Opinión · La revuelta de las neuronas
Defender la democracia contra todo fanatismo
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Nuestra respuesta (a los ataques) es más democracia, más apertura y más humanidad
Jens Stoltenberg, Primer ministro de Noruega, 2012
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Cuando las profecías autocumplidas se cumplen, de poco sirve en medio del estupor, el dolor y la rabia, reflexionar sobre las causas de una espiral prolongada en el tiempo y en el espacio geopolítico. Una espiral que haciendo uso del miedo, tiende a definir intencionadamente el campo político entre un nosotros occidental y un ellos oriental (y viceversa). Lo primero que le viene a uno a la cabeza tras intentar reubicarse por el shock de lo sucedido en París, es pensar en el flaco favor que le hacen estos fanáticos a los árabes y musulmanes, al cumplir la profecía que anuncia el choque de civilizaciones. Pero eso es precisamente lo que buscaban, crear y fomentar tal choque, alimentar el dolor hambriento en una dirección ideológica. Hoy asistimos a una victoria de los fanáticos, los de la religión, los del petróleo y los de la xenofobia.
Hemos vuelto a presenciar la escena horrible de esa guerra en la que participan muy pocos, pero que la sufren muchos. Es una guerra global y ubicua, una guerra larga y sin frentes, atravesada por los recelos que siembra la desconfianza. La gasolina que aviva el fuego de esta guerra es precisamente aquello que dice querer combatirla con más ahínco. Salgamos a buscar y señalar culpables árabes y musulmanes por las calles; es lo que están deseando los que esta mañana han ametrallado a la democracia en la redacción de Charlie Hebdo. Demostremos nuestra superioridad civilizadora tirando bombas buscando a células yihadistas, así crecerán miles entre las ruinas. No es una vuelta al pasado o un resquicio del medioevo, no son dos realidades distintas, pues solo con revisar la historia desde los años 70 hasta la actualidad observaremos que se trata de un fanatismo postmoderno, fruto de la globalización y no anterior a ella.
Un asesinato criminal y un ataque brutal a la libertad de expresión, no se combate alimentando otro tipo de fanatismo. Quienes buscan construir esa idea pareciera que desean equiparar "árabe" con "fanático islámico", tal y como otros quieren equiparar "occidental" como "hereje"; los dos culpan al otro por "ser", los dos fabrican ese “ser” a la medida de su fascismo. Las dos caras de la moneda se retroalimentan, ambas parten de las mismas pasiones tristes del ser humano. Pensar que la barbarie de esta gente justifica otra barbarie, pasada, presente o futura, es también propio de bárbaros. No se puede caer en eso, deja escuálidas a nuestras sociedades y engorda a la reacción de la extrema derecha. Quien gana en esta lógica es el miedo, quien pierde es la democracia. Fanáticos, alimentados por fanáticos, que alimentan a otros fanáticos: hay que combatirlos a todos con la democracia por delante.
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