Opinión · Comiendo Tierra
Mussolini que estás entre nosotros (romper el espejo del fascismo)
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El triunfo del fascismo italiano
Comienza el año de 1925. Mussolini, el hombre del siglo, sufre dolorosísimos problemas gástricos que algo tienen que ver con el asesinato del diputado Giacomo Matteoti, el líder moral del socialismo italiano, por parte de un grupo de fascistas a sus órdenes. Sin embargo, la gloria embriaga, cura, cicatriza. Mussolini, en un tiempo oscuro, encarna la enfermedad del poder: la promesa de omnipotencia, la capacidad infinita de autoengaño, la relación eficaz con los demás desde el conocimiento de los defectos del ser humano y el uso diabólico de esas debilidades para la propia causa. Una úlcera puede estar matándote pero la erótica del poder es la mejor cirugía: “No me doblegarán ni aunque me apunten con sus cañones, aquí, delante de mí”. Una fiera determinación, enfermiza y curadora, requisito indispensable para ejercer el poder con pretensiones absolutas.
El segundo tomo de la espectacular biografía sobre Benito Mussolini que ha escrito Antonio Scurati cubre los años entre 1925 y 1932. El fundador del fascismo italiano está en la cumbre de su poder. Después de canalizar hacia el nacionalismo la frustración de Italia tras la guerra, de copiar parte de las reivindicaciones de la izquierda y de silenciarla con violencia, el fascismo ha dejado de ser un grupúsculo de un centenar de “raros” (los Fasci Italiani di Combattimento de 1919) y se ha convertido en una fuerza hegemónica. De los dos escaños (29.549 votos y el 0'45%) en sus primeras elecciones, a tener todo el poder y reclamar públicamente el “totalitarismo”. En manos del Duce la suerte entera de Italia y que nadie lo discuta. Junto a la violencia, el apoyo de terratenientes y empresarios, asustados por la retórica revolucionaria de los socialistas –hueca y sin determinación, alguna, lo que llevará al nacimiento del Partido Comunista- ha sido determinante para ese ascenso. Lo que faltaba lo otorga el Rey Víctor Manuel, cuando ordenó que no se detuviera la inicialmente fracasada Marcha sobre Roma. Cuando le permitió asesinar a diputados de la oposición. Cuando le autorizó a prohibir todos los demás partidos políticos. Reyes al servicio del fascismo. A Víctor Manuel III le costará el exilio e Italia proclamará la República tras la caída de Mussolini y la liberación del país por los partisanos.
Pero queda mucho tiempo. Ahora, en apenas seis años ha disuelto el parlamento liberal con muy poca resistencia, sobrevive a torpes atentados que le dan un halo de inmortalidad, cambia sin drama de amantes -a las que promociona como una forma de evitar problemas-, mantiene de cara al pueblo la farsa de su familia tradicional, controla los medios tradicionales y tiene los propios, el Rey Víctor Manuel III come de su mano, ha encarcelado a los que no defienden el fascismo o lo confrontan –sobre todo los comunistas, entre ellos, Antonio Gramsci-, al tiempo que ha reducido la violencia fascista pues ya no hace falta, ha recuperado en un Concordato la relación de Italia con el Vaticano, se ha incorporado a la conquista imperial sometiendo a Libia, y los países liberales europeos, incluido Churchill y el Cardenal Mercier, en un rasgo repetido de su cobardía histórica, alaban la gestión política del dictador sobre todo por su anticomunismo.
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El fascismo por dentro siempre estuvo podrido
Sin embargo, el ruido no cesa. El fantasma de todas las organizaciones, incluidas por supuesto las políticas, le persigue. El líder controla el imaginario, el aparato del Estado, especialmente interior e inteligencia, usa la economía para contentar a las masas, tiene el apoyo popular (deja una lámpara encendida en su despacho cuando se marcha para que el pueblo piense que sigue trabajando), tiene la obediencia del partido, especialmente de los cuadros, que le aplauden en público y le dan los “+ 1000” de la época -aunque disientan en privado y critiquen sus caprichos-. Mussoloni quiere controlar la organización pero las organizaciones son seres vivos tan complejos como la propia vida.
Roberto Farinacci, un “osado” de la primera época, radical, más firme en la rabia fascista que Mussolini y que controla su propia parte del aparato, es un “barón” invencible en la región de Cremona. Su retórica es mentirosa: “El fascismo no es un partido: es una religión” y quiere asentar el régimen sobre la violencia. Los que no tienen suficiente fe sobran. Los líderes siempre reclaman plena confianza en ellos. El partido es una religión. Siempre y cuando él, Farinacci, sea su supremo sacerdote. Porque Dios es Mussolini. Con Dios solo habla su representante en la tierra. Farinacci tiene su espacio pase lo que pase. Todo queda entre cuatro elegidos. Por eso Farinacci defiende a sus leales aunque sean ladrones e inmorales.
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Mussolini tiene todo el poder. Pero la humanidad de los humanos le acorrala. Incluida la suya misma. Por eso le sobra cualquier fiscalización. El liberalismo se pensó como ideología del liberalismo burgués emergente en lucha contra la monarquía absoluta. En esa coyuntura dialogó con la lucidez del pasado -el equilibrio político que está en Polibio y en Aristóteles- y articuló la división de poderes, los checks and balances, esto es, los pesos y contrapesos de la organización del poder. Cuando alguien acapara mucho poder, pensar que esa omnipotencia pueda ser balanceada es un avance civilizatorio. A Mussolini no le controla nadie. En nuestras democracias liberales, a los líderes mesiánicos de los partidos, tampoco. Pero la violencia todavía no es una alternativa. Pero la ley, que tiene sentido solo si sirve a los intereses de la mayoría, se debilita y, como decía Tony Judt, prepara el momento de la fuerza.
Lo que advirtió Rosa Luxemburgo para la izquierda es cierto en todo el arco ideológico salvo el anarquismo: el secretario general ha sustituido al comité central; el comité central ha sustituido al partido y el partido ha sustituido a la sociedad. Porque hay asuntos que competen más a los seres humanos que a sus ideologías. Monopolizar el poder está en una parte de nuestra biología. Por eso los poderosos no tienen amigos: tienen piezas en su engranaje. En su locura, valoran como una de las mayores virtudes la “lealtad”, aunque en su lectura nadie leal le puede decir al líder que se está equivocando. No entienden que la lealtad a los proyectos está por encima de la lealtad a las personas. Pero el fascismo es una aventura de desesperados. Para Mussolini, el apoyo de su hermano Arnaldo es esencial. Porque no confía en nadie. Las Razones ideales para la vida fascista, escrito por el Secretario General del partido, Augusto Turati y prologado por el periodista Mussolini, se resume fácil: “De acuerdo. Sí, señor”. El Gran Consejo del Fascismo lo dejó por escrito en su 74 sesión: “Los ordenamientos y las jerarquías, sin los cuales no puede haber disciplina de esfuerzo ni educación del pueblo, reciben por tanto luz y norma desde lo alto, donde se halla la visión completa de los atributos y de los deberes, de las funciones y de los méritos”. ¿Una lectura correcta de las órdenes que esperan los pueblos en tiempos de crisis? Ya sabemos a dónde condujo esa salida.
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Los grupos humanos tienen vísceras y memoria y cobardía y contumacia. Farinacci, que disputa a Mussolini su poder (terminará ofreciéndose a Hitler para sustituirlo), tiene su feudo territorial en Cremona (igual que Italo Balbo lo tiene en Ferrara). Allí da de comer a los suyos y así a quien obedecen es a él. Tiene empleados, jueces, tiene empresarios, tiene policías y en última instancia tiene a los propios escuadristas fascistas que, aunque Mussolini ha dicho que tienen que dejar de dar palizas, siempre están dispuestos para su dialéctica de las cachiporras y las pistolas (como le copió después José Antonio Primo de Rivera en España). Farinacci, además, tiene un periódico. Ha ayudado en primera línea a alzar a Mussolini al poder supremo de Italia, pero se guarda siempre un as en la manga. En la política, la ideología es sólo uno de los factores a tener en cuenta. Qué se van a llevar los tuyos, qué saca tu gente o los que te apoyan de todo esto, es condición necesaria para que la aventura política triunfe. Que se lo pregunten, de momento, al Partido Popular o a VOX. Aunque vale en casi todas las viejas latitudes ideológicas.
Los partidos esclerotizados y sin democracia interna; los medios de comunicación, entregados a la máquina del fango. Los opositores, silenciados, muertos, exiliados o encarcelados. Nada impide diferenciar “entre error y crimen, entre debilidad e ignominia, entre un hombre honrado y un malhechor”.
Mussolini tendrá que gestionar un Estado. Los que le han acompañado en la aventura fascista se preocupan, por su parte, en lo que les corresponde del botín (y algunos, los menos, en mantener las esencias populares y sociales del fascismo. Como haría Hitler son las SA en 1934, esos sectores nunca tuvieron ningún futuro). Las disputas de intereses entre grupos genera peleas internas que no siempre Mussolini puede detener pese a que lo intenta. Si como escribe el Duce en una circular a los prefectos “No serán toleradas desviaciones de autoridad o de responsabilidad. La autoridad es una y unitaria (…)”, no hay instancias intermedias que permitan equilibrar los desajustes, los actos arbitrarios, los errores y las barbaridades cometidas por personas que se saben impunes. Los partidos esclerotizados y sin democracia interna; los medios de comunicación, entregados a la máquina del fango. Los opositores, silenciados, muertos, exiliados o encarcelados. Nada impide diferenciar “entre error y crimen, entre debilidad e ignominia, entre un hombre honrado y un malhechor”.
Lecturas para hoy del pasado
El fascismo se impuso al socialismo imponiendo al miedo sobre la esperanza. “La sensación de derrota, de haber sido traicionados, de degradación, hasta llegar al hastío, al resentimiento, a la rabia vengativa” ocupaba el espacio de la promesa luminosa de un mundo mejor que había representado el socialismo. En ese hábitat nace y crece el fascismo. El descontento y la humillación individuales llaman a la violencia fascista mientras que la digna rabia compartida llama al socialismo.
El descontento y la humillación individuales llaman a la violencia fascista mientras que la digna rabia compartida llama al socialismo.
La biografía de Scurati es un espejo de dictadores. En acto o en potencia. Que nos sirve hoy para entender claves de la degradación de la política y apostar por la deliberación y la participación popular antes que por la aclamación: “(…) el Duce del fascismo (…) está protegido del espectáculo degradante de la miseria humana por una extraña especie de hipermetropía: lo próximo, lo cercano, lo diminuto, no lo ve o, si alguna vez lo entrevé, se le aparece borroso, indistinto, insignificante. Para las cosas grandes y lejanas, en cambio, tiene una vista formidable, un ojo de halcón, una mirada larga como de timonel que abarca el horizonte”.
¿Podemos sacar lecturas para hoy? ¿Cómo conjurar los males de las organizaciones políticas? : “los fascistas de primera hora se despolitizan, se ministerializan, se burocratizan. Los viejos liberales compañeros de viaje resisten pasivamente mediante una sumisión exterior: los industriales aceptan el carné con tal de salvar el capital, los grandes burócratas se vuelven cómplices con tal de subordinar el partido al Estado y el Estado a sus privilegios de casta, el poder judicial se somete en busca de una vida sosegada. Por todas partes lo mismo: malas hierbas de conversos, automatismos, untuosos compromisos”.
Sólo politizando de manera horizontal. Como ocurrió en el 15M. Compartiendo con las bases las políticas los horizontes ideológicos, montando la discusión en un ascensor enloquecido que para en todos los pisos y vuelve a bajar y se queda detenido porque no tiene la prisa de las televisiones. No subordinando el flujo popular ni en lo organizativo ni en lo discursivo, sino siendo organización y discurso pegado a las mayorías. Un partido que no discute es un partido muerto. Cuando corresponda, un paso por delante impulsando. Nunca por detrás frenando. Entendiendo los tiempos. No haciendo comulgar a las mayoría con ruedas de molino que provengan de arsenales ideológicos mellados. Asumiendo los errores propios. No mezclando los intereses personales con los intereses de la mayoría, esto es, recuperando la generosidad propia de la fraternidad, que es la familia de donde viene la izquierda.
No subordinando el flujo popular ni en lo organizativo ni en lo discursivo, sino siendo organización y discurso pegado a las mayorías. Un partido que no discute es un partido muerto.
No confundir "el individual duelo mortal", que anhelan los que se consideran llamados por la providencia y que entienden "como momento de suprema verdad” con las necesidades de las mayorías. Más mundanas, más prosaicas y también, desde ahí, más épicas. Salir del cinismo, que fue una de las claves del quehacer político de un personaje como Mussolini. El fascismo, el nazismo, el franquismo fueron la peor lacra de la humanidad. Nacieron de la crisis del capitalismo, del nacionalismo excluyente y del fracaso de las revoluciones de izquierda. Las hicieron seres humanos. Y entendiendo lo que hicieron y por qué lo hicieron tendremos una vacuna para, al menos, intentar no repetirlo.
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