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Opinión · Comiendo tierra

Los cinco al alba de septiembre 

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Una marcha por la República.- Asemblea Republicana de Vigo

Texto leído por la Asemblea Republicana de Vigo en homenaje a los fusilados el 27 de septiembre de 1975. 

Imaginemos que pudiéramos dibujar un mosaico, tesela a tesela, con sus colores, sus blancos y sus negros, con lo que cruzó por la cabeza de los que estaban a punto de perder la vida delante de un pelotón de fusilamiento, ante una cuadrilla de enloquecidos por el odio; imaginemos lo que pasó por la mente de esa gente honesta alineada torpemente frente a una escuadra de falangistas, de soldados con miedo o de voluntarios con ansia de gatillo, fieles de misa y comunión diarias. Imaginemos que pudiéramos ordenar los trazos de los últimos pensamientos de esa gente honrada, quizá confusa en ese momento, sabiendo que los que iban a matar por querer un país más decente y una humanidad más solidaria pero sin terminar de entender que pelear por eso pueda costarte la vida. Entonces nos saldría el dibujo de la España que deseó siempre la mejor España, el cuadro de luz en la pintura negra de la península ibérica, el tapiz luminoso donde se trenza la España que no tenemos pero que quisimos tener y seguimos esperando. 

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Seria agosto en Viznar y tendríamos el sueño de Lorca de una Andalucía sin Bernardas Alba, sin señoritos ni guardias civiles persiguiendo la libertad, a gitanos y republicanos, cruzado con el espanto de Federico preguntándose: ay Dios Mío, qué va a ser de nuestro país, si me matan y el dolor de mi tierra va a ser para siempre. 

Sería marzo en la cárcel modelo y Salvador Puig Antich se lamentaría de la mala suerte de no ver el final del túnel y con ironía pensó: espero no seguir el mismo camino que Carrero Blanco. 

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Sería septiembre en Hoyo de Manzanares, en Barcelona y en Burgos y Xosé Humberto Baena, Ramón García Sánchez Bravo, José Luis Sánchez Bravo, Jon Paredes y Ángel Otaegui nos dirían que no tenían miedo porque sabían que la dictadura era la que moría y ellos eran heraldos tristes de ese anuncio: sabemos por qué nos matan aunque ellos todavía no sepan por qué morimos. 

Y así todos los meses del año y tantos años. España siempre ha tenido mala hierba, esa gente que va apestando la tierra que llevó al exilio a Antonio Machado que quiso morirse  todo lo lejos que pudiera de la España quieta que olía a cerrado y sacristía. Ese país con tantas heridas, más de tres, y hoy cinco, que ha tenido sus héroes, que no sabían que era imposible y lo hicieron. 

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Ese dibujo hermoso de los capitanes Galán y García Hernández en Jaca adelantándose a la II República, en el mismo cuadro que el general Riego frente a los borbones felones, de los maquis que mantuvieron vivo el ejército de la república, del Empecinado ahorcado por ser popular, de la gente de la 9 que liberó París para vengar a los que cayeron, de Mariana Pineda y sus agujas al viento, de las 13 rosas llorando de tan jóvenes, y de los cinco de septiembre que también eran parte de ese ejército de dignidad que siempre ha sabido que solo el pueblo salva al pueblo y que por eso siempre se la ha jugado al lado del pueblo. 

En España, la república siempre ha sido más que un régimen político. Porque la carcundia de la España deformada de Valle-Inclán siempre ha sido monárquica y por eso la decencia ha sido republicana; la carcundia ha sido militarista y la decencia ha estado con la paz; la carcundia ha sido centralista y la decencia siempre ha sido federalista, sabiendo que España es un país de países; la carcundia ha sido católica y la decencia siempre fue agnóstica, atea y si era creyente estaba por la separación de la iglesia y el Estado; la carcundia siempre estuvo por el bipartidismo y la decencia por la democracia; la carcundia siempre apostó por el clientelismo capitalista de rentistas, latifundistas, banqueros y empresarios que pagaban a pistoleros y financiaban a los borbones, y la decencia siempre fue anarquista, comunista o socialista. 

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La España negra siempre ha fusilado, encarcelado, torturado, exiliado a la Galiza, al Euskadi, a la Castilla, al León, al Aragón, a las Canarias, a las Baleares, a la Andalucía, a la Extremadura, a la València, a la Catalunya, a todo el territorio de la España plural que han mantenido el hilo de la decencia en la historia. 

Imaginamos los pensamientos de toda esa gente buena que iba a perder la vida por querer pintar la vida de colores. Y en ese mapa sentido, en ese instante antes de que el aliento se le fuera por los agujeros de las balas, aparecieron en primer plano la certeza de que estaban ahí por estar en el lugar correcto de su historia, y vieron a sus amigos, a sus hijos, a sus parejas,  a sus camaradas, a la gente que entraba en los campos de concentración, a los que tenían esperanza porque perderla era regalarle otra victoria a los asesinos, a los que estaban con el pájaro enjaulado y el pez en la pecera que les esperaba para liberarlos. Se morían con Lorca y Miguel Hernández, con otros 200.000 españoles humildes y severos que se la jugaron para que miremos atrás y no nos abochornemos del todo. Al fin y al cabo, aquí les costó llegar tres años y muchos paredones. 

También los cinco, los cinco eternos, nos vieron a nosotros llorándoles, pero sin perder la fuerza ni la memoria ni las ganas de lucha. Al alba. Y se cruzaron sus últimos pensamientos con todo lo que hoy nos sigue doliendo en Gaza, en el Estrecho, en Yemen, en Siria, en Ucrania o donde hay hambre, miseria y enfermedad. 

Y volvemos a saber con Xosé Humberto Baena, con Ramón García Sánchez Bravo, con José Luis Sánchez Bravo, con Jon Paredes y  con Ángel Otaegui que porque fueron son y que nos toca ser para que otros sigan. Que no nos van a quitar la alegría ni siquiera delante de los cobardes que disparan, porque seguimos sabiendo por qué nos tocó estar enfrente de los fusiles y no delante, porque elegimos no estar con la España que bosteza.  

Porque nosotros somos los que amanecemos para el amor, mientras que los que nos quieren quitar la vida amanecen solo para fusilar con las primeras luces del Alba. Nuestro amanecer es otro. Al alba seguimos recordándoos porque al recordaros, nuestra dignidad se refuerza y sigue adelante. Gracias porque recordándoos somo gente más decente. 

 

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