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Opinión · Las carga el diablo

La reportera húngara como alegoría

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No es difícil que en la cobertura periodística de un drama humano acabes encontrándote elementos, con una cámara o un micrófono en la mano, carentes de prejuicios. Pero nunca me había topado con un caso como el de la miserable reportera húngara.

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Cuando llegas al lugar donde ha habido un accidente de autobús con decenas de muertos, a la playa donde ha naufragado una patera, al puerto donde Salvamento Marítimo desembarca náufragos ateridos y deshidratados, encontrados a la deriva en el Estrecho; cuando te acercas al dolor de un padre a cuya hija han violado o asesinado, o a una familia que vive el drama de una desaparición... nunca falta el típico desprejuiciado que solo piensa en la pieza que tiene que mandar al informativo y lo demás le importa un bledo: si hay que pisar, pisa; y si hay pegar codazos, los pega. Unos lo hacen por dinero, otros por miedo y otros, si me apuras, hasta por placer, que de todo hay entre nosotros, esa es la verdad. He tenido a veces más que palabras con impresentables de esta calaña, pero nunca me encontré, y si fue así jamás me percaté, con alguien que se liara a patadas por odio.

Nunca vi a ninguno, es cierto, llegar al extremo canalla de Petra, la presunta reportera húngara cuyo nombre me gustaría olvidar cuanto antes y cuya actuación cámara en mano, propinando patadas y zancadillas a refugiados que habían roto un cordón policial y corrían para entrar en Hungría, me produce asco como ser humano y vergüenza y bochorno como periodista.

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Ahora bien, le doy un par de vueltas a todo esto, hago un salto en el tiempo y en el espacio y por un momento pienso que la tal Petra y su desmán bien podrían ser una alegoría del periodismo que últimamente nos toca sufrir en nuestro país. Las primeras páginas de muchos periódicos de papel son, prácticamente a diario, verdaderas bofetadas tan agresoras y ofensivas como las zancadillas de la infame reportera. Y las informaciones de muchas televisiones, y de bastantes radios, y de...

Muchas de las cosas que dicen o escriben algunos de los inscritos en la misma Asociación de la Prensa que yo son auténticos puñetazos en nuestros mentones, patadas en la entrepierna de lectores y colegas que no damos crédito a que tener voz en un medio de comunicación pueda llegar a ser utilizado de una manera tan rastrera como lo están haciendo.

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Son profesionales del desprejuicio, capaces de cualquier villanía y a quienes importa un verdadero pimiento que aquello de lo que hablan sea cierto. Gentes que violan el innegociable carácter de servicio que da sentido a la existencia del profesional de la información. Yo no sé si la tal Petra era una reportera o una infiltrada, pero contemplar su villanía no solo me lleva a la indignación y a la vergüenza sino a pedir perdón como comunicador por pertenecer a un oficio en el que caben este tipo de personajes.

Personajes que ponen zancadillas a refugiados indefensos o que nos maltratan a diario desde tertulias y portadas de periódicos insultando nuestra inteligencia, mintiendo como bellacos, actuando como edecanes del poder más reaccionario y utilizando su privilegiada atalaya para manipular sin pudor, propagar infundios y sembrar la discordia.

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J.T.

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