Opinión · Las carga el diablo
Alberto Carlos, el gran crispador
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En el ránking de políticos que más inspiran a humoristas, tertulianos y columnistas, últimamente no hay quien le gane a Alberto Carlos. Quizás algún friki de Vox, perdido por alguna provincia ignota de Castilla León, pero ni así. Con la experiencia que posee el líder de Ciudadanos en transportar hasta los atriles de los debates electorales el inventario completo de una tienda de chinos, Casado, Abascal y compañía lo tienen difícil para rivalizar con él en excentricidades. Es verdad que la destreza con la que mienten todos es de récord, pero el joven catalán es el mejor del trifachito sin discusión: detrás de esa soltura con la que se inventa sobre la marcha felicitaciones de gobiernos extranjeros, o de la capacidad para negar evidencias en la misma cara de quien le demuestra sus contradicciones, hay muchas horas de entrenamiento en el desprejuicio y la amoralidad.
Ha crispado y sembrado de minas los terrenos por donde ha ido pasando; antes de exportar su franquicia a todo el Estado, ya había estafado a decenas de miles de familias de Cornellá, el Prat y demás pueblos del antaño cinturón rojo de Barcelona haciéndoles creer que él era la solución para el conflicto catalán. Y lo que ha hecho, como hemos podido comprobar, ha sido aumentarlo y enrevesarlo todo mucho más de lo que estaba.
El problema en Catalunya nunca fue el sentimiento independentista de una parte de la población, convicción legítima que lleva decenios, por no decir siglos, en el corazón de muchos de sus ciudadanos. La desgracia ha sido la capacidad para envenenar la convivencia de advenedizos como Rivera o Arrimadas, auspiciados en su día por intelectuales como Francesc de Carreras, que ahora se rasgan públicamente las vestiduras porque no les gusta la deriva que ha tomado su criatura. “Quien con niños se acuesta…” puede que piense quien, junto a personajes como Arcadi Espada o Albert Boadella, fundó Ciudadanos e hizo líder de la formación a un joven empleado de banca que debieron creer manejable.
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Ya le hubiera gustado en su día a José María Aznar poseer tanta habilidad como la demostrada por Rivera para crispar a propios y extraños, y mira que se esforzaba el hombre. Tanto él como Felipe González mentían como bellacos, pero lo hacían mucho peor que Alberto Carlos, quien cuando suelta burradas ante los micrófonos parece que acaba de salir de comulgar. Los demás grandes mentirosos esperaron a llegar al poder para reírse de la ingenuidad de sus votantes. A Rivera le ha bastado con la calderilla conseguida en algunos municipios y autonomías a costa de otorgarle protagonismo a Vox, para acto seguido dar rienda suelta a su perfil más desaforado. Solo desde el amor al caos y al mal rollo se puede jugar un papel como el desempeñado por su partido en la conformación de los ayuntamientos de Barcelona o Madrid.
¿A quién beneficia la estrategia de Ciudadanos? ¿En qué han salido ganando quienes decidieron votarlos? Rivera y compañía, ¿son tontos útiles, o listos contratados para hacer exactamente lo que han hecho? En Galicia, Euskadi y Catalunya los tienen ya calados tiempo ha, por lo que en muchos pueblos de estas tres autonomías han sido borrados prácticamente del mapa.
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Aun así, dada su habilidad para asombrarnos con sus triples saltos mortales, el gran crispador y su pandilla todavía son capaces de abstenerse en la investidura de Pedro Sánchez. Rajoy, Aguirre y buena parte del socialismo de toda la vida no cabrían en sí de alegría, orgullo y satisfacción.
J.T.
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