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Opinión · Comiendo Tierra

¿Y cuando el árbitro está comprado?

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“No me gusta ese hombre. Tengo que llegar a conocerlo mejor”, dijo Abraham Lincoln. Esa bonhomía es encomiable, aunque no impidió que su país se desangrara en un guerra civil. La actitud es la que recomendarían los padres y madres a sus hijos aunque no descarto que tenga que ver con que finalmente le dispararan de muerte en el teatro Ford un 14 de abril de 1865. ¿Hay que desconfiar de los sicarios?¿Hay que decir que el árbitro está comprado?¿Te equivocas cuando sospechas de los policías y las leyes o estás tirando piedras sobre tu propio tejado?

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La pregunta sigue siendo bastante parecida a la que se hizo Platón hace veinticinco siglos con el mito de la caverna: ¿qué haces con los tramposos? Algo que vale para Sócrates, los sofistas, el mismo Platón, los pederastas con sotana, Amancio Ortega y Florentino Pérez, Santiago Abascal y sus chiriguitos, Felipe González y sus atajos, los tertulianos, los que presentan programas y telediarios en televisión a sabiendas que mienten, Pedro Jota y Eduardo Inda con sus inmoralidades rotundas, Steve Bannon, Carlos Lesmes o Enrique Arnaldo, los ricos con dinero de dudosa procedencia que compran periódicos para ejercer tareas de mercenarios, José Luis Martínez-Almeida o Isabel Díaz Ayuso. No todos son iguales, faltaría más. Pero ninguno va a recibir un premio honesto sobre honestidad. Les puedan dar, eso sí, el Planeta, como a Fernando Savater, el filósofo de la ética.

Toda la teoría política con tintes democráticos descansa en un principio: las reglas son iguales para todos. Ese “todos”, es verdad, casi siempre ha tenido trampa, porque el liberalismo siempre ha sido experto en dejar fuera del grupo a los que financiaban el bienestar de los que estaban dentro del grupo.

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Qué haces con los que utilizan precisamente los contrapesos institucionales para acrecentar sus ventajas. Qué haces cuando el policía, el juez, los medios de comunicación están del lado de los que sólo juegan con las cartas marcadas.

Uno de los principales problemas teóricos de la democracia liberal es qué haces con los tramposos, con los rentistas, con los gorrones, con los mentirosos. No solo con los que pagan a policías para complementarles el sueldo, los que cobran en negro y son así más competitivos, los que se benefician de las huelgas que hacen los compañeros, con los que se cuelan en los transportes públicos o para vacunarse, con los que colocan piezas en un Gobierno o en un Ministerio. Lo relevante es qué haces con los que utilizan precisamente los contrapesos institucionales para acrecentar sus ventajas. Qué haces cuando el policía, el juez, los medios de comunicación están del lado de los que sólo juegan con las cartas marcadas.

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Durante el siglo XX, la salida fue alguna forma de lucha armada que debía resolverse en una revolución que trajera la democracia. En cada una de esas ocasiones, el poder en cada país, apoyados por  alianzas internacionales hicieron todo lo que estuvo en su mano para que los procesos revolucionarios fracasaran. A menudo, acorralándoles, para que se enrocaran y terminaran equivocándose. Casi siempre, generándoles divisiones internas. Inicialmente,llevándoles a guerras.

El liberalismo construyó su teoría sobre la base de sujetos parecidos que tenían intereses similares y compatibles. Propietarios blancos mayores creyentes. En el Parlamento del siglo XIX no había pobres ni negros ni indígenas ni mujeres ni jóvenes ni homosexuales ni apóstas. El liberalismo es una teoría normativa, que se inventa la realidad, no la describe. El Estado, como dijo Marx, tenía la misión de solventar las peleas que podía perjudicar los intereses conjuntos de la burguesía. Y entonces ¿qué hacen peleándose Almeida y Díaz Ayuso?

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La negativa, que es en su relato la libertad auténtica, es la libertad de que nadie te ponga límites siempre y cuando de manera evidente no hagas daño a los demás. Es la aristocracia de los vencedores: como a mí no me va mal, déjame en paz.

La pelea en la derecha española nos deja lecciones claras de lo que significa en verdad la política conservadora. Hay muchos intelectuales que defienden el marco del liberalismo para justificar las discusiones entre la derecha y la izquierda. Con una brocha gorda dicen que la derecha defiende la libertad, el control del poder en nombre de la autonomía individual y el miedo legítimo a unas masas que actúan como borregos. En su lectura teórica, el socialismo es el enemigo de la libertad, porque quiere regular la economía, quiere meter lo público en la sanidad, la energía, la industria, la educación, la información, el entretenimiento o la banca, y que eso limita la libertad de los ciudadanos.

En nombre de la teoría, los filósofos políticos liberales defienden la libertad de expresión o de organización incluso del fascismo y ponen a todos los partidos en el mismo nivel, defendiendo que, como postulan en la teoría la igualdad de oportunidad, las diferencias no son sino el resultado de decisiones individuales libres y responsables. Que cada palo aguante su vela.

El liberalismo, en la teoría, ha diferenciado entre la libertad negativa y la positiva. La negativa, que es en su relato la libertad auténtica, es la libertad de que nadie te ponga límites siempre y cuando de manera evidente no hagas daño a los demás. Es la aristocracia de los vencedores: como a mí no me va mal, déjame en paz. El liberalismo solo ha visto en la historia lo que ha querido. Como hemos dicho, nunca vio a los esclavos negros, nunca vio a los indígenas que sufrieron la conquista, nunca vio a los pobres desposeídos de los bienes comunales, y puestos a no ver, hasta el siglo XX no vio a las mujeres, que desde las reformas de Clístenes en lo que llamamos la democracia Grecia y pese a que hablamos de democracia, y más tarde de proletariado, de sufragio universal o de ciudadanía, se han tirado otros veinticinco siglos sin que los liberales, y a menudo también una parte de la izquierda, haciéndole el juego a los liberales, les dejaran siquiera votar.

Nos la pasamos discutiendo con la teoría liberal, cuando lo que hay que hacer es discutir con la práctica. En España, la ley Mordaza la hizo la derecha;  quienes no dejan espacio en los medios de comunicación a la izquierda, quienes quieren desregular el derecho laboral para que durante diez o doce horas al día seamos propiedad de un patrón, es la derecha.

La libertad positiva, que es, para ellos, socialismo puro, implica que el Estado –o quien se encargue de las cosas colectivas- para hacer real la libertad necesita redistribuir la renta y poner límites a los dragones. Por ejemplo, obligando a pagar impuestos, no dejando que conduzcas borracho, que vayas a 100 delante de un colegio, que fumes en un cine o en un restaurante, que le pegues un tiro a alguien solo porque tienes una pistola ni que nadie, por mucho poder que tenga, pueda violar a nadie y mucho menos a un niño o a una niña.

Nos la pasamos discutiendo con la teoría liberal, cuando lo que hay que hacer es discutir con la práctica. La lucha contra la Unión Soviética, igual que la lucha contra la Revolución francesa o cualquier proceso popular se ha presentado como una lucha contra la libertad. La libertad que reclama la aristocracia de los vencedores. Sin embargo, en España, la ley Mordaza la hizo la derecha; quienes han querido limitar el derecho de huelga ha sido la derecha; quienes no dejan espacio en los medios de comunicación a la izquierda, es la derecha; quienes nos han espiado en las redes para controlarnos ha sido la derecha y quienes quieren desregular el derecho laboral para que durante diez o doce horas al día seamos propiedad de un patrón, es la derecha. Es la derecha la que ha asesinado a una mujer en Polonia al no permitirle abortar hasta que el feto muriera en su vientre. Una septicemia se la llevó al cielo, supongo que, pensarán, por la voluntad de Dios.

En Madrid, se están peleando dos candidatos a ocupar la Secretaría General del Partido Popular. José Luis Martínez-Almeida, alcalde madrileño, e Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid. Es muy aleccionador, porque no discuten por ideología y ni siquiera por táctica. Discuten por poder. Porque la derecha hace política para tener poder y recompensar a los suyos. Porque es ahí y solo ahí donde se desencuentran. No andan con tonterías ideológicas como la izquierda. Si Abascal hubiera seguido teniendo un cargo en el Partido Popular, nunca hubiera puesto en marcha Vox. Que es otro chiringuito para ganar dinero. Eso sí, en nombre de la libertad.

En Madrid pueden tardarte tres meses para darte cita para un análisis de sangre y seis meses para darte los resultados. Nueve meses. A gente con enfermedades ya diagnosticadas, con sus volantes, sus informes médicos, les dan fecha de seis meses para atenderles. En la Comunidad Autónoma donde Díaz Ayuso ganó las elecciones en nombre de la libertad. El neoliberalismo empezó en los países del sur. Pero llegó a Europa y a Estados Unidos. De ahí nace la extrema derecha.

El primer paso del fascismo siempre ha sido no considerar a los demás personas iguales que tú, tu familia o tu grupo. Y eso es lo que están haciendo en nombre del liberalismo. Y de la libertad.

Todo lo que ensayas fuera, siempre terminas aplicándolo dentro. Vale para cuando haces campos de concentración en Marruecos o Cuba, cuando conculcas los derechos humanos con extranjeros o cuando mientes frente a otros países y otras ciudadanías. Terminas trayendo esas malas prácticas a tu país. Ha dicho Ayuso que la candidatura de Almeida le quita su libertad y Almeida ha dicho que la de Ayuso le quita la suya. Es en esas cosas en las que están de acuerdo.

La libertad de quienes se morirán antes de ver un médico en Madrid no les resulta relevante. Porque dice la teoría liberal y la práctica, que si no pueden pagarse un médico privado, por algo será. El primer paso del fascismo siempre ha sido no considerar a los demás personas iguales que tú, tu familia o tu grupo. Y eso es lo que están haciendo en nombre del liberalismo. Y de la libertad.

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