Opinión · Comiendo Tierra
Algo, Tony Judt, ya iba mal
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“Sin idealismo, la política se reduce a una forma de contabilidad social, a la administración cotidiana de personas y cosas. Esto también es algo a lo que un conservador puede sobrevivir muy bien, pero para la izquierda significa una catástrofe”
Tony Judt, Algo va mal.
Ni Marx ni menos o de cómo el marxismo murió de éxito
Una interpretación razonable de la crisis del marxismo está en señalar que su actual debilidad es una expresión de su éxito. Según Marx, la conciencia de clase nacía de la constatación de que a los trabajadores no les pagaban el fruto íntegro de su trabajo, de manera que ese robo, pese a su sutileza -se presentaba como un intercambio libre entre iguales-, terminaba por generar un enfado en los atracados. Esa rabia, al generalizarse y articularse de manera colectiva, desembocaría en alguna suerte de revolución que terminaría con el poder de las clases explotadoras.
Tras la muerte de Marx en 1883, el mundo caminaba hacia un nuevo despertar, que tomaría forma con la revolución rusa de 1917. Luchas en nombre de la emancipación, por la extensión del sufragio, ascenso del poder de la clase obrera, revueltas anticoloniales, elementos todos que empujaban a ese mundo del capitalismo reaccionario hacia una nueva fase. Marx dejaba de ser relevante porque, al menos en parte, había triunfado.
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El siglo XX es un siglo de emergencia de la izquierda, expresada en la clase obrera articulada en partidos socialistas y comunistas. Es el siglo también de la derecha que reacciona pateando el tablero de la democracia cuando ya no gana, del mayo del 68 y su reivindicación de nuevas identidades, y del triunfo neoliberal, a la fuerza, en los años 70, tras los asesinatos masivos de comunistas en Indonesia, el golpe en Guatemala, en Chile, en Argentina, un Papa polaco y reaccionario, el control de los medios de comunicación y el armisticio que firmó la socialdemocracia y que llamó tercera vía.
Si se gestiona bien, se genera confianza
El socialista inglés Richard Crosland afirmaría en los años 50 que el partido laborista ya estaba construyendo el socialismo: la jornada laboral de ocho horas, el salario mínimo, el control de las multinacionales, la sanidad y educación públicas, el control estatal de los bancos, la prohibición de sacar el dinero fuera del país, las empresas públicas en sectores estratégicos, la apuesta por la paz y la resolución no violenta de los conflictos… En definitiva, la desmercantilización de la vida social y la lucha contra las desigualdades.
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El historiador británico Toni Judt, fallecido en 2010, nos dejaba ese mismo año un libro muy celebrado por la socialdemocracia: Algo va mal. Un libro que cerraba con la tesis XI sobre Feuerbach de Marx (“Hasta ahora, los filósofos han interpretado de maneras diferentes el mundo; de lo que se trata es de transformarlo”), pero que estaba preñado de la nostalgia de un mundo perdido. De hecho, el ensayo arrancaba con la queja de los estudiantes desde los años 90: “su generación (le decían sus alumnos) tenía ideales e ideas, creía en algo, podía cambiar las cosas. Nosotros (los hijos de los ochenta, los noventa, del 2000), no tenemos nada”. Y aún quedaban por verse los efectos de la crisis de 2008, de la pandemia de la COVID-19 y la guerra de Ucrania en curso.
El éxito del libro del socialista Judt –que terminó viviendo en los EEUU, un país donde apenas con Bernie Sanders y Alexandra Ocasio-Cortez se ha empezado a hablar de socialismo- estaba precisamente en esa mirada ingenua convencida de que bastaba recuperar el entusiasmo que en algún momento tuvo la izquierda para volver a recuperar el paso.
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¿Por qué los estudiantes de los años 60, 70, 80 pensaban que tenían las herramientas para cambiar el mundo y se movilizaron para ello? ¿Por qué el socialismo, el comunismo, la liberación de los pueblos, la revolución, la lucha de clases dejó paso a las “fantasías de prosperidad y progreso personal ilimitado” que terminaron desplazando cualquier interés “por la liberación política”?
Cantar, como dice La Internacional, “en pie famélica legión” cuando lo que tienes son problemas de obesidad cobra menos sentido.
Es verdad que la identificación con la lucha de clases fue dejando paso desde el mayo del 68 a otro tipo de identidades donde la individualidad tenía más fuerza: el feminismo, las reivindicaciones LGTBI, la identidades culturales, etc. Es evidente que el logro de un mayor bienestar fue dejando espacio a otras preocupaciones. Cuando el trabajo estable y razonablemente remunerado, comer tres veces al día, la salud, la vivienda, el transporte o el tiempo para el ocio dejan de ser reivindicaciones urgentes, es más fácil empezar a pensar en otras cosas. Cantar, como dice La Internacional, “en pie famélica legión” cuando lo que tienes son problemas de obesidad cobra menos sentido. Critica Judt el mayo del 68, al que acusa de haber debilitado la consciencia de clase. Pero no es cierto: las sociedades del bienestar no dejaban de ser sociedades capitalistas que no solventaban los problemas de género, raza, mediomabientales, de sentido, etc.
Sin embargo, es precisamente ese bienestar logrado desde finales de la Segunda Guerra Mundial el que empezó a perderse con el giro neoliberal, especialmente a partir de los años 90, que es cuando la socialdemocracia decide abrazar el neoliberalismo con la tercera vía. La gran tarea de ese modelo que llamamos neoliberalismo (que señala al Estado social como el enemigo) fue volver a remercantilizar todo lo desmercantilizado e, incluso, ir un poco más allá. De hecho, hoy en día prácticamente todo se ha vuelto una mercancía, incluido el amor, la amistad, el sexo, los hijos criados y paridos en granjas de mujeres pobres, el deporte, reunirte o separarte.
Es una paradoja que el dolor que ha creado el mundo globalizado, financiarizado, privatizado y desregulado por causa de las políticas neoliberales, sea usado precisamente por los políticos neoliberales para incrementar las políticas neoliberales. ¿No debiera ser la izquierda la que hiciera bandera de ese discurso para ganar las elecciones?
Sin embargo, nos encontramos con que la derecha y la extrema derecha, defensoras de las políticas neoliberales, son las que critican a la izquierda como si fuera culpable de esos desastres y se presenta como la defensora de los castigados de la globalización. Y para rematar la paradoja, las clases medias ilustradas son las que defienden las políticas de la nueva izquierda (la multiculturalidad, las políticas de identidad, de género, el apoyo a las políticas migratorias, etc.), dando la sensación de que los que viven bien tienen menos miedo y son más generosos mientras que los sectores más golpeados, que están abrumados por la incertidumbre y el miedo, tienen menos ganas de ser generosos y votan a los políticos autoritarios que les dan una salida sencilla al autorizarles a odiar y a abandonar la empatía en un mundo que no es ni amable ni empático con ellos.
En nuestras sociedades neoliberales, con el Estado social desmantelándose, nadie cuida de uno (salvo la familia), de manera que la democracia se expresa de manera creciente como la autorización al “sálvese quien pueda”
Si no hay movilidad ascendente, quiero un salvavidas
En la sociedad griega clásica, el Estado cuidaba de los ciudadanos (en verdad, los esclavos, que trabajaban para que los griegos no tuvieran que hacerlo o, al menos, no de manera tan extrema), de forma tal que la democracia se expresaba como el derecho a la igualdad (isonomía), el derecho a defender los propios intereses en el ágora (isegoría) y el derecho a través del sorteo de anular las desigualdades sociales (isotonía). En nuestras sociedades neoliberales, con el Estado social desmantelándose, nadie cuida de uno (salvo la familia), de manera que la democracia se expresa de manera creciente como la autorización al “sálvese quien pueda”.
En esa posición cínica, donde lo que prima es el beneficio propio, lograr el último salvavidas, vale mentir, robar, gorronear y, además, pretender que esos comportamientos antisociales son legitimos (basta ver las contradicciones, mentiras, estupideces, ilegalidades y salidas de tono que caracterizan el discurso de la extrema derecha). Si se rompen los contratos sociales que nos cuidaban a todos, estamos en el Far West. Y ahí sobrevive el más rápido o el más vivo. Y si un predicador -laico o religioso- además te tranquiliza la conciencia ¿para qué necesitas más?
Se equivocaba Toni Judt, como le pasa a la socialdemocracia, que no termina de entender dos cosas: una, que el capitalismo está sometido a contradicciones internas que desembocan en crisis. Por eso no basta volver atrás: las crisis son consustanciales al sistema. Y en segundo lugar, siempre hay actores buscando privilegios, y si no los detectas y los frenas, terminan devorando a la democracia.
Los sectores populares que no han visto mejorar su suerte con gobiernos progresistas, estarán más abiertos para apoyar a la derecha, aun sabiendo que son sus enemigos de clase, y precisamente por ello tendrán que insistir en argumentos culturales para justificar qué hacen votando a sus verdugos.
Por eso un pequeño comerciante siempre asustado por los riesgos de la situación económica, un empresario que sabe que sus beneficios aumentarán si paga menos salarios, un alto o medio funcionario que quiere hacer valer su privilegio, un terrateniente que quiere conseguir favores por la cercanía política, un juez o un policía que quieren impunidad, un hostelero que quiere ayudas y desregulación, un rentista que quiere hacer valer su renta apoyan a las derechas con mayor fuerza cuanto más vean amenazados sus privilegios o sus miedos les aturdan. De la misma manera, los sectores populares que no han visto mejorar su suerte con gobiernos progresistas, estarán más abiertos para apoyar a la derecha, aun sabiendo que son sus enemigos de clase, y precisamente por ello tendrán que insistir en argumentos culturales para justificar qué hacen votando a sus verdugos.
Derechas e izquierdas todavía
Gestionar el Estado es una empresa compleja, especialmente cuando se maneja el 40% del PIB de un país. Es una de las razones por las cuales los partidos se han ido convirtiendo en parte del Estado y han ido abandonando a la sociedad civil. Con el consiguiente abandono de la ciudadanía y la pérdida de legitimidad. Algo especialmente grave en la izquierda, que necesita de lo colectivo para prosperar. A la derecha le convienen partidos tecnocráticos, mientras que la izquierda necesita partidos ideologizados. De nuevo las paradojas, las batallas culturales e ideológicas las está dando la extrema derecha, que parece que es la única que ha leído a Gramsci y ha entendido el papel de las ideas.
La derecha está crecida en todo el mundo porque se ha creído –uno termina creyendo sus propias mentiras porque es un logro evolutivo que disimula tu engaño- que tiene razones profundas para el resentimiento.
Las derechas, que son las defensoras del capitalismo neoliberal, del rescate a los bancos, de la vía libre a los fondos de inversión, de la venta de lo público y de las desregulaciones que pone la alfombra roja a los lobos de Wall Street, son las que reconocen el malestar y el miedo en nuestras sociedades. Quizá porque son ellas las que lo han creado. Además, entregan culpables con quienes descargar la ira y lograr la tranquilidad que da la venganza. Y por si fuera poco, autorizan a que disfrutes con el linchamiento de esos supuestos culpables. Al desaparecer lo colectivo, solo queda un “nosotros” que tiene sentido solo si hay enemigos. La derecha está crecida en todo el mundo porque se ha creído –uno termina creyendo sus propias mentiras porque es un logro evolutivo que disimula tu engaño- que tiene razones profundas para el resentimiento. Como si alguien les hubiera robado algo y ellos saben quiénes son los culpables. El problema es que los sectores privilegiados tienen razones de clase para estar en contra del Estado social. ¿Y los pobres? ¿Y las clases medias?
Esa derecha que, además, controla los medios de comunicación, hace de la mentira y de la desfachatez lugares cotidianos porque no tienen ninguna cortapisa, de manera que pueden decir una cosa y la contraria cada día si así logran sus fines. Pueden, incluso, de tanto repetirlo, llegar a creerse, como decíamos, sus propias mentiras. Por eso incluso terminan reinventando un dios particular al que le piden ayuda en sus agendas egoístas lejos de cualquier compasión, abuso o desprecio. Incluso los canallas necesitan engañarse para no saberse tan canallas y por eso se encierran en comunidades cerradas donde debe quedar muy claro el adentro y el afuera. La ideología de la extrema derecha ofrece explicaciones simples que permiten entender y otorgan comodidad al entender. Siempre y cuando no hagas muchas objeciones. La empatía, incluso en estos casos, opera como un reducto biológico de nuestra condición comunitaria que nos ha permitido sobrevivir como especie. El problema es que el grupo es chiquito y agresivo hacia afuera.
Judt acertaba al señalar cómo la derecha termina rompiendo los consensos sociales. Escribía en Algo va mal que, la desigualdad es “corrosiva” y “corrompe las sociedades desde dentro”. Más tarde o más temprano, las desigualdades construyen una sociedad en donde “aumenta la competencia por el estatus y los bienes, las personas tienen una creciente sensación de superioridad (o de inferioridad) basado en sus posesiones, se consolidan los prejuicios hacia los que están más abajo en la escala social, la delincuencia aumenta y las patologías debidas a las desventajas sociales se hacen cada vez más marcadas”.
El modelo neoliberal está moribundo, pero va a morir matando: con guerras, hambre, desposesión, depresión, frío o calor. A no ser que la izquierda deje de suspirar por la leche derramada y el paraíso permiso y empiece a pensar la utopía del siglo XXI.
La moral, que es un valor comunitario, desaparece (la “muerte de Dios” acaba con la contención, la honestidad y la moderación) y se sustituye por una mero “guardar las apariencias”. Nos encierran durante la pandemia pero ellos se corren sus juergas, como sabemos de la derecha inglesa. O nos imponen restricciones pero roban dinero público con las mascarillas o los test. Por lo mismo, la derecha critica que se hable a los niños en las escuelas de la masturbación pero votan en contra de investigar la pederastia en la iglesia, o critican la homosexualidad o el desenfreno sexual pero después protagonizan sonados escándalos). O dicen que hay que armar a Ucrania porque Putin conculca los derechos humanos al tiempo que quieren encarcelar a Julian Assange por demostrar que EEUU conculcó en Irak los derechos humanos. En un juicio donde Inglaterra ha concedido la extradición sin ninguna prueba mientras que la denegó para Pinochet pese a que había asesinado durante el golpe de Estado en Chile a 3000 personas.
La crítica por la izquierda al estado social sigue siendo válida. Porque si nos detenemos, retrocedemos. La crítica por parte de la derecha es un regreso a la barbarie. El modelo neoliberal está moribundo, pero va a morir matando: con guerras, hambre, desposesión, depresión, frío o calor. A no ser que la izquierda deje de suspirar por la leche derramada y el paraíso perdido y empiece a pensar la utopía del siglo XXI.
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