@s, la democracia en marcha por los derechos, es el mejor antídoto para evitar que emerjan las pasiones y murmullos más tristes  que contiene el ser humano.

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